Capítulo 9 – Caza bajo tres lunas

La noche se tiñó de rojo. Tres lunas cruzaban el cielo, señal de peligro en las tradiciones antiguas. Eleira lo supo antes de escuchar el primer silbido. Alen, sin embargo, ya los sentía venir.

—Nos encontraron —dijo ella, su mano aferrando la empuñadura de su lanza—. No son del Clan Merasth. Estos huelen a brea… y polvo viejo.

—Son del Clan Tharmek —susurró Alen, con una certeza que no era suya. Una de las voces dentro de él había respondido al nombre. Y por un momento, sus recuerdos se entrelazaron con los de un cazador muerto hacía años.

El Clan Tharmek. Cazadores de renegados. Usaban trampas, niebla venenosa y golems de hueso para atrapar a quienes portaban magia que no comprendían.

No tardaron en rodearlos. Seis figuras encapuchadas, moviéndose entre árboles con movimientos silenciosos. Una red de púas cayó desde arriba. Alen alzó la mano y la red se detuvo en el aire, suspendida por un campo de ilusión.

—¿Qué es esto? —exclamó uno de los cazadores, al ver su trampa deshacerse.

Alen no respondió. Dejó que la campana de Mor’Ryl tintineara con un pequeño gesto.

Y entonces las ilusiones comenzaron.

Los cazadores vieron sus propios rostros pudriéndose, a sus familias gritando desde pozos sin fondo, a sí mismos devorados por las mismas criaturas que habían cazado. Uno se acuchilló a sí mismo, creyendo que su sombra lo devoraba. Otro huyó hacia la oscuridad, balbuceando oraciones.

Solo uno resistió. El líder, de rostro pálido y marcado por cicatrices. Blandía un bastón de hueso con un cráneo tallado en runas. Su voz era grave, cargada de odio:

—¡Tu alma no te pertenece, aberración! ¡La has construido robando vidas! ¡Pero la muerte aún puede reclamarlas!

Alen lo miró con calma. Ya no era el mismo joven asustado del círculo de piedra. Dentro de él habitaban cientos de fragmentos de poder… y algunos lo defendían por instinto.

—No tengo alma. Solo hambre —dijo.

Y con un movimiento, canalizó la energía devorada de uno de los Morvils. Extendió la mano y borró la memoria del cazador jefe. El hombre cayó de rodillas, con la mirada perdida.

—¿Quién… soy…? —murmuró, mirando el bastón como si no lo reconociera.

Alen se acercó, puso la campana sobre su pecho, y lo observó desvanecerse lentamente. No muerto. No destruido. Solo… olvidado por el mundo.

Eleira, aún en guardia, bajó su lanza.

—Mataste a uno y quebraste a los demás sin derramar sangre. Nunca vi algo así.

—No los maté —respondió Alen—. Solo les mostré lo que temían. Solo borré lo que no debía existir.

—Y si un día te borras a ti mismo… ¿cómo sabrás quién eras?

Alen no supo qué responder. Porque esa era exactamente la voz que seguía resonando dentro de él: la suya… o quizás la de otro Alen, en otra vida.

Y mientras el silencio regresaba al bosque, una nueva presencia observaba desde las alturas, invisible, flotando como una niebla con ojos. Otra bestia menor, más antigua que Mor’Ryl… esperando su turno.