Capítulo 8 – Fragmentos prestados

El amanecer era pálido y sin calor, como si el sol también dudara en mirar a Alen.

Desde su visión en el capítulo anterior, algo se había desbloqueado. Las voces seguían allí, en susurros, pero ahora algunas… obedecían. No todas. Algunas aún chillaban o maldecían, otras simplemente lloraban. Pero unas pocas, silenciosas y antiguas, esperaban instrucciones.

Alen se encontraba en un claro vacío, rodeado de árboles muertos. Eleira había trazado un círculo de runas sobre la tierra. Era una prisión de contención, por si su poder se desbordaba. Él se arrodilló en el centro.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó ella, manteniéndose a una distancia segura.

—Probar… si lo que tengo me sirve, o si solo soy un recipiente roto.

Cerró los ojos. No buscó su energía natural. No invocó fuerza física ni habilidades de combate. Se sumergió en su interior. Un lugar vasto y oscuro, lleno de fragmentos de vidas que no eran suyas. Imágenes. Memorias. Técnicas. Magia. Dolor.

Primero eligió uno de los fragmentos de Kael’Thor: la ilusión del Miedo Espejado.

Extendió su mano frente a él. El aire tembló. Unas sombras empezaron a formarse en espiral, y de repente, una figura idéntica a Eleira apareció frente a ella, con ojos vacíos y voz hueca:

> —¿Y si lo pierdes todo otra vez?

La verdadera Eleira se estremeció. Esa ilusión había traído un recuerdo enterrado en lo profundo de su corazón.

—¡Basta! —exclamó ella, cortando el aire con un cuchillo que deshizo la imagen.

Alen abrió los ojos. Respiraba con dificultad, pero había sido real.

—No era una ilusión cualquiera… —murmuró Eleira—. Me mostró algo que ni tú sabías. No fue una copia. Fue una verdad robada.

Alen asintió lentamente. Ahora entendía lo que significaba portar los fragmentos de otros. No solo copiaba habilidades. Portaba sus pecados, sus recuerdos, sus miedos. Y podía invocarlos.

—Puedo hacer más —dijo.

Y esta vez probó algo distinto: canalizó la energía que había absorbido de uno de los Morvils, los devoradores de memorias. Dirigió la palma hacia una roca, no con intención de destruirla, sino de borrarla.

La piedra comenzó a desaparecer lentamente, como si nunca hubiera estado allí. No se desintegró. No se rompió. Simplemente… dejó de ser recordada por el mundo.

Eleira se cubrió la boca con asombro.

—Eso… eso es magia prohibida. Alen, estás jugando con algo que ni los clanes dominan.

—No juego —dijo él, mirando su mano con gravedad—. Si todos quieren que me convierta en un arma… al menos aprenderé a manejarme antes de que ellos lo intenten.

Pero algo más ocurrió en ese momento.

Dentro de su mente, una de las voces rió. Era una risa nueva, aguda, burlona… y activa.

> —Muy bien, Alen… ahora estamos despiertos.

Una parte de él había visto su entrenamiento como una oportunidad.

Otra parte, una de las voces más peligrosas, acababa de despertar con él.

Y no tenía intención de quedarse callada.