Carta 14: Silvania a Dyan

 Carta sin sello, escrita de puño y letra de Silvania Willfrost

Para Dyan Halvest,

Han pasado días sin que escriba, semanas sin que duerma bien y años, demasiados años, desde que comencé a extrañarte sin saberlo del todo.

Hoy, mientras releía antiguos informes y memorias, mi mente me llevó de vuelta a aquel primer encuentro, cuando Edictus entró contigo al estudio, tan serio y tan pequeño aún. Tenías quince, y esa manera absurda de no temblar ante nada. Me irritó y me intrigó al mismo tiempo. Recuerdo haber pensado que eras un mocoso temerario… pero en el fondo, sabía que era una coraza. Como la mía.

Desde entonces, te has convertido en tantas cosas para este reino… y para mí.

Sé que no respondo como debiera. No soy buena con las cartas. Pero hoy me di permiso para sentir. He leído tu última respuesta a Eleanor —sí, supe que le escribiste— y debo admitir que la ha cambiado un poco. No del todo, ya sabes cómo es, orgullosa como su madre y testaruda como su padre. Pero… más reflexiva. Más silenciosa. A veces, mira por las ventanas de Willfrost como si esperara algo. O a alguien.

Te agradezco que le escribieras. A tu manera, sigues cuidándonos a las dos, aunque estés tan lejos.

Pero… permíteme recordarte algo que no quiero que se borre en medio de tanta distancia y tantos deberes: yo estuve antes. Estuve cuando apenas eras sombra tras la figura de Edictus. Estuve cuando nadie más entendía el peso que cargabas. Estuve cuando regresabas herido, empapado de sangre y magia, pero aún con esa mirada estoica que tanto odiaba y tanto admiraba.

Y sigo aquí.

Viendo cómo el tiempo me devora con la paciencia de un verdugo educado.

Hoy mi reflejo ya no me reconoce. Mi cuerpo me traiciona a diario. La enfermedad no me reclama del todo, pero tampoco me libera. Y tú… tú sigues siendo lo más cercano que he tenido a un hogar. Nunca lo dije con esas palabras, ya lo sé. Tal vez es demasiado tarde para aprender a decirlas. Pero las siento. Las pienso. Te las escribo, porque no puedo callarlas más.

Te extraño. No como se extraña a un buen consejero. Te extraño como se extraña al único que me vio sin corona ni defensas. Como se extraña el silencio compartido con quien no exige explicaciones. Como se extraña lo que se ama, aunque no se haya dicho con claridad.

No tienes que responder. Ni venir corriendo. Pero si estas palabras te acompañan, si las lees en la noche mientras descansas de otro de tus deberes, quiero que lo sepas: aún estoy aquí. Aún espero. Y aún guardo tu taza en el estante, como si mañana volvieras a tomar el desayuno en esta ala olvidada del palacio.

Con afecto profundo,

y una nostalgia que no se cura,

Silvania