La voz profunda de Dimitri rompió el silencio, provocando que Sorayah dirigiera su mirada hacia él. Estaba de pie al borde del arroyo, su cuerpo aún húmedo por el baño pero ya vestido, su expresión tan fría e indescifrable como siempre. Resultó que ya había traído consigo otro par de atuendos con los que se había cambiado.
—Sígueme —su tono no dejaba lugar a discusión.
Sin vacilar, se dio la vuelta y comenzó a adentrarse en el espeso bosque que rodeaba el arroyo.
Sorayah tragó saliva antes de rápidamente seguir sus pasos, dejando atrás al caballo que Dimitri había atado con una cuerda a una de las ramas de los árboles.
Caminaron durante más de treinta minutos, el silencio entre ellos cargado de pensamientos no expresados. Los únicos sonidos eran los llamados distantes de los pájaros y el crujido de las hojas bajo sus botas.
Entonces, a través del denso follaje, comenzaron a emerger edificios.