JUEVES. 10:17 A.M.
Iván llevaba el delantal arrugado, pero ni se había dado cuenta. Desde que abrió la caja cinco, la había repasado con la mirada más veces que los productos en descuento.
Lucía no apareció.
—¿Y si solo fue una casualidad? —pensó, mientras acomodaba una caja de cereales—. ¿Y si solo quería un té?
Simone lo observaba desde la caja dos. Masticaba chicle con ritmo lento, como si contara segundos en cada explosión de silencio.
—Te vas a desgastar los ojos con esa puerta —dijo finalmente.
—No es eso…
—Claro que no —interrumpió—. Porque no estás esperando a una chica con auriculares que huele a vainilla.
—¿Huele a vainilla?
—¿Viste? Sabía que te diste cuenta.
—No vino hoy.
—¿Y si viene mañana? ¿Y si no viene nunca?
Iván se quedó en silencio.
VIERNES. 08:51 A.M.
La puerta sonó como una campanada de esperanza. Iván levantó la vista con rapidez, pero no era Lucía.
Una señora con cinco latas de atún.
Después una pareja con cara de domingo.
Nada.
A las 09:16, el mundo se detuvo.
Lucía apareció.
Pero no llevaba auriculares.
Ni miraba su celular.
Caminaba lento, como si dudara.
Cuando se acercó a la caja cinco, lo primero que dijo fue:
—Me quedé sin voz. Literalmente. Ayer me desperté afónica.
—¿Estás bien ahora? —preguntó Iván, genuinamente preocupado.
—Casi. Pero vine porque necesitaba decirte que tu té… es una locura.
—¿Locura bien o locura mal?
—Bien. Muy bien. Pero sobre todo, que me hizo pensar.
Él arqueó una ceja, curioso.
—¿En qué?
Lucía lo miró fijo.
—En que nadie me había preparado algo pensando solo en mí. Y eso… eso me dejó sin palabras.
Se miraron. Un segundo. Dos. Tres.
—Hoy te traje otro —dijo Iván, sacando un nuevo sobre.
—¿Otro experimento?
—No. Este se llama “espera con esperanza”. Té de tilo, anís y flores secas.
Lucía tomó el sobre con ambas manos. Lo acercó a la nariz, lo olió con una sonrisa y dijo:
—Y vos… ¿qué tomás cuando extrañás?
Iván bajó la mirada y dijo bajito:
—Una taza vacía… y el deseo de volver a llenar.
Lucía rió bajito, como si la voz recién volviera a su cuerpo.
Y entonces, mientras se alejaba, dejó algo sobre la caja.
Una notita doblada.
Iván la abrió después de contar hasta diez.
“No sé si tomo té todos los días…
Pero creo que sí quiero verte todos los días.”