Capítulo 2: Simone dice

El local estaba tranquilo. Lunes por la mañana, pocas personas, café en mano y música bajita de fondo.

Iván acomodaba unos productos en la góndola cuando escuchó la puerta abrirse con ese clin característico.

Levantó la mirada sin mucho interés… hasta que lo vio.

Alto, elegante, sonrisa fácil. Pelo rubio claro, apenas desordenado. Un aire de “sé exactamente lo que hago”, y lo peor: probablemente era verdad.

Simone.

—¡Iván! —dijo, abriendo los brazos como si estuviera en una película italiana de los años cincuenta—. ¡No me digas que trabajás acá!

Iván sonrió con una mezcla de nostalgia y precaución.

—Hace un tiempo ya… ¿Y vos? ¿Qué hacés por Turín?

—Volví. Por una temporada. Tal vez dos. O toda la vida. Todavía no decidí —dijo, con ese tono de quien hace del caos su casa.

Iván lo invitó con la mirada a acercarse a la caja. No había clientes en ese momento.

—¿Y qué hacés ahora?

—Trabajo con música —respondió Simone—. Producción, festivales, esas cosas.

—Eso suena muy a vos.

—Y vos suenás igual que siempre. ¿Tenés unos minutos para un café?

Iván dudó.

—Cinco.

Se sentaron en una mesa pequeña al fondo del local.

—¿Y? ¿Pareja, algo? ¿Seguís con la misma filosofía de “mejor solo que bien acompañado”? —preguntó Simone, con una sonrisa juguetona.

Iván bebió un sorbo de café.

—Estoy conociendo a alguien.

—Ajá… —Simone lo miró con los ojos entrecerrados—. ¿Es seria la cosa o todavía están en la fase “no sé si es una cita o una coincidencia”?

Iván sonrió de lado.

—Diría que estamos en “casi una cita”.

Simone levantó las cejas.

—Entonces vas en serio.

Iván no respondió.

—¿Y cómo se llama la afortunada?

—Lucía.

—Lindo nombre. ¿Y vos qué hacés cuando no estás vendiendo ofertas irresistibles?

Iván se encogió de hombros.

—Vivo.

Simone rió.

—Siempre tan filosófico. Bueno… te dejo mi número. Estoy quedándome por el centro. Me gustaría invitarte a un evento esta semana. Música, luces, gente linda. Capaz que hasta llevás a Lucía.

—Capaz.

Simone se levantó y lo abrazó, firme, como los viejos amigos que saben más de uno de lo que el otro recuerda.

Cuando se fue, Iván se quedó mirando su café, ya frío.

No era celos. No era miedo.

Era esa incomodidad extraña cuando el pasado entra sin golpear y encuentra al presente con la puerta entreabierta.

Oferta limitada (la duda)