Turín no había cambiado tanto…
Pero Iván sí.
Volver a pasar por la calle donde había conocido a Chiara fue como caminar con piedras en los zapatos.
Sabía que en algún momento tendría que hacerlo.
Y ese momento había llegado.
El local de Chiara ahora era un bar cerrado.
Carteles viejos, una puerta llena de polvo.
Ni rastro de ella.
Ni siquiera un mal recuerdo en el vidrio.
Iván se quedó parado.
Sin saber si golpear una puerta que ya no existía.
Una mujer mayor salió del negocio de al lado.
Lo miró como quien reconoce una historia vieja.
—¿Buscás a Chiara? —preguntó.
Iván asintió.
Silencio.
—Se fue hace un año. —dijo ella—. Cerró todo. Nadie supo más de ella. Dicen que dejó la ciudad.
Iván no respondió.
Porque no había respuesta para eso.
Se sentó en una plaza cercana.
Y miró el cielo gris.
En su mente, el recuerdo de Chiara no era rencor.
Era un nudo.
Un nudo que ya no dolía, pero tampoco se desataba.
Sacó su celular.
Tenía un audio que nunca había escuchado.
Un mensaje viejo de Chiara que no se había animado a borrar…
Ni a abrir.
Le dio play.
“Iván… sé que me odiás. Y tenés razón. Pero hay cosas que no puedo explicar, y otras que no me animo. Si algún día volvés a pasar por acá y yo ya no estoy… sólo quiero que sepas que lo hice por vos. No te confundas. No era amor. Era culpa. Perdón.”
Iván apagó el celular.
Y por primera vez, respiró distinto.
No había alivio.
Pero había algo parecido a un cierre.
Chiara ya no estaba.
Y tal vez… por fin, él tampoco.