Querida amiga:
He llegado, por fin, a Glavendell. Es un pueblo hermoso, lleno de verde, de viento limpio y de una vida sencilla que, debo admitir, me ha tomado por sorpresa. La gente aquí es amable de una forma que me resulta casi desconocida. La familia de Eunid, el jefe de la villa, me recibió con una calidez inesperada. Los magos no solemos ser bienvenidos en todas partes, lo sabes bien… pero aquí, soy solo el extraño venido de la capital. Y curiosamente, eso es un alivio.
No quise abusar de la hospitalidad de Eunid, así que me instalé en la casa que Edictus mandó construir en las afueras del pueblo, junto al río. ¿Puedes imaginarlo? Aún me cuesta entender cómo mi maestro pudo ocultar tantos fragmentos de su vida, incluso de mí. Esta casa, a medio erguir entre zarzamoras y piedra vieja, es otro de sus silencios. Y sin embargo, hay algo profundamente suyo en el lugar, como si su sombra todavía recorriera los muros incompletos.
Dormir bajo el techo del cielo, con el sonido del río como única compañía… fue una experiencia nueva. A mi edad. Supongo que eso también es parte del viaje: aprender que siempre hay cosas que no hemos vivido. Me resisto, a veces. Pero aquí no tengo más remedio que ceder.
He decidido quedarme. Por ahora. Planeo reconstruir la casa. No como estaba, sino como pueda, como necesite. Quizá sea solo una manera de mantener las manos ocupadas mientras el alma se acomoda, pero es un comienzo. Lo que vendrá después, aún no lo sé.
No te mentiré, Silvania. Me asaltan muchas dudas. El camino fue largo, no solo en distancia. Hubo momentos en que deseé volver sobre mis pasos, en que la idea de partir sin cerrar ciertos asuntos me carcomía. Pero también sé que, de haber esperado resolverlo todo, nunca habría salido de la torre. El momento perfecto no existe, y el presente es lo único que nos concede el destino.
Tu silencio me pesa más de lo que esperaba. Echo de menos tu voz serena, tus advertencias disfrazadas de consejo, y tu mirada siempre más aguda de lo que dejabas ver. Ruego que estés cuidándote, que tomes tu medicina con la terquedad que me prometiste. Y por favor, vela por Eleanor. Sé que no necesitas que te lo diga… pero hazlo igual, por mí.
P.D.: Cumplo mi promesa de escribirte apenas llegara. Y lo confieso: espero tu respuesta con impaciencia. Saber de ti me haría más liviano este nuevo comienzo.
Recibe un abrazo fuerte, mi querida reina.
Con todo mi afecto,
Dyan Halvest