Capítulo 16 – Fragmentos que despiertan

—¿Cuántos han portado fragmentos como el mío? —preguntó Alen.

Kainor preparaba una mezcla de humo y esencia de raíz de tharn, usada para vincular la conciencia a recuerdos sellados.

—Siete, que se sepa —respondió sin mirar—. Solo dos sobrevivieron más de tres años.

—¿Y los demás?

—Se perdieron en sí mismos. Devorados por las Voces. Por sus propios miedos.

Alen tragó saliva. No por miedo, sino porque las voces dentro de él guardaban silencio ahora. No era paz. Era una pausa antes del juicio.

Eleira, sentada en posición de loto, tenía los ojos cerrados. Su respiración era profunda. Kainor había dicho que su Fragmento era distinto… como si estuviera hibernando, esperando una chispa emocional.

—¿Qué tipo de Fragmento lleva ella?

Kainor respondió con cautela.

—No es parte del Núcleo. Es anterior. Ella no lo heredó… lo protegió, generación tras generación, sin saberlo.

—¿Entonces está sellado?

—No. Está observando.

El silencio fue interrumpido por un zumbido lejano.

Kainor se irguió.

—Ya vienen. Demasiado rápido.

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Los Silenciadores no usaban armaduras. Sus cuerpos estaban tatuados con runas que anulaban las huellas espirituales, haciéndolos indetectables para la mayoría de hechiceros. Pero Kainor los conocía.

—Ocho. Uno es un Cazador de Éter. No podemos huir.

—Entonces peleamos —dijo Alen, levantándose.

—No sin hacer esto primero.

Kainor lanzó el humo de tharn a su rostro y al de Eleira.

—Esto les mostrará una visión. Tal vez los despierte. Tal vez los quiebre.

Y entonces... los Silenciadores cayeron sobre la cabaña.

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En el plano interior, Alen cayó en una sala de espejos oscuros. Cada reflejo mostraba una versión rota de sí mismo: algunos rugían como bestias, otros lloraban, y uno… uno lo miraba directamente, como si lo reconociera.

—¿Quién eres tú?

El reflejo sonrió.

—Soy quien serás si te rindes. Yo… dejé entrar a Sarnak.

Alen retrocedió. Pero entonces, una voz distinta lo envolvió, tranquila:

> “No los destruyas. Acéptalos. Todos somos Fragmentos.”

Y entonces los espejos lo envolvieron. No como enemigos. Como partes que regresaban a su centro.

Alen despertó. Sus ojos brillaban negros con anillos dorados.

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Eleira vio fuego. Sangre. Y una figura encadenada.

Era una mujer, de su misma edad, idéntica… salvo por los ojos reptilianos y las alas plegadas de sombra.

—¿Eres yo?

—Soy lo que tu linaje ocultó. La guardiana del equilibrio antes de los clanes. Yo mantuve dormidos a los Primeros. Hasta que los hombres me traicionaron.

—¿Por qué estás en mí?

—Porque tu familia me encerró. Y tú… eres la primera que no teme oírme.

La figura se desvaneció.

Eleira abrió los ojos.

Sus iris eran ahora amarillo ámbar, con marcas de runas suaves brillando bajo la piel.

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Los Silenciadores entraron justo cuando el suelo tembló.

—¡Ahí están! ¡Mátenlos antes de que el vínculo se estabilice!

Uno de ellos lanzó un filo de éter directamente hacia Alen. Él lo atrapó en el aire, y la hoja se disolvió entre sus dedos.

—No más silencios —dijo con voz doble—. No más sellos.

Eleira se movió con rapidez sobrenatural. Su lanza no se desplazaba: flotaba, guiada por su voluntad. Tocaba la carne y sellaba los músculos. Tocaba runas y las invertía.

Kainor, desde la entrada, contenía el campo con runas que cerraban el espacio alrededor.

La lucha duró minutos.

Uno a uno, los Silenciadores cayeron.

Pero el último… se inmoló.

Un sello grabado en su pecho estalló en fuego púrpura, que quemó el suelo y marcó el aire.

Kainor gritó:

—¡Ese sello es un rastro! ¡Van a saber exactamente dónde estamos!

Alen miró a Eleira.

—Tenemos que movernos.

Ella asintió.

—Ahora los clanes sabrán que los Fragmentos despertaron.

Kainor se acercó, respirando con dificultad.

—Entonces… vayan al Desfiladero de Naor. Hay una criatura allí que recuerda el primer colapso. Puede ayudarlos… o matarlos.

—¿Qué es?

—Una bestia menor… que eligió no pertenecer a ningún clan.

Y que odia a los humanos con Fragmentos.