Capítulo 10 – La Espiral del Olvido

El aire cambió en cuanto cayó el último rastro de niebla. Alen lo sintió antes de que Eleira dijera algo. Era como si el tiempo mismo se hubiera hecho denso. Cada paso que daban parecía repetir ecos de sus anteriores, como si caminaran en círculos invisibles.

—¿Notas eso? —preguntó Eleira, con voz tensa—. El musgo… está al revés. Como si hubiéramos retrocedido una estación entera.

Y entonces apareció.

Suspendida entre ramas secas, flotando como humo sólido, la nueva bestia menor se presentó sin rugido, sin ataque. Era silenciosa, majestuosa y absolutamente errónea.

Aether'manul, la bestia menor del Clan Zereth, perdido siglos atrás. Representaba el tiempo corrompido, las memorias recicladas, el pasado que insiste en no morir.

Su cuerpo era delgado y alargado, como si hubiera sido estirado por eras enteras. Tenía tres rostros: uno lloraba, uno reía, y otro gritaba eternamente. De su lomo brotaban relojes rotos como espinas, y cada uno marcaba una hora distinta.

> —Alen… —susurró una de sus bocas—, ¿cuántas veces has sido tú?

El suelo bajo sus pies se rompió. No físicamente, sino dentro de su percepción. De repente, Alen se vio a sí mismo como un niño, luego como un anciano, luego como un cadáver… y luego como otra persona completamente.

Estaba viviendo sus vidas pasadas. O las vidas pasadas de los que había devorado.

> —¿Cuántas almas son demasiadas?

—¿En qué momento dejas de ser tú?

—¿En qué momento empiezas a ser… nosotros?

La criatura no atacaba. Pero lo estaba deshaciendo. Fragmentándolo. Las voces dentro de él ahora gritaban al unísono, unas tratando de protegerlo, otras pidiéndole que se rinda.

Pero Alen, aunque arrodillado, mantuvo la mirada fija en el rostro que gritaba.

—No… voy… a quebrarme.

Y por primera vez, fusionó dos fragmentos. Tomó la ilusión del miedo de Kael’Thor… y la aplicó sobre sí mismo. Se forzó a ver su miedo más profundo:

Convertirse en todas las almas que devoró. Perderse. Volverse un monstruo sin rostro.

Y al ver eso, comprendió.

No podía evitar la fusión. Pero sí podía ser el que elegía qué fragmentos conservar.

Gritó, y el poder surgió desde dentro. No era magia ajena. Era su voluntad sobre la amalgama. Las memorias, los poderes, los pecados… él los gobernaría.

Aether’manul retrocedió. El tiempo dejó de oscilar. La criatura lo miró, por primera vez, con respeto.

> —Entonces has elegido tu condena. Eres el guardián de lo que no debe recordarse.

Dejó caer una aguja dorada: un fragmento de tiempo suspendido, un artefacto que le permitiría en el futuro detener un instante y actuar fuera del flujo de la realidad… a un costo desconocido.

Y como todas las bestias menores, Aether’manul desapareció entre nieblas.