Una de las paredes estaba repleta de estanterías colmadas de pergaminos: leyes interminables del reino, mapas actualizados con el esmero de un coleccionista, tomos numerados de la genealogía Willfrost y otras casas nobles, además de extractos contables e informes económicos. La otra pared exhibía retratos de la familia real y algunos trofeos de competencias y justas ganadas por la Guardia Real. Detrás del escritorio de la reina, un enorme ventanal cubría casi toda la pared, dejando ver un jardín elegante y meticulosamente cuidado.
Dyan tomó asiento bajo la mirada severa de Eleanor, que parecía ya molesta pese a que el día apenas comenzaba.
En cuanto se sentó, la reina le acercó una hoja, deslizándola con un dedo acusador.
—Tengo varios asuntos que resolver. Espero tu opinión y tu cooperación.
Dyan traía noticias, pero sus temas podían esperar. Los de la reina, no. Cogió la hoja: contenía una lista de obras en la capital y en algunas baronías que él mismo había señalado como urgentes de mantenimiento. Otro apartado se refería a una pequeña revuelta en una baronía sureña; seguían reclamos de granjeros del este por ataques de bestias, y finalmente la solicitud de Sir Arman Levet de enviar fuerzas de subyugación a la frontera oeste, donde aún persistían escaramuzas con el Reino Chinsonita.
—¿Qué opinas? ¿Mi consejero tiene algún consejo que ofrecer?
—Mi reina, he dejado en mi despacho del Consejo planes de contingencia para encargar al gremio de comerciantes las reparaciones. Incluyen un desglose de costos. Finia está dispuesta a enviar algunos magos de la Torre para acelerar el proceso con magia de tierra y agua.
—Bien, es un buen primer paso, siempre que se mantenga dentro de márgenes razonables de gasto.
—Los costos son los más bajos posibles gracias a negociaciones previas con la líder del gremio, aunque habrá que encargarles la preservación por los próximos diez años.
Eleanor frunció el ceño.
—Todos quieren su parte. ¿No pueden simplemente colaborar con la corona?
—Todo negocio busca ganancias, mi reina. En este caso, conviene a ambas partes.
—Estaba bromeando, Dyan. —Eleanor se acomodó su larga cabellera anaranjada, recogida en una trenza intrincada que le caía sobre el hombro—. ¿Acaso no aprendiste sarcasmo en la Torre, Archimago?
Dyan prefirió ignorar el comentario. Sabía que cuando empezaba la mañana así, era porque había dormido poco. Y eso significaba que los gritos llegarían hacia el mediodía como sablazos a quien la hiciera enfadar.
—Supongo que los años han afectado mi sentido del humor.
—Eso parece —replicó Eleanor sin sonrisa.
—En cuanto a la revuelta, pediré la opinión de Sir Arman, pero si me permite, recomendaría escuchar las demandas de los sublevados antes de actuar. Este tipo de conflictos puede ofrecer más oportunidades que problemas, si se descubre la causa real.
—Entonces enviar a Arman no es lo más sabio. Tiene músculo en la cabeza y poco más.
—Es un buen punto. Tal vez alguien más diplomático pueda asistir con parte de las fuerzas punitivas. Arman será más útil en la frontera con Chinsonita.
—Quiero que vayas con ellos.
Dyan lo temía. Y sabía que su capacidad para rechazar una petición directa de la reina era prácticamente nula.
Eleanor añadió con firmeza:
—La última vez bastó una muestra de tu magia para que retrocedieran durante años. Quizá suceda lo mismo si das otra demostración.
—Esta vez no podrá ser, mi reina. Al menos no por mi parte. Pero estoy seguro de que Finia puede proporcionar un escuadrón de magos capaces de lograr lo mismo, siempre que…
Eleanor lo interrumpió, molesta.
—Finia esto, Finia aquello… ¡Eres tú el Archimago! Te lo pido a ti. ¿Por qué habría de aceptar a tu versión menor cuando te tengo a ti? ¿Por qué no quieres ir tú mismo?
Dyan bajó la mirada. Deseaba que la conversación no llegara a esto, pero no todo se puede evitar. Él lo sabía demasiado bien.
—¿Qué me estás ocultando, Dyan? —preguntó Eleanor, alzando un poco la voz.
—No pretendía ocultarle nada, mi reina. Pero hay algo que debo decirle.
—Pues dilo de una vez. Tenemos mucho que hacer hoy.
Dyan sintió una espina clavarse en el pecho. Solo pensar en dejar a Eleanor con todas las responsabilidades a su cargo lo había atormentado durante meses. Pero finalmente, había reunido el valor.
—Dejaré la Torre de Magia a cargo de Finia y con ello…
—Mucho mejor —lo interrumpió Eleanor con un tono forzadamente optimista—, así podrás dedicarte a asistirme a tiempo completo.
Dyan alzó la mano, intentando detenerla, pero Eleanor siguió hablando.
—Es una novata, sí, pero la entrenaste tú. No tengo por qué dudar de su habilidad. Además, se te necesita aquí. Se te necesita mucho… —Su voz se quebró apenas al final. Bajó la mirada, apretando los labios. Su respiración era agitada.
Un silencio espeso llenó la habitación.
Dyan tragó saliva. Su voz temblorosa lo traicionó.
—Dejaré la Torre a Finia porque pienso retirarme. Dejaré el cargo de Archimago y, con él, el de Consejero Real.
Decirlo le había tomado casi un año. Pero al fin lo había hecho. Las palabras cayeron como rocas en la estancia.
—No puedes irte. ¿Quieres vacaciones? —Eleanor alzó la mirada. No había lágrimas, ni dolor aparente; lo había enterrado tan hondo que daba miedo—. ¿Dinero? ¿Mujeres? Pide lo que quieras. Lo haré posible. Pero no te doy mi permiso para irte.
—Lo siento, debo declinar. Agradezco su amabilidad, mi reina.
Eleanor golpeó el escritorio con la palma abierta.
—¿Qué estás haciendo, Dyan Halvest? ¿Rechazas la amabilidad de tu reina?
—No es mi intención rechazar su generosidad. Pero mi decisión es irrevocable.
Eleanor sintió cómo la ira se le anudaba en la garganta.
—Entonces vete. —Su voz era dura, pero temblaba. Sabía que hablaba con crueldad innecesaria, pero si no lo hacía, lloraría—. Vete antes de que me arrepienta y te expulse yo misma de este reino. No trabajaré con quien no quiere estar. Traidor.
La rabia en su mirada no engañaba a Dyan. Sabía muy bien que, bajo ella, se escondía un dolor profundo.