Querida Silvania,
Antes de partir, sentí la necesidad de dejarte estas palabras. Perdóname por haberme marchado en mitad de la noche, sin despedirme como merecías. No fue cobardía, sino precaución. Regresar al palacio después de lo ocurrido hubiera sido… imprudente, incluso para mí.
Quiero que sepas que no guardo rencor. No por el final, ni por cómo sucedió. Algunas cosas, simplemente, son como deben ser. Ante lo inevitable, ni los más poderosos podemos luchar. Y aunque el dolor existe, no lo dejo pudrirse dentro de mí.
Sé que te preocupas por Eleanor, y con razón. Pero te pido, de todo corazón, que no seas dura con ella. Su fuego la consume a veces más de lo que quema a los otros. Y en ese fuego yo no fui más que una chispa fugaz, que ahora se apaga sin reproche. Ayúdala a gobernar con sabiduría, como solo tú puedes hacerlo. A veces, incluso la corona más fuerte necesita una mano suave que la sostenga.
Y si llega el día en que un buen hombre llama a su puerta, no le impidas abrirla. Tú mejor que nadie sabrás si vale la pena dejarlo entrar. Confío plenamente en tu juicio.
Por favor, no descuides tu salud. Sigue tomando tu remedio con la constancia que siempre me costó arrancarte. Volveré en algunos meses para revisarte, si los dioses me lo permiten. Es una promesa.
También quiero pedirte disculpas, Silvania. Por tantas cosas. Por no haber podido cambiar este reino tanto como soñamos. Por no poder sanarte del todo, como tantas veces te prometí. Y por irme así, de forma abrupta, sin el gesto que nuestra amistad merecía.
Reza por mí, querida amiga. No por grandeza ni por redención, sino para que encuentre, al fin, aquello que tanto he buscado.
PD: Prometo escribirte a menudo. Te dejo un abrazo enorme. Y si alguna vez todo lo demás falla, no dudes en buscarme. Siempre estaré de tu lado.
Con afecto y gratitud siempre,
Dyan Halvest