El aire era denso, cargado con un olor a tierra húmeda y antiguas promesas rotas. Alen avanzaba con cautela, sus pasos resonaban contra las piedras de un sendero olvidado. Eleira caminaba junto a él, silenciosa y vigilante, sus ojos observaban cada movimiento entre las sombras.
—Los clanes… —musitó Alen—. ¿Cómo es que todos me buscan? ¿Qué quieren de mí?
—No solo te buscan —respondió Eleira—. Temen lo que representas. Un poder capaz de romper ciclos milenarios. Y un don que puede devorar el alma de otros.
Sus palabras calaron hondo. Alen sentía el peso de esa verdad, pero algo en su interior se negaba a ceder.
De repente, un eco resonó en el bosque: un grito desgarrador que se perdió entre los árboles. Alen se giró y vio una figura encapuchada, que desapareció entre la maleza como una sombra viva.
—No estamos solos —dijo Eleira, sacando una daga cubierta de runas—. El Clan Nolhram ha enviado a sus vigilantes. Velkhar, la serpiente sin ojos, es su bestia menor, y es implacable.
Alen apretó los dientes, sintiendo una mezcla de miedo y desafío.
—Si vienen por mí… que vengan.
Los símbolos del Clan Nolhram aparecieron grabados en los árboles, sus líneas serpenteantes emitiendo un brillo espectral. Alen se preparó, consciente de que el enfrentamiento estaba cerca.
Eleira lo miró con gravedad.
—Esta será tu primera batalla real. Pero recuerda… no solo lucharás contra ellos, sino contra lo que hay dentro de ti.
Una brisa fría sopló entre los árboles, y el bosque pareció contener la respiración.