Lucía caminaba por las calles de Turín con sus auriculares puestos, como siempre.
Para ella, el mundo comenzaba cuando presionaba “play”.
Cada canción tenía una razón, una historia, un momento.
Y esa mañana, sin saber por qué, eligió una playlist que hacía mucho no escuchaba.
Tiempos raros. Así se llamaba. La había creado en una madrugada de esas donde no sabés si estás triste o simplemente confundida.
Apretó el paso. El cielo estaba nublado, pero no llovía.
Ese tipo de clima que te hace sentir que todo puede pasar… o nada.
Llegó al supermercado justo cuando Iván salía a tirar unas cajas. Se saludaron con una sonrisa suave, esa que se da cuando las cosas todavía no están dichas, pero algo existe.
—Hola.
—Hola.
Nada más. Y sin embargo, se dijeron todo.
Dentro del local, mientras recorría los pasillos, Lucía lo miraba de reojo.
Iván no era un tipo de palabras dulces, pero era de gestos.
Y esos gestos, últimamente, la hacían sentir en una canción lenta, sin letra, solo melodía.
Cuando llegó a la caja, vio que no era él quien cobraba. Un chico alto, rubio, simpático, la atendió con una sonrisa encantadora.
—¿Primera vez acá? —le preguntó él.
—No. Vengo seguido.
—Entonces me tenés que haber visto.
Lucía se sacó un auricular.
—Tal vez.
—Simone —dijo él, tendiéndole la mano—. Estoy ayudando acá un par de días.
Ella estrechó su mano, breve.
—Lucía.
—Lindo nombre. ¿Música? —preguntó, señalando los auriculares.
—Siempre.
—¿Qué escuchás?
Lucía dudó. Se sacó el celular del bolsillo y giró la pantalla.
Los días raros – Vetusta Morla sonaba.
—Interesante elección —dijo Simone—. Te tengo una propuesta. Si un día me mostrás tu playlist secreta… yo te muestro la mía.
Ella lo miró con una ceja levantada.
—¿Y quién dijo que tengo una playlist secreta?
Simone sonrió.
—Todo el mundo tiene una. La que no quiere mostrar. Donde están las canciones que no explicás… pero te explican.
Lucía no respondió. Guardó sus cosas, colocó los auriculares y se fue.
Al salir, Iván la vio desde la puerta. Ella no lo notó.
Pero él sí vio algo: Lucía sonreía.
Y esa sonrisa… no era por él.