MIÉRCOLES. 08:47 A.M.
Iván revisaba por cuarta vez la bolsita con las muestras de té que había traído de su casa. No sabía cuál elegir.
—¿Y si odia la manzanilla? —murmuró.
—¿Vos estás nervioso por un té? —preguntó Simone desde atrás, con media tostada en la boca.
—No es el té, es ella.
Simone se rió con ganas.
—Y mirá que venís trabajando en este súper hace años, loco. Y nunca te vi así.
—Primera vez que me piden recomendación personalizada.
—Ajá... personalizada. Mirá vos.
08:53 A.M.
Lucía entró como cada mañana. Auriculares puestos, pero esta vez no tenía la mirada perdida.
Buscaba algo.
O alguien.
Cuando se encontró con los ojos de Iván, sonrió sin disimular. Se quitó los auriculares incluso antes de llegar a la caja.
—¿Tenés la lista?
—Tengo algo mejor: muestra exclusiva. —dijo él, mientras sacaba de su mochila un pequeño sobrecito de papel reciclado.
—¿Qué es esto?
—Té negro con canela y piel de naranja. Mezcla propia. No está en góndola.
Lucía lo sostuvo como si fuera un diamante.
—¿Esto me lo das así nomás?
—Solo si prometés devolverme la opinión.
—Trato hecho.
Mientras Iván escaneaba los productos, Lucía habló bajito.
—¿Siempre fuiste así de... detallista?
—Solo con lo que me interesa.
—¿Y yo soy el té o la taza?
Él se quedó quieto un segundo. Sonrió.
—Sos la razón por la que quiero que no se enfríe.
Lucía bajó la mirada, pero no dejó de sonreír. Pagó, tomó su bolsita, y justo antes de irse, dijo:
—Mañana te digo si pasás el examen.
Y se fue. Pero esta vez, Iván no necesitó verla para seguir sonriendo. Le bastaba con imaginarla abriendo ese sobre y pensando en él.
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Al día siguiente, no llegó.
Iván esperó, sin admitirlo.
Miró la puerta cada cinco minutos.
Simone no dijo nada, pero lo notó.
Y cuando el reloj marcó las 09:34, Simone dejó un café en la caja cinco.
—Para el degustador de tés.
—Gracias.
—Tranquilo. A veces, el té tarda en hacer efecto.