Capítulo 17 – El sendero hacia el rugido

El bosque parecía más silencioso tras la batalla. Como si incluso los insectos temieran respirar cerca de un Fragmento despierto.

Kainor no volvió a hablar después de entregarles el mapa quemado que conducía al Desfiladero de Naor. Solo los miró por última vez, con algo parecido a orgullo… o resignación.

Alen y Eleira caminaron durante horas sin decir una palabra. El humo del sello inmolado aún flotaba a lo lejos.

—¿Sientes eso? —dijo Eleira por fin—. No los Silenciadores. Lo otro… como si la tierra nos estuviera observando.

—Sí —dijo Alen—. Es como si todo vibrara distinto. Como si ya no fuéramos los mismos.

Ella se detuvo.

—Yo vi cosas. No solo dentro de mí. Vi a mi madre… sellando algo. En una cripta debajo del agua. Y lo peor… fue que vi su expresión.

—¿Miedo?

—No. Culpa.

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El camino hacia Naor se volvió más denso. Los árboles cambiaron de forma. Las ramas se entrelazaban por sí mismas. Los hongos brillaban con un fulgor verdoso y susurraban nombres cuando pasaban.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Alen.

—Sí. Están diciendo tu nombre… y el mío. Están rezando por nosotros.

—O contra nosotros.

A medida que descendían, el aire se volvió más denso, más húmedo, y los caminos rectos se curvaban como si evitaran algo invisible.

Alen detuvo el paso.

—Este bosque… no es solo extraño. Está vivo.

—Y tiene miedo —respondió Eleira.

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Pasaron por una antigua estación de vigía abandonada, con estandartes descoloridos. Allí descansaron.

Eleira sacó un trozo de pan endurecido y se sentaron juntos. El silencio era tenso… pero cómodo.

—Tú controlas tu poder mejor que yo —dijo ella de pronto.

—No es verdad. Yo solo lo dejo entrar.

—Y yo lo resisto.

Alen la miró con suavidad.

—Quizá eso sea lo que te hace más fuerte. Yo aún no sé quién soy. Pero tú... te enfrentas incluso a lo que no comprendes.

Eleira lo miró con una mezcla de asombro y algo más… una emoción que nunca había permitido que surgiera. Pero ahora que estaban solos, lejos de todo, sus defensas cedían poco a poco.

—Si sobrevivimos a esto —dijo ella, mirándolo fijamente—, te contaré todo lo que vi en esa visión. Incluso lo que me hizo llorar.

—Y yo te contaré lo que sentí cuando vi a mis versiones futuras matarse entre sí.

Hubo una pausa. Una pequeña sonrisa. Y entonces, el suelo tembló.

No por un enemigo, sino por la llegada a la frontera de Naor.

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El paisaje cambió bruscamente. Montañas irregulares, grietas profundas y el sonido constante de respiraciones que no pertenecían a humanos.

—¿Esto es Naor?

—No solo eso —respondió Eleira—. Este es un campo de exilio. Aquí enterraban a las bestias menores que no servían a ningún clan.

Y entonces lo vieron: una estructura de piedra negra en espiral, y en su cima, una figura.

Un ser parecido a un ciervo, pero con piel escamosa, seis ojos y una cornamenta de cristal quebrado.

La criatura los miró… y habló con una voz que surgía de la tierra misma:

> —Han traído los Fragmentos otra vez. ¿Quieren respuestas… o quieren romperme también?

Alen tragó saliva. Eleira dio un paso adelante.

—Queremos entender lo que somos. No dominarte.

> —Entonces… pasen. Pero no mientan.

El Desfiladero odia la mentira más que a la muerte.

Y los dejó entrar.