Giró la cabeza bruscamente, tratando de ver quién había intervenido. Pero todo lo que pudo distinguir fueron dos ojos rojos brillantes que la miraban desde la oscuridad, penetrantes, sin parpadear. Los colmillos resplandecían bajo la tenue luz de la luna.
A Sorayah se le cortó la respiración. No necesitaba que le dijeran qué estaba frente a ella. Otro hombre lobo.
El pánico corrió por sus venas.
Sin esperar una presentación, salió corriendo del patio, con el corazón latiéndole en los oídos.
No dejó de correr hasta que tropezó de nuevo en los pasillos del palacio, solo para encontrarse cara a cara con una visión espantosa.
La sirvienta que acababa de salvar yacía sin vida ante ella.
Su cuerpo estaba tendido en el frío suelo de piedra, su sangre formando un charco oscuro y brillante a su alrededor. Pero fue su cabeza, separada limpiamente de su cuerpo, lo que hizo que el estómago de Sorayah se revolviera.
Una nueva ola de terror la invadió.