Capítulo 3: El supermercado cierra

El clima en Turín había cambiado. Las mañanas eran más grises, y el aire parecía más denso en el supermercado. Iván llegaba más temprano de lo habitual. Ordenaba con más fuerza, como si acomodar las estanterías pudiera calmar lo que le dolía por dentro.

Lucía no había pasado en dos días.

En su lugar, Matteo sí. Y eso era aún peor.

—No vine a incomodar —le dijo una tarde, cruzándoselo junto a las ofertas de pastas—. Pero Lucía y yo compartimos muchas cosas. Es normal querer saber cómo está, ¿no?

Iván no respondió. Solo apretó los dientes.

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Una tarde, mientras organizaba cajas en el depósito, escuchó la voz del supervisor.

—Iván, ¿tenés un minuto?

Salió del depósito, se limpió las manos con el delantal y lo siguió hasta la oficina.

—¿Pasa algo?

El supervisor respiró hondo.

—Nos acaban de avisar desde arriba. Esta sucursal cierra en dos semanas.

Iván se quedó helado.

—¿Cierra cómo… por reformas?

El supervisor negó con la cabeza.

—Definitivo. La zona no da más, las ventas bajaron. Nos van a reubicar a algunos… pero no puedo prometerte nada.

Las palabras quedaron flotando en el aire como una amenaza muda.

Ese supermercado era su rutina, su refugio, y, últimamente, su única manera de estar cerca de Lucía.

Ahora, también eso se le iba.

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Esa noche, Iván caminó más lento que nunca.

Al llegar a casa, se tiró en la cama sin cambiarse. Miró el techo largo rato, sin pestañear.

El supermercado cerraba. Matteo volvía. Lucía se alejaba.

Era como si todo lo que le daba estabilidad… se derrumbara al mismo tiempo.

Pero justo cuando el silencio comenzaba a pesar, sonó el celular.

Un mensaje.

Lucía: “Mañana paso. Te debo una canción.”

Iván sonrió, aunque fuera por dentro.

Todavía quedaban cosas abiertas.

Y mientras quedaran, él no se iba a rendir.