Lucía caminaba por las calles de Roma con los auriculares puestos.
La misma playlist de siempre.
La misma voz, la misma sensación.
Aunque Iván no estuviera… ella seguía escuchándolo.
Cada canción era una escena.
Cada melodía, una palabra no dicha.
Estaba sola, sí.
Pero nunca del todo.
Una tarde, mientras miraba un escaparate lleno de vinilos antiguos, encontró uno que le recordó a Iván.
Era un disco de jazz.
Ella odiaba el jazz.
Pero él no.
Lo compró igual.
Volvió a su departamento y lo puso.
Y se sentó frente a la ventana, con una copa de vino barato, preguntándose por qué aún hacía esas cosas.
¿Por qué no lo dejaba atrás?
En Turín, Iván también sentía algo.
Una incomodidad.
Como si su nombre le llegara desde lejos.
Decidió revisar su correo electrónico, cosa que nunca hacía.
Y ahí estaba: un mail de Lucía. Sin título.
Solo un archivo adjunto: “No dejé de escucharte.mp3”
Era una grabación de ella.
Su voz, sin filtro.
Como si hablara desde el pecho.
“Hola Iván. No espero que respondas. Ni siquiera sé si vas a escuchar esto. Pero necesitaba hacerlo. Me fui, pero nunca solté del todo. Me fui con la idea de olvidarte… pero cada canción, cada esquina, cada café me llevaba de nuevo a vos. No te llamé porque pensé que era lo mejor. Pero… no dejé de escucharte. Nunca.”
Iván se quedó quieto.
Su playlist favorita había terminado.
Pero el archivo de Lucía era otra cosa.
Era una señal.
Tal vez no bastaba para volver.
Pero sí para saber que no estaban tan lejos.