Klein iba pedaleando en su bicicleta después de salir de gimnasio. Sus piernas ardían, sintiendo como todos sus ligamentos se estiraban en un intento de seguir avanzando.
Sus manos temblaban debido a la debilidad después de agotar todas sus energías.
Su mente se sentía mareada, con el estómago revolviendose, gestandose en él unas ganas inmensas de vomitar.
Aún con todo eso, siguió avanzando sin parar. Apretaba los dientes y mantenía la cabeza baja para evitar el vómito por la brisa del aire.
Ya no vuelvo a venir al gimnasio en bicicleta...
Finalmente, Klein logró llegar a su casa. Se apresuró corriendo y abrió la puerta de golpe.
Al igual que antes había una nota puesta sobre la mesa de entrada, pero la ignoró completamente y fue directamente al baño.
Vomitó en el fregadero. Al terminar, se quitó la ropa y se dio un baño rápido.
Cuándo terminó de bañarse, se puso un suéter y un pantalón holgado. Se recostó sobre su cama, descansando por el día de ejercicio tan productivo y a la vez pésimo que tuvo.
El reloj puesto en la pared de su habitación sonaba, dejando pasar las horas.
A las siete en punto de la noche, Klein se despertó; el desgaste físico lo había dejado dormido.
Vio el reloj de su pared y rápidamente se puso unos tenis de color blanco que combinaba con su suéter y pantalón negro.
Bajó por las escaleras y se dirigió a la puerta de entrada. Cuando estaba por abrirla, alguien más lo hizo desde afuera.
Una mujer con cabello azabache, ojos negros apagados y algunas arrugas en su rostro se le quedó observando.
Vestía un traje negro pulcro de oficina, cargando un maletín oscuro.
Caín habló en un tono indiferente y a la vez respetuoso:
-Buenas noches, mamá. Hoy no pude comer lo que me dejaste, lo siento. Si me disculpas, tengo que salir ahora-.
Klein pasó a lado de su madre. Justo cuando estaba apunto de salir, ella lo detuvo con unas palabras:
-Oye, hijo... ¿Quisieras salir a algún lado este fin de semana?-.
Pese a que su madre lo llamó, el no se volteó. Gotas de sudor frío y escalofríos le recorrieron toda la espalda.
-No, mamá... Tengo tarea que hacer, perdón-.
-Oh... Está bien, no te preocupes... Ve con cuidado." La voz de la madre simulaba decepción-.
Klein siguió su camino, con un pensamiento cruzando su madre: Esa no es mi madre...
Sí... Ella no es del tipo de madre que trata a su hijo cómo... Bueno, un hijo.
Estoy seguro que ella fue reemplazada en algún programa del gobierno para suplantar identidades con el objetivo de ser usada para alguna hipotética guerra... Sí, tiene que ser eso.
Aunque si ese fuera el caso, realmente han hecho un muy buen trabajo, casi hasta siento algo por su tristeza...
Mientras Klein seguía caminando sumergido en sus pensamientos, las personas lo miraban de manera extraña. Sus miradas se dirigían a sus piernas gelatinosas.
Klein lo notó y dejó sus pensamientos en el fondo de su mente. Continúo con la cabeza baja por la vergüenza.
Después de aproximadamente 15 minutos de caminata, llegó a su destino. Subió hasta la cima de una pequeña colina verdosa.
Se sentó en ella, contemplando la luz de la luna que brillaba suavemente en esa noche.
-No, no creo que sea eso...-.
Klein comenzó a hablar en voz media-baja, conversando con la nada.
-Si eso fuera cierto, ¿Por qué ella no intentó buscarme antes? ¿Por qué justo ahora?-.
-No, yo soy su hijo, pero ella hace tiempo dejó de tratarme como uno. Para ella, tan solo soy alguien que vive gratis en su casa. Simplemente está esperando el día en el que sea mayor de edad para sacarme a patadas...-.
Una vibración en su pantalón interrumpió su conversación con la nada. Era un mensaje en su teléfono.
"Holaaaa. ¿Cómo estás, guapo?"
¿Uh? ¿Será una de esas estafas en las que atraen a chicos ingenuos mediante el sexo?
"No soy ninguna estafadora. Por si te lo preguntas, tonto."
¡¿Me acaba de leer la mente?! Klein estaba genuinamente aterrado.
"¿Quién eres?" Preguntó cautelosamente Klein.
"Soy tu futura amada."
"..." Klein no sabía cómo responder a eso.