La ciudad parecía más gris de lo normal. No era solo el clima.
Turín tenía esa manera extraña de hacerte sentir pequeño cuando llovía. Como si cada gota te empujara a mirar hacia adentro.
Lucía caminaba sin apuro, sin rumbo fijo. Llevaba el paraguas, pero no lo usaba. Le gustaba el sonido de la lluvia en su campera. Le hacía bien.
Ese día no hubo supermercado.
Ese día no hubo Iván.
Pero había un nudo.
En la pantalla de su celular tenía un mensaje de Simone sin leer desde la noche anterior:
“¿Te gustó la canción que te mandé? Creo que es muy vos.”
No sabía cómo responderle. Porque todo le parecía desubicado.
No era su culpa, claro.
Pero no quería hablar de canciones. Quería entender por qué la presencia de Chiara le había dolido tanto.
Se sentó en una banca frente al río.
El agua estaba marrón, densa, inquieta. Como ella.
Volvió a pensar en Iván. En su forma de hablarle. En cómo siempre le ofrecía una sonrisa suave, como si supiera cuándo necesitaba respirar.
Pero también pensó en Chiara. En su seguridad. En el tipo de persona que parecía tener una historia con él… una que ella nunca tendría.
Sacó su cuaderno del bolso. No era algo que hiciera a menudo. Pero ahí estaba.
Escribió:
“No sé lo que somos. Pero sé lo que no quiero que seamos: nada.”
Guardó el cuaderno sin releer lo que puso.
Se levantó, encendió la música y dejó que las gotas le mojaran las pestañas.
Ese domingo no iba a tener respuestas.
Pero sí una certeza:
No quiere seguir caminando sola en esta historia.