Capítulo 14 – El eco y la grieta

La región entre clanes era un lugar que nadie reclamaba.

Antiguamente llamada Val’Ruen, era tierra de nieblas perpetuas, templos sumergidos y leyendas tan viejas que ni los sabios de los clanes las repetían. Decían que allí dormía el Primer Lazo, una criatura nacida antes del equilibrio entre bestias menores y los pactos de sangre.

Ahora, Alen y Eleira atravesaban esa tierra con pasos cautelosos.

—¿Estás seguro de que fue aquí? —preguntó ella, sin soltar su lanza.

—No fue una visión. Fue una llamada —respondió él—. Desde dentro.

Desde que había absorbido el fragmento del Yarth’namul, algo dentro de él se movía distinto. Las voces, usualmente caóticas, parecían ordenarse... como si una fuerza mayor se organizara detrás del ruido.

Una nueva Voz.

Una que no susurraba… hablaba con certeza.

> “Estás cerca de tu herencia verdadera, Alen. Los clanes no recuerdan lo que los creó. Pero tú… puedes recordarlo. Porque yo… estuve allí.”

Las palabras no eran humanas. Eran más antiguas que el lenguaje.

Eleira notó su mirada ausente.

—¿Te está hablando?

Alen asintió.

—Dice que estuvo allí… cuando los clanes aún no existían. Y que yo fui parte de eso.

—¿Parte cómo?

—No lo sé… aún. Pero me llama “Fragmento”.

Siguieron hasta hallar lo impensable: una grieta en el suelo, profunda como un abismo, de la que salía un humo blanco… no tóxico, pero espiritualmente pesado. Como si las almas enterradas allí aún respiraran.

Alen bajó primero. No con una cuerda, sino dejándose caer suavemente al canal de piedra antigua, sus sombras amortiguando el descenso. Eleira lo siguió, concentrada.

Dentro había un altar de hueso. Encima, un mural intacto, cubierto por siglos, pero aún visible bajo la luz interior de una llama azul que flotaba sola.

Alen se acercó.

Y entonces…

Todo se quebró.

> El suelo tembló. La voz habló fuerte, dentro de su cráneo:

“¡Yo soy Sarnak, la Raíz del Grito! Te he esperado siglos, Fragmento del Núcleo Devastado. ¡Eres el portador de los ecos… pero ahora YO despierto!”

Alen cayó de rodillas.

Eleira corrió hacia él, pero no pudo tocarlo. Una cúpula negra surgió a su alrededor, hecha de energía viva.

Desde su pecho, una segunda sombra salió disparada.

Pero no era sombra. Era una figura humanoide, negra, sin rostro, con cuatro brazos y cuernos espirales. Flotaba sobre él. Una de las Voces… pero con forma.

Eleira lo miró con horror.

—¿Qué es eso?

La criatura habló sin boca:

—Soy lo que quedó del Primer Pactante. Quien intentó devorar a las bestias menores antes de que fueran selladas en clanes. Dormía en ti. Y ahora que has purificado el alma de un protector… tengo el camino libre.

Alen se arqueó en el suelo, sus venas brillando con símbolos rojos. Estaba perdiendo el control.

Pero entonces, Eleira gritó su nombre.

No como una súplica. Como una orden.

—¡Alen! ¡No eres una Vasija! ¡Eres el muro que impide que estos monstruos salgan! ¡¡Lucha!!

La sombra se estremeció.

La llama azul del altar vibró… y entró en el pecho de Alen.

El cuerpo del chico brilló. Las sombras chillaron. La Voz rugió.

> “No puedes sellarme otra vez… ¡¡yo vi el nacimiento de este mundo!!”

Alen abrió los ojos, y por un momento, fue él y todos a la vez.

—Entonces recuerda —dijo, con voz doble—: el mundo ya murió una vez. No dejaré que lo mates otra vez.

Y la sombra fue sellada de nuevo. No destruida. Solo contenida… más cerca de la superficie que nunca.

---

Cuando todo acabó, Eleira lo sostuvo entre sus brazos.

—¿Quién era?

—Uno de los primeros… de los que crearon los lazos entre las criaturas y los clanes. Pero no por paz. Por hambre.

—¿Y tú?

Alen miró sus manos.

—Soy lo que queda… del arma que lo detuvo.