Capítulo 20 – El Ojo que Nunca Cierra

La primera señal fue el silencio. Un silencio denso, forzado, como si el aire hubiera sido suprimido.

—¿Lo sientes? —susurró Eleira, instintivamente a la defensiva.

—Sí. Vienen.

Un relámpago verde estalló desde los riscos. Sellos de contención llovieron sobre el círculo: símbolos antiguos grabados en piedra viva, lanzados como proyectiles bendecidos. Alen y Eleira apenas lograron esquivar el primero.

Desde lo alto, seis figuras descendían a gran velocidad, envolviéndose en armaduras rituales: los Tejedores del Ojo, la rama ejecutora del Clan Aethren.

Uno de ellos, el de túnica negra y mirada vidriosa, alzó un estandarte tallado en hueso.

> —¡Fragmentarios no redimidos! ¡En nombre del Primer Decreto, serán confinados!

—¡Vuelvan por donde vinieron! —gritó Eleira, los ojos ya dorados.

> —Tus ojos son blasfemia. Lo que vive en ti debe ser encerrado. Igual que antes.

El sello fue activado.

Un domo de energía cayó como una cúpula translúcida, atrapándolos dentro del círculo ritual. Pero lo que los Aethren no sabían… era que los Fragmentos ya no eran prisioneros.

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Dentro del sello

Alen sintió que su piel ardía. Las marcas de su cuerpo brillaban como líneas de magma. Su Fragmento susurró:

> —Quieren encerrarnos. Pero yo ya no soy tu carga. Soy tu reflejo.

El aire se deformó. Las palabras del enemigo comenzaron a diluirse.

Y entonces, por primera vez, Alen mordió el poder. Literalmente.

Extendió la mano hacia uno de los sellos flotantes y lo atrapó entre los dedos. Lo desgarró como si fuera carne… y el símbolo estalló. La energía del hechizo se absorbió en su brazo como una niebla roja, y Alen sintió un tirón interno.

> —¿Qué hiciste? —gritó uno de los tejedores, retrocediendo.

—Probando lo que soy —dijo Alen, mientras su ojo izquierdo tomaba forma espiralada.

Podía devorar habilidades.

Solo por instantes… pero suficientes para usarlas.

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Eleira también cambió. Sus pies ya no tocaban el suelo. Flotaba apenas unos centímetros, envuelta en un aura blanca con venas negras como tinta.

Su voz no era solo suya. Era coral. Fragmentaria.

> —¿Sabes qué veo, Tejedor? —dijo Eleira, extendiendo la mano—. Que en tu interior… no crees en tu causa. Solo temes lo que no entiendes.

Un destello. Su poder explotó como una marea lunar, deshaciendo tres de los sellos del domo con un solo gesto.

El resto de los enemigos titubeó. Nunca habían enfrentado Fragmentarios despiertos.

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El Quebrado observa

Desde fuera, el Quebrado —la bestia menor— no intervenía. Solo observaba con su ojo lleno de grietas.

> —Por fin. Dos que no usan su don como látigo. Sino como vínculo.

Uno de los Aethren giró hacia él, creyéndolo neutral.

> —¡Ayúdanos! ¡Estos engendros romperán el equilibrio!

El Quebrado inclinó la cabeza… y habló con voz de eco milenario:

> —Yo serví al equilibrio… hasta que entendí que el equilibrio era solo otra prisión.

Y entonces, su aura barrió el risco, deshaciendo los soportes mágicos de los enemigos.

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El final del combate

En minutos, el campo quedó en silencio. No por muerte. Sino por rendición.

Los Tejedores sobrevivientes huyeron con heridas mágicas y sin respuestas.

Alen cayó de rodillas, jadeando. Había absorbido más de lo que podía contener. Su brazo derecho temblaba, con energía fluctuando bajo la piel.

—¿Estás bien? —preguntó Eleira, acercándose.

—Por ahora. Pero si sigo devorando así… algo en mí cambiará.

> —Todo cambio empieza con hambre —dijo su Fragmento.

Eleira lo ayudó a levantarse. Ella también temblaba… pero no de miedo. De posibilidad.

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Epílogo breve

Esa noche, sentados frente al fuego, el Quebrado les entregó un mapa.

> —Lo que ocurrió aquí resonará en los Nidos del norte. Otros oirán. Otros vendrán. Pero hay un lugar… donde los Fragmentos aún hablan entre sí. Un Santuario. Si quieren respuestas, deben llegar allí antes que los Cazadores.

Y así, comenzó un nuevo tramo en su viaje.

Uno donde las voces internas… ya no estaban dormidas.