Carta 9: De Dyan a Finia.

Querida Finia:

Espero que esta carta te alcance pronto. La escribí apenas terminé de leer la tuya, aún con tus palabras resonando en mi mente. Me gustaría poder darte seguridad solo con esta tinta, pero sé que, desde la distancia, todo consuelo puede sonar vacío. Aun así, mi dulce Finia, quisiera contarte algo que tal vez te haga sentir un poco mejor.

Quizá recuerdes que mi maestro, Edictus, estuvo bastante enfermo en sus últimos años. Eras aún una adolescente entonces, y ya bastante ocupada con tus estudios arcanos, mientras el peso del cargo pasaba lentamente de sus manos a las mías. Nunca lo dije, pero hubiera preferido poder asistirlo durante muchos años más. Porque a su lado podía actuar sin miedo, tomar decisiones con libertad, sin sentir el juicio constante que luego llegó con el título de Archimago.

Ser Archimago no es un cargo que te permite decir muchos “sí”. Es, en cambio, uno que obliga a decir “no” más veces de las que uno quisiera. Tras su partida, me lancé a grandes proyectos. Una parte de mí lo hizo por ambición, sí, pero otra, quizá mayor, lo hizo por temor: el miedo a ser olvidado como “solo el discípulo de Edictus” y no como Dyan Harvest.

Edictus fue un gran mago, y su sombra —entonces pesada— ahora la siento a mi lado, como compañía, no como carga. El miedo me empujó a actuar, pero no todos responden igual: algunos se paralizan. Yo solo quiero que sepas que tu maestro tiene más debilidades que virtudes, y algunas todavía me persiguen. Aun así, intento cada día ser un poco mejor.

Por eso quiero decirte esto con claridad: no necesitas demostrarle nada a nadie. Te conozco bien, mejor de lo que crees. Sé de lo que eres capaz, aunque tú misma a veces dudes. Y estaré a tu lado, no como una sombra que te pese, sino como un respaldo que te sostenga.

Madurar es un proceso lento, muchas veces ingrato. Pero el tiempo ayuda, Finia, lo hizo conmigo, y estoy seguro de que lo hará contigo también. Tienes lo necesario: el temple, el corazón, el intelecto. Y sobre todo, la voluntad.

También recuerdo tu rostro la primera vez que llegaste a la Torre. Tenías seis años y un lazo torcido en el cabello. Ese recuerdo es uno de mis más preciados. Siempre fuiste una pequeña inquieta y alegre. Llenaste mi juventud de sonrisas y de un calor que no sabía que me hacía falta. Me diste mucho más de lo que merecía.

Aunque intenté ser una figura paterna para ti, sé que nunca fui realmente un padre, no en el sentido estricto. Siempre sentí que ocupaba un lugar que no me correspondía. Por eso, ahora que me llamas "padre", no puedo evitar llorar… Nunca lo esperé, nunca lo pedí. Solo quise que no te sintieras sola, que no crecieras con el vacío que yo cargué tantos años. Si, de alguna forma, llegué a ocupar ese espacio en tu corazón —bien o mal—, no tengo más que gratitud. Es un honor inmenso, y lo atesoro con toda el alma.

Sabes que te adoro. Siempre serás esa niña dulce e inquieta, la adolescente obstinada que bufaba mientras memorizaba tratados arcanos, la aprendiz impaciente por descubrir el mundo, la ayudante leal, la aliada sabia… y sí, la hija que llevo en el corazón.

Gracias por tus palabras, Finia.

Y dime, ¿ante quién, si no ante mí, podrías mostrar debilidad? Me conociste en mis fallos más torpes, y espero haberte ofrecido siempre el espacio seguro para apoyarte en mi brazo. No hay debilidad en admitir nuestras heridas; solo los valientes lo hacen con franqueza. Pero la Torre puede ser dura, a veces cruel, silenciosa en los pisos altos. ¿Sabes qué hacía yo cuando me sentía perdido? Bajaba a los primeros pisos. Me sentaba con los aprendices. A veces les daba clases, a veces solo los observaba. En su entusiasmo, en su hambre de aprender, encontraba siempre una chispa que reavivaba la mía. De hecho, así fue como te conocí a ti.

La Torre está viva en sus niveles bajos. Ahí hay risa, energía, preguntas inocentes, sueños sin forma. Si alguna vez te sientes distante, busca allí. Entrégales lo que tú tienes. Ellos también lo necesitan.

Yo también te extraño, muchísimo. Espero sorprenderte pronto con algo nuevo: no he dejado de crear. Me siento como un muchacho redescubriendo la alquimia, como si mis propias manos volvieran a asombrarse.

Estoy seguro de que vendrás a visitarme pronto. Iremos a pescar juntos al río, comeremos junto al fuego y veremos las estrellas, como cuando eras una niña de mejillas coloradas, rizos indomables y una lengua demasiado filosa para tener solo ocho años.

¿Será mucho decir que te extraño varias veces en una sola carta? No lo creo.

No dudes en usar la moneda que te envié. Estoy atento, siempre, esperando tus palabras.

Sigue adelante, Finia. Estoy seguro de que te esperan cosas grandes.

Te envío un abrazo profundo, lleno de amor,

mi dulce Finia, hija de mi corazón.

Dyan Harvest