Todo lo que no te dije (Parte 2)

CAPITULO 5

 

Coloqué con delicadeza las velas sobre la tarta de crema, admirando el resultado final. Hoy se cumplía un año desde que me casé con Chen Hao. Respiré hondo y miré alrededor del comedor. La mesa estaba impecable, cubierta con un mantel blanco de lino y decorada con un centro de flores amarillas de nuestro jardín. Había pasado horas preparando cada detalle. Cociné cuidadosamente los platos que recordaba que a Hao le gustaban, aunque no estaba segura de si todavía lo hacían. Incluso saqué las mejores copas de cristal.

Desde el reflejo del ventanal, me observé. Llevaba un vestido azul profundo, sencillo pero favorecedor. Esperaba que, al menos por esta noche, no pasara desapercibido. Quería verme bien para él.

«Tal vez no diga nada, tal vez no haga nada especial», pensé mientras ajustaba un mechón de pelo sobre mi hombro. «Pero con que llegue y cene conmigo, será suficiente».

A las siete, todo estaba listo. Me senté en el sofá del salón, con los ojos fijos en la puerta principal, y una mezcla de ansiedad y esperanza se apoderó de mí. Los segundos se convirtieron en minutos y los minutos en horas.

A las ocho, revisé mi teléfono. No había mensajes de Chen Hao.

El tiempo seguía pasando, lento y cruel.

A las nueve, las velas comenzaron a apagarse. Me levanté para reemplazarlas, pero me temblaban las manos al encender la mecha. Apenas logré encenderla, como si mi propia ilusión comenzara a desvanecerse.

A las diez, la certeza de su ausencia se hizo insoportable. Me levanté del sofá con movimientos lentos y caminé hacia el comedor.

La mesa, que horas antes había llenado de esperanza, ahora me parecía un escenario vacío, casi burlón. Me quedé de pie frente a ella, mirando la tarta intacta en el centro. Las velas parpadeaban débilmente, proyectando largas sombras en las paredes.

Sin pensarlo demasiado, comencé a recoger los platos. Cada uno terminó en la basura junto con la comida que preparé con tanto cuidado. Mis movimientos eran automáticos, casi mecánicos, pero detrás de ellos había una combinación de tristeza y rabia que no sabía cómo expresar.

Cuando terminé, me detuve frente a la tarta. Era lo único que quedaba en la mesa, intacta, como un testigo silencioso de lo que había planeado para esa noche. Por un momento, pensé en tirarla también, pero algo dentro de mí me detuvo.

«Que la vea», pensé con frialdad. «Que vea lo que no quiso compartir».

Apagué las luces del comedor, dejando la tarta iluminada solo por las velas que aún ardían débilmente. Era mi manera de protestar, de mostrarle que, aunque no podía decirlo en voz alta, su ausencia me dolía más de lo que él podría imaginar.

Subí las escaleras con pasos firmes, cada escalón acompañando un pensamiento que se iba formando en mi mente. «Si a él no le importa este matrimonio, entonces yo tampoco voy a seguir sacrificándome», repetí como un mantra.

Cuando llegué a mi dormitorio, encendí la lámpara de la mesita de noche y me senté frente al tocador. Abrí el segundo cajón y saqué una invitación que había recibido días atrás.

Era para un desfile de moda exclusivo, organizado por una de las academias más prestigiosas de Shanghái. Había considerado rechazarla. La idea de estar rodeada de diseñadores que estaban viviendo el sueño que yo había abandonado por mi matrimonio me resultaba demasiado dolorosa.

Pero ahora, sosteniendo la invitación entre mis manos, algo cambió.

«Voy a ir», decidí con determinación. Por primera vez en mucho tiempo, sentí una chispa de emoción. No importaba lo que pensara Hao, ni si mi ausencia en casa llamaba su atención. Ese desfile no solo era una oportunidad profesional, sino también un recordatorio de lo que había sido antes de que mi vida se redujera a ser la mujer de Chen Hao.

Me puse de pie y guardé la invitación en mi bolso, como un símbolo de mi decisión de priorizarme. Luego, me despojé del vestido y me puse mi pijama.

Al meterme en la cama, abracé la almohada que había sido mi único consuelo durante ese año. Miré hacia la ventana, donde la luz de la luna iluminaba suavemente mi habitación.

Por primera vez en meses, mis pensamientos no estaban en Chen Hao. Estaban en mí.

***** 

 

Apagué el ordenador y dejé escapar un largo suspiro. Los documentos sobre mi escritorio permanecían intactos, como si esperaran pacientemente a que los revisara. Había pasado el día en la oficina, aunque no podía decir con certeza cuánto trabajo había hecho realmente. Mi mente, inquieta, se había negado a concentrarse desde la mañana.

Mi mirada se desvió hacia una foto enmarcada al borde de la mesa. Era de mis padres, tomada durante un viaje familiar hacía años. Mi madre sonreía ampliamente, sosteniendo un sombrero de paja, mientras mi padre miraba directamente a la cámara con su expresión siempre seria.

Aparté la foto de mi vista, como si con ese gesto pudiera deshacerme también de los pensamientos que me perseguían. Sabía perfectamente qué día era. Desde que abrí los ojos esa mañana, el recuerdo de mi aniversario de bodas había estado presente, como una sombra persistente.

«¿Y qué?», me dije, enderezándome en la silla. No había necesidad de actuar como si fuera un día especial. Sabía que Ai probablemente habría preparado algo, pero ¿qué cambiaba eso? Nada que hiciera podría alterar lo que ya era nuestro matrimonio: una fachada cuidadosamente construida.

Me levanté y recogí mi maletín. Mi asistente, que terminaba de archivar unos documentos al otro lado del despacho, me miró con cierta sorpresa.

—¿Se va, señor Chen?

Asentí con un gesto breve.

—Sí. Puedes irte también.

Sin esperar respuesta, crucé el pasillo, cogí el ascensor y salí del edificio. El chófer me estaba esperando junto al coche.

—A casa —ordené mientras me acomodaba en el asiento trasero. Pero antes de que el vehículo arrancara, añadí—: Después de dejarme, puedes tomarte la noche libre.

Asintió y condujo en silencio.

Miré por la ventana, pero mi mente no estaba en las calles de Shanghái. Estaba en Ai, imaginando la escena que seguramente me esperaba al llegar.

El coche se detuvo frente a la mansión. Bajé y cerré la puerta detrás de mí con un golpe seco. Me quedé un momento en la entrada, mirando la casa a oscuras. La penumbra me sorprendió. Entré en silencio, dejando el maletín en el sofá del salón. El eco de mis pasos era el único sonido en la enorme estancia. Me dirigí a la cocina, esperando encontrar los platos de la cena que ella había preparado.

Pero lo que vi me detuvo en seco.

El cubo de basura estaba lleno. Dentro había restos de comida, platos que ni siquiera habían sido tocados. Reconocí algunos de los ingredientes, recordando vagamente las veces que ella había preparado esos mismos platos.

Me incliné para observar más de cerca, como si necesitara confirmarlo. Esto no era normal. Xu Ai nunca tiraba nada. Incluso cuando yo llegaba tarde o no aparecía, ella siempre guardaba la comida, como si quisiera demostrar que estaba dispuesta a esperarme.

«¿Qué está pasando?», pensé, mi desconcierto se transformó en una incomodidad que no podía ignorar.

Fui al comedor, donde encontré la tarta en el centro de la mesa. Era perfecta, como todo lo que ella hacía. Pero algo en su perfección me perturbaba. Las velas se habían apagado por completo, dejando pequeños charcos de cera seca alrededor de la base.

La tarta parecía ser un símbolo de algo más, algo que no podía descifrar. Era como si Ai hubiera dejado ese pequeño acto de resistencia, un recordatorio silencioso de que yo no había estado allí.

Subí las escaleras en silencio, con la mente llena de preguntas. La puerta del dormitorio de Xu Ai estaba entreabierta. Por un momento, consideré simplemente seguir hacia mi propia habitación, pero no lo hice.

La empujé con cuidado, dejando el espacio justo para poder entrar. La habitación estaba iluminada tenuemente por la luz del exterior que se filtraba a través de las cortinas.

Ella estaba allí, dormida, con el rostro sereno y una leve sonrisa curvando sus labios.

Me detuve a los pies de la cama, sin poder quitarle los ojos de encima. Había algo hipnótico en esa expresión tranquila, en esa sonrisa que parecía guardar un secreto que no podía descifrar.

Por un momento, el tiempo retrocedió siete años.

La recordé en el instituto, sentada al sol durante los descansos, con la misma sonrisa iluminándole la cara mientras charlaba con sus amigas. Recordé que me quedaba mirándola, hipnotizado, y que más de una vez un balón me había golpeado porque no prestaba atención al juego.

En aquellos días, me sentía afortunado de poder verla, aunque fuera desde lejos. Nunca me había atrevido a acercarme demasiado, temiendo que ella notara mi torpeza o que alguien descubriera lo que sentía. Pero ahora, de pie frente a ella en su habitación, esa misma sonrisa parecía una cruel burla.

La felicidad que veía en sus labios me pareció hiriente, como si escondiera una verdad que no podía aceptar.

El recuerdo de la boda se coló en mi mente como un golpe inesperado. Había llegado a aquel día lleno de ilusión, casi temblando de nervios al descubrir que la mujer con la que me habían obligado a casarme era Xu Ai, a quien había amado en secreto durante tanto tiempo.

Aquella mañana, mientras firmaba el acta de matrimonio, sentí que mi sueño imposible se había hecho realidad. Pero esa felicidad se había convertido en algo mucho más amargo.

«¿Qué clase de maldad se puede esconder detrás de una sonrisa como esa?», pensé, apretando los puños.

El dolor en mi pecho se transformó en ira. Giré sobre mis talones y salí de la habitación, dejando la puerta tal como la había encontrado.

Al llegar a mi dormitorio, cerré tras de mí con un fuerte golpe. Caminé hacia la cama y me dejé caer sobre ella, todavía con el traje puesto. Mis pensamientos se arremolinaban en círculos, volviéndose cada vez más confusos y contradictorios.

Recordar esos días de instituto, cuando mi amor por Xu Ai era puro y sin complicaciones, solo hacía que la realidad actual fuera más difícil de soportar. Me sentía traicionado, no solo por ella, sino también por mis propios sentimientos.

Intenté cerrar los ojos, buscando el alivio del sueño, pero mi mente no me dejaba en paz. «¿Por qué sigo preocupándome por ella?», me pregunté furioso, girando sobre el colchón.

La sonrisa de Xu Ai quedó grabada en mi memoria, mezclándose con los recuerdos de mi pasado y con las dudas que me carcomían en el presente. Finalmente, me quedé mirando al techo, inmóvil, mientras la frustración se apoderaba de mí. No podía seguir así. Algo tenía que cambiar, pero no sabía si estaba listo para enfrentarme a lo que eso implicaba.

 

CAPÍTULO 6

 

Deslicé las yemas de los dedos por la superficie del vestido que había colocado con cuidado sobre la cama. El satén carmesí, profundo y brillante bajo la tenue luz del dormitorio, parecía hablarme, recordándome que aún había algo en mi interior que el tiempo no había apagado. Cada pliegue, cada costura, llevaba mi esencia; esa pequeña chispa de pasión que había guardado como un secreto durante el último año.

Suspiré profundamente, sintiendo que los nervios comenzaban a asentarse en mi pecho. No era habitual que saliera y mucho que asistiera a un evento relacionado con el mundo de la moda, ese universo que había dejado atrás al casarme. Sin embargo, esa noche era diferente. En esa ocasión no iba como la mujer del presidente de Tianlong Group, sino como una mujer que necesitaba recordarse a sí misma quién era.

La habitación estaba en completo silencio, roto solo por el suave sonido del cepillo que deslizaba por mi pelo. Frente al espejo, intenté concentrarme en los detalles: el peinado, los pendientes de perlas que heredé de mi abuela, el maquillaje que realzaba mis rasgos de manera sutil. Pero mi mente no dejaba de divagar. Los recuerdos de mi época universitaria se mezclaban con la incertidumbre del presente, creando una maraña de emociones que me costó desentrañar.

«¿Qué dirán cuando me vean?», me pregunté mientras aplicaba el último toque de color en mis labios. La pregunta había rondado mi mente todo el día. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me enfrenté a un entorno como ese que temía no saber cómo manejarlo. «¿Y si alguien me pregunta si sigo diseñando? ¿Qué les diré? ¿La verdad? ¿Que nunca dejé de hacerlo, pero que lo mantuve en secreto porque era lo único que podía llamar mío?».

Me levanté, dejando el pintalabios sobre el tocador, y me giré hacia el vestido. A pesar de mis dudas, no podía negar el orgullo que sentía al verlo. Cada puntada, cada detalle, era un testimonio silencioso de las noches que había pasado en el pequeño taller improvisado. Para Chen Hao, era una habitación más; para mí, era un refugio, un lugar donde podía ser simplemente Xu Ai.

Me vestí con movimientos precisos, ajustando el cierre lateral y alisando la tela con las manos. El vestido se ajustaba a mi figura como un guante, resaltando mi elegancia natural sin ser ostentoso. Antes de salir, cogí un frasco de perfume y apliqué unas gotas en mis muñecas y detrás de las orejas. El aroma ligero y floral me transportó a una época más simple, antes de que mi vida estuviera marcada por la frialdad y las expectativas de otras personas.

«Esto no es solo un vestido», pensé, enderezando los hombros frente al espejo. «Es mi declaración de que sigo aquí».

Con un último vistazo al espejo, cogí mi bolso y salí del dormitorio. Bajé las escaleras con pasos firmes, sintiendo que la confianza crecía con cada escalón que descendía. El eco de mis tacones resonó en la mansión silenciosa, marcando el ritmo de mi determinación.

El aire fresco de la noche me envolvió al salir. Levanté ligeramente el dobladillo del vestido para no tropezar mientras bajaba los escalones de la entrada. El coche negro esperaba junto a la fuente central, y el chófer se apresuró a abrirme la puerta con una inclinación respetuosa.

—Buenas noches, señora Chen —saludó con voz firme.

—Buenas noches, Lin. Necesito que esta noche me lleves al Waterhouse at South Bund —respondí, acomodándome en el asiento trasero con cuidado de no arrugar la tela del vestido.

El coche arrancó suavemente, dejando atrás la mansión que tantas veces había sentido como una jaula. A medida que avanzábamos, desvié la mirada hacia la ventanilla. «¿Qué estoy haciendo?», me pregunté por enésima vez, mientras mis dedos tamborileaban nerviosamente sobre el bolso que llevaba en el regazo.

Había aceptado casi por impulso, un acto de rebeldía contra la rutina opresiva en la que había estado atrapada durante el último año. Sin embargo, ahora que estaba a punto de enfrentarme al mundo que había dejado atrás, las dudas me asaltaban. ¿Qué dirían mis antiguos compañeros al verme? ¿Me recordarían como la prometedora diseñadora que alguna vez fui o solo como la mujer de Chen Hao?

El coche frenó en un semáforo y mis ojos miraron hacia la acera. Una pareja joven caminaba de la mano, riendo despreocupadamente. La imagen me trajo un recuerdo fugaz de mi época universitaria, cuando soñaba con una vida en la que mi pasión por el diseño sería el centro de todo. Pero la realidad había sido muy distinta. Había cambiado mis sueños por un matrimonio que solo me había traído tristeza y humillación.

Se me hizo un nudo en la garganta, pero lo reprimí con rapidez. No iba a permitir que esos pensamientos me dominaran. Esa noche era para mí, un recordatorio de que aún podía ser más que una mujer que vivía a la sombra de su marido.

—¿Llegaremos pronto, Lin? —pregunté, más para distraerme que porque realmente me preocupara la hora.

—En unos minutos, señora Chen. El tráfico está ligero es noche.

Asentí, volviendo a mirar por la ventanilla. Poco a poco, las luces del Waterhouse comenzaron a aparecer a lo lejos. El edificio, imponente y elegante, parecía estar envuelto en un halo de sofisticación, como si me invitara a dejar atrás todas mis inseguridades y adentrarme en un mundo que una vez había llamado mío.

Cuando el coche se detuvo, el conductor se bajó para abrirme la puerta.

—Gracias, Lin. Te llamaré cuando termine —dije, saliendo con cuidado y alisándome el vestido.

—Estaré esperando, señora Chen. Que tenga una buena noche.

Las puertas de cristal se abrieron con un suave giro y el bullicio del evento me envolvió de inmediato. Avancé con pasos calculados, aunque cada uno requería un esfuerzo consciente para mantener mi apariencia de seguridad. A mi alrededor, los asistentes, ataviados con trajes impecables y vestidos deslumbrantes, se movían entre las mesas de exhibición y las conversaciones animadas.

Por un momento, me sentí abrumada. Era como si las miradas de la multitud, aunque no estuvieran dirigidas específicamente a mí, me atravesaran, exponiendo mis inseguridades más profundas. Respiré hondo y me recordé el motivo por el que estaba allí: no para demostrar nada a nadie, sino para reconectar con una parte de mí que había estado latente durante demasiado tiempo.

Me acerqué a una mesa donde varios diseñadores exhibían sus últimas creaciones. Las prendas, llenas de vida y color, parecían reflejar las esperanzas y sueños de sus creadores. No pude evitar sonreír al recordar que yo solía ser esa joven soñadora que ponía su alma en cada diseño. Ese recuerdo me dio fuerzas. Enderecé los hombros y dejé que mi mirada vagara con calma, absorbiendo cada detalle.

De repente, una voz familiar rompió el ruido de fondo.

—¿Xu Ai...?

Me giré lentamente y mi corazón dio un vuelco al encontrarme con un rostro conocido. Era Li Wen, uno de mis antiguos compañeros de universidad. Su traje negro ajustado y su amplia sonrisa reflejaban confianza, pero también una calidez que no había cambiado con los años.

—¡Li Wen! —respondí, tratando de igualar su entusiasmo.

Dio un paso hacia mí, extendiendo los brazos para un abrazo breve pero afectuoso.

—No puedo creerlo. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Dos años? ¿Tres? —preguntó él, estudiándome con una mezcla de sorpresa y admiración.

—Casi tres —confirmé, sintiendo que una ola de nostalgia me envolvía.

—Te ves increíble. Y ese vestido... ¿es tuyo? —preguntó, señalando la prenda con un gesto de admiración.

Su pregunta me tomó por sorpresa, pero también me llenó de orgullo.

—Sí, lo es —admití, alisando la tela con una mano.

Li Wen me miró con admiración genuina.

—Supe que destacarías desde que vi tu primer diseño en la universidad. Siempre tenías ese algo especial.

Sonreí, aunque sus palabras tocaron una fibra sensible. ¿Qué pensaría si supiera cómo había enterrado mi talento, cómo había dejado de lado mis sueños por un matrimonio que apenas podía llamar así?

—¿Y tú? Veo que sigues en el mundo de la moda —dije, intentando desviar la atención.

—Oh, sí. He estado trabajando en una nueva colección. De hecho, tengo una exhibición en París el mes que viene. Pero tú, Xu Ai, deberías estar aquí como expositora, no como invitada.

Sus palabras me desarmaron. Por un instante, consideré contarle todo: que había renunciado a mis estudios, que había cambiado mi vida en un intento por construir algo que ahora parecía una ruina. Pero en lugar de eso sonreí y asentí, dejando que las palabras de Li Wen se desvanecieran en el aire.

—Tal vez lo considere —respondí, aunque sabía que esa decisión estaba lejos de ser simple.

Wen fue llamado por otro grupo y me encontré sola frente a una mesa de exhibición. Observé los vestidos con una mezcla de admiración y nostalgia, dejando que mis pensamientos fluyeran libremente. Las palabras de Li resonaban en mi mente: «Deberías estar aquí como expositora, no como invitada». Mi corazón se contrajo al pensar en lo lejos que me sentía de esa posibilidad, aunque en lo más profundo de mi ser sabía que aún quedaba una chispa de esa joven llena de sueños y ambiciones.

—Veo que no has perdido el ojo crítico —dijo una voz suave pero inconfundible a mis espaldas.

Me giré y me encontré con la mirada intensa de la profesora Meng, mi antigua mentora en la universidad. La mujer, con su pelo recogido en un moño impecable y un elegante vestido negro, seguía teniendo ese porte que combinaba autoridad y calidez en perfecta medida.

—Profesora Meng... —susurré, incapaz de contener la emoción en mi voz.

—Xu Ai... pensé que nunca volvería a verte en un lugar como este —respondió con una leve sonrisa.

Se me hizo un nudo en la garganta. Era un reencuentro que no había previsto, pero que ahora parecía inevitable. Durante mis años universitarios, la profesora Meng había sido más que una maestra; había sido una guía, alguien que creía en mi talento incluso cuando yo misma dudaba.

—Ha pasado mucho tiempo —logré decir, mi voz temblando ligeramente.

—Demasiado —asintió, estudiándome con atención. Entonces, su mirada se desvió hacia el vestido que llevaba—. Ese vestido es tuyo, ¿verdad?

Asentí lentamente, sintiendo una combinación de orgullo y vergüenza.

—Sí, lo es.

La profesora Meng esbozó una sonrisa de satisfacción.

—Siempre supe que tenías talento. Nunca lo dudé. Pero, dime, ¿por qué no he visto más de tu trabajo en los últimos años?

Esa pregunta, cargada de sinceridad, cayó como un peso sobre mí. No sabía cómo responder sin revelar demasiado. Opté por una verdad a medias.

—Mi vida tomó un rumbo diferente y dejé de diseñar... al menos públicamente.

Meng me observó en silencio por un momento antes de asentir, como si comprendiera más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—Nunca es demasiado tarde para volver, Xu Ai. Lo fácil nunca lleva a nada memorable y tú sabes eso mejor que nadie.

Esas palabras, pronunciadas con la mezcla perfecta de firmeza y afecto, tocaron algo profundo en mí. La profesora Meng me dio un ligero apretón en el brazo antes de alejarse para saludar a otros asistentes, dejándome con una mezcla de emociones difíciles de procesar.

Me quedé inmóvil, observando a Meng alejarse, su figura perdiéndose entre la multitud. Sus palabras resonaban en mi mente, cada una perforando las barreras que había construido para protegerme. «Nunca es demasiado tarde para volver». Esa frase se me quedó grabada, como una promesa y un desafío al mismo tiempo.

Di un paso hacia la mesa de exhibición más cercana, dejando que mis dedos rozaran la tela de un vestido verde esmeralda. Los detalles eran exquisitos: bordados intrincados que fluían como un río de oro y plata, una obra maestra que reflejaba la dedicación y el amor por el oficio. En ese momento, me di cuenta de lo mucho que echaba de menos ser parte de algo así.

«¿Qué estoy haciendo con mi vida?», me pregunté, sintiendo una punzada de tristeza mezclada con determinación. Había permitido que mis sueños quedaran atrapados bajo el peso de un matrimonio que, en el mejor de los casos, era una fachada bien cuidada. Había sacrificado demasiado y, por primera vez en años, no podía justificarlo.

—Perdona, ¿eres Xu Ai? —una voz suave interrumpió mis pensamientos.

Me giré y me encontré con una mujer joven, tal vez en sus veinte, con un sencillo vestido negro y un bloc de notas en las manos. Su expresión era de timidez y admiración.

—Sí, soy yo —respondí, sin saber qué esperar.

—Soy estudiante de diseño en la Academia de Shanghái y... bueno, me hablaron de ti en una de mis clases. Mi profesora mostró algunos de tus viejos diseños. Eran increíbles, realmente inspiradores. ¿Sigues diseñando? —preguntó, sus ojos brillando con genuina curiosidad.

Me quedé sin palabras por un momento, sorprendida de que alguien recordara mi trabajo. Finalmente, sonreí, aunque mi respuesta salió más débil de lo que hubiera querido.

—No tanto como antes. Pero... gracias por tus palabras. Significan mucho para mí.

La joven asintió, como si entendiera algo que yo misma no había llegado a aceptar del todo.

—Bueno, si alguna vez decides volver, estoy segura de que mucha gente estaría emocionada de ver tu trabajo otra vez.

La vi alejarse, su entusiasmo juvenil me dejó con una mezcla de nostalgia y anhelo. Su comentario, tan simple y sincero, encendió algo en mí. No era solo el recuerdo de lo que había sido; era la posibilidad de lo que aún podía ser.

Respiré hondo y dejé que el ajetreo del evento me envolviera una vez más. Mis pasos me condujeron hacia la salida, pero esta vez no sentí el peso de la inseguridad. En cambio, había una determinación silenciosa creciendo dentro de mí.

El aire fresco de la noche me recibió al salir. Me detuve un momento en los escalones del Ritz-Carlton, contemplando las luces de Shanghái que se extendían ante mí como un lienzo infinito. Era una ciudad llena de posibilidades y, por primera vez en mucho tiempo, me permití imaginar cómo sería volver a formar parte de ese mundo.

Lin, mi chófer, se apresuró a abrirme la puerta.

—¿Todo bien, señora Chen? —preguntó con respeto.

—Sí, Lin. Todo está bien —respondí, subiéndome al coche con una leve sonrisa en los labios.

Mientras conducíamos por las calles iluminadas, apoyé la frente contra la ventanilla, dejando que la vibrante energía de la ciudad se filtrara en mí. Esa noche no había sido lo que esperaba, pero de alguna manera, fue exactamente lo que necesitaba.

Regresé a la mansión con un nuevo propósito, aunque todavía era un esbozo sin definir. Caminé por los pasillos oscuros, mis tacones resonando como un eco de mis pensamientos. Al llegar a mi dormitorio, me quité del vestido con cuidado y lo colgué en el armario, como si fuera un símbolo de lo que podía recuperar.

Me senté frente al tocador, mis dedos acariciando la superficie mientras miraba mi reflejo. Mis ojos brillaban con algo diferente esta vez: esperanza.

«Nunca es demasiado tarde para volver», pensé, recordando las palabras de la profesora Meng. Nunca.

Me acosté, abrazando la almohada como tantas veces antes. Pero esta vez, mis pensamientos no estaban atrapados en lo que había perdido. Estaban enfocados en lo que aún podía recuperar.

 

CAPÍTULO 7

 

No miré nada en particular mientras pensaba en Xu Ai. Desde nuestro aniversario de bodas, algo había cambiado entre nosotros. Si bien su comportamiento seguía siendo impecable, había una frialdad que no estaba ahí antes. Lo vi en sus gestos, en la forma meticulosa en que realizaba sus tareas, como si cada movimiento fuera calculado para evitar cualquier interacción innecesaria conmigo.

La imagen de aquella cena perfectamente preparada que tiró a la basura seguía grabada en mi mente. Y luego estaba la tarta, intacta, que quedó en el centro de la mesa como un símbolo silencioso de algo que no podía ignorar. Una parte de mí quería olvidar esa escena, pero otra insistía en recordármelo, como una herida que se negaba a cerrar.

Sabía que la había lastimado. Que una vez más había cumplido con sus peores expectativas sobre mí. Pero no me arrepentía. «No puede esperar nada más de este matrimonio», me repetí, intentando convencerme. Sin embargo, había una punzada incómoda en mi pecho, una sensación que no podía descartar con tanta facilidad. Aquella noche había sido un recordatorio para ambos: nuestra relación no tenía futuro. Y cuanto antes lo entendiera ella, mejor sería para los dos.

Un suave golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Levanté la vista y vi entrar a Jiang, mi asistente, con un expediente en las manos y una expresión que no dejaba espacio para distracciones.

—Señor Chen, el señor Xu está aquí para verlo.

Dejé escapar un suspiro silencioso mientras me enderezaba en mi silla. El solo hecho de escuchar ese nombre bastaba para endurecer mi mandíbula.

—Hazlo pasar —respondí, modulando mi tono para que sonara neutral.

Mientras Jiang salía, aproveché el momento para prepararme mentalmente. Conocía muy bien las visitas de mi suegro. Siempre comenzaban igual: comentarios educados, preguntas superficiales sobre su hija y, finalmente, el verdadero motivo de su presencia. Su cara me era tan familiar como predecible, siempre escondía una agenda bajo esa sonrisa ensayada.

La puerta se abrió de nuevo y entró con la confianza de quien sabe que conseguirá lo que quiere. Su andar era seguro, su postura impecable y lucía una amplia sonrisa, como si fuera un viejo amigo al que no había visto en años.

—Hao, muchacho, me alegra verte —saludó, extendiendo la mano con el entusiasmo que solo un experto manipulador podía fingir.

Me levanté y le devolví la sonrisa, la que reservaba para las reuniones donde la cordialidad era una máscara necesaria, y estreché su mano con firmeza.

—Señor Xu, es un placer recibirlo. Por favor, tome asiento.

Ambos nos sentamos y, como si siguiera un guion, comenzó con las preguntas habituales.

—¿Cómo está mi hija? —preguntó, inclinándose hacia adelante como si la respuesta realmente le importara.

Mantuve la compostura y respondí con precisión:

—Está muy bien. Nuestro matrimonio no podría ir mejor.

Era una mentira que se deslizaba fácil entre mis labios, carente de detalles, porque sabía que él no los necesitaba ni los quería. Su cara se iluminó con satisfacción, como si hubiera cumplido con un deber simbólico al preguntar.

—Eso me alegra, Hao. Realmente fue un acuerdo beneficioso para ambas familias. Me siento orgulloso de como hemos fortalecido nuestra relación.

Si hubiera sido otra persona, probablemente puesto los ojos en blanco. Pero me limité a asentir, dejando que continuara con su preludio cuidadosamente preparado. Sabía que esto no era más que una formalidad antes de llegar al verdadero motivo de su visita.

Decidí adelantarme, acortando su discurso.

—Y bien, señor Xu, ¿qué le trae por aquí hoy? —pregunté, adoptando una postura que simulaba interés.

Pareció dudar por un instante, aunque ambos sabíamos que no había sorpresa alguna en su respuesta.

Finalmente, respiró hondo, dejando caer la fachada con la misma facilidad con la que alguien se quita un abrigo. Su voz adquirió un tono más serio mientras me hablaba de su nuevo proyecto: un desarrollo inmobiliario que, según él, tenía el potencial de generar importantes ganancias. Mientras lo escuchaba detallar cada aspecto de la propuesta, mantuve mi expresión neutral. Lo dejé hablar, midiendo cada palabra que decía, aunque por dentro no podía evitar preguntarme cuánta verdad había detrás de su discurso cuidadosamente calculado.

Cuando terminó, me recosté en mi silla, observándolo en silencio. Dejé que el peso de mi mirada lo incomodara, aunque permaneció impasible, fingiendo confianza. Luego, sin decir nada, metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta y saqué mi chequera.

—¿Cuánto necesita? —pregunté mientras deslizaba la pluma sobre el papel con calma deliberada.

El señor Xu levantó las manos en un gesto teatral de ofensa, como si estuviera genuinamente sorprendido por mi reacción.

—¡No he venido por dinero, Hao! Solo quería compartir esta idea contigo...

No lo dejé terminar.

—Lo sé, pero quiero participar en el proyecto y sé que la mejor manera de hacerlo es confiando en que usted lo gestione. Dígame la cantidad.

Vaciló por un momento, como si todavía estuviera considerando mantener las apariencias. Pero ambos sabíamos que no tenía sentido prolongar la farsa. Finalmente, mencionó la cifra: cinco millones de yuanes.

Sin pestañear, escribí el cheque, arranqué la hoja con un movimiento preciso y se la extendí.

—Aquí tiene. Estoy seguro de que hará un excelente trabajo.

Su cara se iluminó mientras tomaba el cheque con ambas manos. Una combinación de gratitud y satisfacción cruzó su expresión, aunque sabía que esa gratitud no era más que una formalidad vacía.

—Gracias, Hao. Eres un joven excepcional. Agradezco tu confianza en mí.

Le devolví una sonrisa cortés, del tipo que nunca llegaba a mis ojos.

—Recuerde darle mis saludos a Ai. Dígale que espero verla pronto en casa.

—Por supuesto, se lo recordaré.

El intercambio de despedidas fue breve. Me levanté de la silla para estrechar su mano una vez más y luego lo vi salir de mi oficina con pasos que parecían más ligeros ahora que llevaba un cheque en el bolsillo.

Cuando la puerta se cerró tras él, el silencio llenó la habitación. Me quedé de pie por un momento, mirando el espacio vacío frente a mí. Lentamente, apreté los puños hasta que mis nudillos se volvieron blancos, sintiendo la frustración acumulándose en mi pecho.

La visita había sido como todas las anteriores: un recordatorio del precio que pagué por un matrimonio que parecía más una transacción que una unión. Pero esta vez, el peso de esa realidad me parecía más insoportable. «¿Cuánto más tengo que pagar por mantener esta fachada?», pensé, dejando escapar un largo suspiro.

Me acerqué a la ventana de mi despacho, apartando las cortinas para observar la ciudad. El sol del mediodía bañaba Shanghái, destacando los rascacielos y el tráfico constante de la avenida principal. Pero mi mirada no estaba realmente en el paisaje. Mis pensamientos seguían atrapados en el encuentro que acababa de tener y en lo que representaba para mí.

La ira se agitaba bajo la superficie, aunque mi cara permanecía impasible. Siempre había sido bueno ocultando mis emociones, enterrándolas bajo capas de control. Pero el encuentro con el señor Xu había dejado una marca que no podía ignorar.

«Otro favor, otra deuda», pensé con amargura. Cada cheque que entregaba no solo compraba tiempo; también reforzaba las cadenas que me mantenían atrapado en este matrimonio. Aunque trate de convencerme de que solo era un papel firmado, sabía que era mucho más que eso. Era un recordatorio constante de lo que había perdido, de lo que había elegido sacrificar.

Volví al escritorio, mirando los documentos apilados frente a mí. Intenté concentrarme en las cifras y contratos, pero las palabras parecían desvanecerse en cuanto las leía. Mi mente seguía regresando a Xu Ai, como si ella fuera el epicentro de todos mis pensamientos, incluso cuando intentaba evitarlo.

La imagen de la tarta intacta en la mesa durante nuestro aniversario cruzó mi mente. Y luego, el cubo de basura lleno con los restos de la cena que ella había preparado. Era un testimonio silencioso de su decepción, de algo que yo no estaba dispuesto a admitir. ¿Por qué seguía pensando en eso? ¿Por qué su expresión ese día seguía inquietándome?

Con un movimiento decidido, cerré la carpeta frente a mí y pulsé el intercomunicador.

—Jiang, pospón mis reuniones de la tarde. Voy a salir.

—Entendido, señor Chen.

No esperé más. Recogí mi maletín y salí de la oficina con pasos firmes, dirigiéndome al coche que ya estaba esperando fuera. Al entrar, le di al chófer una orden breve:

—Llévame a casa.

El trayecto transcurrió en silencio. Miré por la ventanilla, pero no vi las calles ni los edificios. Mi mente estaba llena de contradicciones y emociones que no lograba comprender ni controlar.

Cuando el coche se detuvo frente a la mansión, me bajé y cerré la puerta con más fuerza de la necesaria. El sol bañaba el lugar con su luz cálida, pero no lograba aliviar la frialdad que sentía por dentro. Subí los escalones de la entrada, ajustando mi chaqueta como si me estuviera preparando para enfrentar algo que no podía prever.

Al abrir la puerta, el silencio me dio la bienvenida. Caminé hacia la cocina, dejando el maletín sobre una silla. No había señales de vida: ni el aroma de comida, ni el ruido de pasos. Todo estaba desprovisto de la presencia de Xu Ai.

Subí las escaleras con pasos firmes, deteniéndome frente a la puerta de su dormitorio. Estaba entreabierta. Empujé suavemente, esperando encontrarla dentro, pero la habitación estaba vacía. Todo estaba impecablemente ordenado, como siempre, pero ella no estaba allí.

Por un momento, permanecí en el umbral, observando el espacio vacío. Mi mente comenzó a llenarse de preguntas. ¿Por qué no estaba en casa? ¿Por qué no me había informado? Era ridículo que su ausencia me molestara tanto, pero no podía evitarlo.

Salí de su dormitorio y me dirigí hacia mi despacho. Una vez dentro, me dejé caer en la silla frente a mi escritorio. Abrí una carpeta, intentando concentrarme en los documentos, pero las palabras eran como un ruido de fondo que no lograba entender. Mi mente volvía una y otra vez a Xu Ai, a su mirada, a sus gestos, a todo lo que no decía, pero que siempre parecía estar ahí.

El sonido de la puerta principal cerrándose me sacó de mis pensamientos. Me enderecé en la silla, escuchando con atención. Desde la puerta podía observar el pasillo, vi su silueta moverse con cuidado, casi como si intentara no ser notada. Permanecí donde estaba, observándola, esperando que accediera a su dormitorio sin percatarse de mi presencia.

Cuando lo hizo, me eché hacia atrás nuevamente, intentando mantener la calma. Pero por dentro, mi mente era un torbellino. «¿Qué estás planeando, Xu Ai?», me pregunté, mientras mi mandíbula se tensaba y las emociones se acumulaban en mi pecho.

Sin respuestas, solo quedaba el eco de mis pensamientos, resonando en el silencio. El control que siempre había ejercido sobre mi vida parecía escaparse lentamente entre mis dedos, dejando tras de sí un vacío que no sabía cómo llenar.

 

CAPÍTULO 8

 

Sostuve el móvil entre las manos, releyendo el mensaje que acababa de recibir. La profesora Meng me proponía tomar un café esa misma tarde, a las cuatro. Una mezcla de vértigo y emoción me inundó. Ella siempre había sido más que una mentora; era una inspiración, la representación de todo lo que alguna vez soñé ser. Pero ahora… ¿qué pensaría de mí? ¿De una mujer que había renunciado a su pasión por un matrimonio que apenas se sostenía en pie?

Bajé la mirada hacia el vestido a medio terminar que descansaba sobre mi mesa de trabajo, una pieza de tela marfil que aún esperaba convertirse en algo más. Pasé los dedos por la costura sin terminar, sintiendo las pequeñas asperezas del hilo. Cada puntada incompleta parecía susurrarme los sueños que había dejado a medias.

Caminé hasta la ventana y aparté ligeramente la cortina. El sol bañaba el jardín trasero, donde los rosales amarillos se movían suavemente con la brisa. A pesar de la serenidad del exterior, dentro de mí todo era un caos. ¿Debería aceptar la invitación? ¿Tenía sentido regresar a un mundo que ya no era mío?

Durante unos instantes, pensé en ignorar el mensaje, dejando que el tiempo pasara hasta que fuera demasiado tarde para responder. Pero algo en el tono cálido de Meng, incluso a través de un mensaje de texto, me empujó a actuar. Me giré hacia el vestido carmesí que colgaba del perchero. Lo había usado en el evento de moda, una pieza que representaba un tímido intento de reconectar con el mundo que tanto extrañaba. Sin pensarlo más, respondí:

«Nos vemos a las cuatro».

Los minutos pasaban lentamente mientras me preparaba. Frente al espejo, me puse una blusa que caía con gracia sobre unos pantalones de corte limpio. Dejé mi pelo suelto, permitiendo que las suaves ondas enmarcaran mi cara y opté por un maquillaje apenas perceptible: un toque de rubor y un brillo labial que realzaban mi aspecto natural.

Mientras me miraba al espejo, mi mente vagaba hacia la Xu Ai de hace años, la estudiante de diseño que soñaba con conquistar pasarelas y crear colecciones memorables. Esa joven parecía tan lejana ahora, atrapada bajo el peso de un apellido. Y, sin embargo, aquí estaba, dando un paso hacia algo que no podía definir, pero que sentía necesario.

Bajé las escaleras con paso firme, aunque por dentro la inseguridad me amenazaba. La mansión estaba en silencio, como siempre. Ningún ruido perturbaba la quietud. Cogí mi bolso y salí por la puerta principal, donde el coche ya me esperaba.

—Buenas tardes, señora Chen —saludó el chófer mientras abría la puerta con una inclinación respetuosa.

—Buenas tardes, Lin. Llévame al Café Xiang, por favor —respondí, esforzándome por sonar tranquila.

El trayecto fue breve, aunque cada kilómetro parecía alargar la distancia entre mi presente y mi pasado. Observé la ciudad a través de la ventanilla, dejando que las luces y los colores se mezclaran con mis pensamientos. Una parte de mí temía este encuentro, temía lo que Meng pudiera decirme, lo que recordaría al estar con ella. Pero otra parte, pequeña pero persistente, estaba emocionada. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, estuviera haciendo algo únicamente para mí.

Cuando el coche se detuvo frente al café, Lin bajó rápidamente para abrirme la puerta.

—Gracias, Lin. Te llamaré cuando termine.

El Café Xiang era un lugar discreto pero elegante, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz natural y una decoración minimalista que transmitía calidez. Al entrar, el aroma del café recién hecho mezclado con un leve toque de vainilla me envolvió. Mis tacones resonaron suavemente contra el suelo de madera mientras buscaba a Meng con la mirada.

Allí estaba, sentada junto a una de las ventanas, con una taza entre las manos y una sonrisa que iluminaba su cara. A pesar de los años, Meng no había cambiado mucho. Su pelo seguía recogido en un moño pulcro y sus ojos mantenían esa intensidad que siempre me había intimidado y motivado a partes iguales.

—Hola —saludó Meng, levantándose para recibirme. Sus brazos se abrieron en un gesto que no dejaba espacio para la duda y me encontré envuelta en un cálido abrazo.

—Profesora Meng —murmuré, sintiendo que las emociones se agolpaban en mi pecho.

Me observó con una mirada crítica pero afectuosa, que recordaba perfectamente de mis días en la universidad.

Me senté frente a ella, quien deslizó una taza de café hacia mí con una sonrisa tranquila. El calor del café atravesó la porcelana, calmando un poco los nervios que había sentido durante el trayecto. Sin embargo, su mirada, intensa y cargada de expectativas, despertaba una mezcla de admiración y temor en mí. Era la misma mirada que solía lanzarme en mis días de estudiante, cuando todavía tenía confianza en mi potencial.

—Debo confesarte algo, Ai —dijo recostándose ligeramente en su silla, mientras rodeaba su taza con ambas manos—. Cuando te vi en el evento, sentí orgullo y tristeza. Orgullo porque sigues siendo la talentosa diseñadora que siempre supe que serías. Pero tristeza… porque sé que te alejaste de este mundo por demasiado tiempo.

Mis dedos trazaron pequeños círculos en la superficie de la mesa, intentando procesar sus palabras. Su voz siempre había tenido un peso especial en mi vida. Y ahora, al escucharla reconocer mi talento, algo en mi interior quería florecer, aunque las dudas me anclaban al suelo.

—No sé si sigo siendo esa diseñadora —respondí en un susurro, tratando de no quebrarme.

Meng chasqueó la lengua con suavidad, su gesto característico de desaprobación. Era un sonido que conocía bien y, por un instante, me sentí como la estudiante que no había cumplido con una entrega importante.

—No digas tonterías. Ese vestido que llevaste al evento dice todo lo que necesito saber. Tienes un talento que no puede desaparecer, incluso si tú misma decides ignorarlo. —Se inclinó hacia adelante, con los ojos fijos en los míos—. Pero dime, ¿por qué has estado retirada? ¿Qué pasó contigo?

El nudo en mi garganta se hizo más grande. Sabía que esta conversación llegaría en algún momento, aunque no estaba preparada para enfrentarla.

—Después de casarme… sentí que tenía que dejarlo todo. Mi vida cambió de rumbo y el diseño quedó en un segundo plano —admití finalmente, con una voz que apenas reconocí como mía.

Meng asintió lentamente, como si esperara esa respuesta. Su mirada no era de juicio, sino de comprensión.

—Siempre me pregunté por qué dejaste la universidad tan repentinamente. Tenías todo el potencial para llegar lejos, Ai. —Hizo una pausa antes de hacerme una pregunta que temía desde hacía años—. ¿Te arrepientes?

La pregunta me golpeó como un martillo. El arrepentimiento era algo que había evitado pensar durante mucho tiempo, porque enfrentarlo significaba aceptar todo lo que había perdido.

—A veces —dije en voz baja—. Pienso en cómo habría sido mi vida si hubiera seguido otro camino, pero… no sé si hay vuelta atrás.

Meng me observó con detenimiento, dejando que mis palabras llenaran el silencio antes de responder.

—Siempre hay vuelta atrás, Ai. La vida no es una línea recta. Puedes recuperar lo que dejaste, pero necesitas valor para dar ese primer paso.

La firmeza de sus palabras resonó en mi pecho. Quería creerle, sin embargo, la carga que llevaba a mis espaldas era demasiado pesada. ¿Realmente podría recuperar lo que había dejado atrás?

Meng sorbió un poco de su café antes de añadir:

—De hecho, estaba pensando en algo mientras te veía en el evento. Tengo contactos en París, en una de las academias de moda más prestigiosas. Si decides comprometerte de verdad con el diseño, puedo ayudarte a conseguir un puesto allí.

Levanté la mirada, sorprendida por su propuesta. París… La sola palabra evocaba imágenes de talleres llenos de telas y bocetos, de pasarelas donde las creaciones cobraban vida. Pero esa visión chocaba contra la realidad de mi vida actual, una vida que parecía incompatible con ese sueño.

—¿París? —pregunté, casi sin creerlo.

Meng asintió, confiada, como si la decisión ya estuviera tomada.

—Es el corazón de la moda y sé que encajarías perfectamente. Pero, por supuesto, necesitarás un portafolio sólido y algunas piezas nuevas para presentar. —Su tono se volvió más serio, aunque no menos alentador—. ¿Estás dispuesta a intentarlo?

El corazón me latía con fuerza, mientras trataba de asimilar lo que significaba esa propuesta. París representaba todo lo que había soñado, pero también todo lo que temía. ¿Podría realmente abandonar esta vida y empezar de nuevo?

—No sé qué decir… —murmuré, con la mirada fija en la taza de café que tenía frente a mí.

Meng sonrió con paciencia.

—No necesitas decidir ahora. Aunque quiero que lo pienses. La vida es demasiado corta para dejar que los miedos te detengan. Y tú, Xu Ai, tienes un talento que no debe desperdiciarse.

Sus palabras encendieron algo dentro de mí, una pequeña chispa que no había sentido en años. Podía imaginarme en París, trabajando en un taller, creando diseños únicos. Por un instante, esa posibilidad pareció más real que cualquier otra cosa.

—Lo pensaré. De verdad que lo haré —dije al fin, con un hilo de esperanza en mi voz.

Meng asintió, satisfecha, como si supiera que sus palabras ya habían dejado su huella.

—Eso es todo lo que necesito escuchar. Cuando estés lista, aquí estaré para ayudarte.

Cuando salí del café, la brisa fresca acarició mi cara, como si quisiera aliviar la tensión acumulada durante la conversación. Las palabras de la profesora resonaban en mi mente con una fuerza que no podía ignorar. «Siempre hay vuelta atrás», había dicho. Pero ¿de verdad era tan sencillo? La vida que había construido, las decisiones que tomé, todo parecía un ancla que me mantenía atada al presente.

Me detuve en la acera, ajustando el bolso sobre mi hombro mientras miraba la calle frente a mí. La ciudad seguía en movimiento, indiferente a mis dudas. Miré mi teléfono y marqué el número del chófer.

—Lin, estoy lista —dije, tratando de mantener mi voz neutral.

—Enseguida voy, señora Chen. Llegaré en cinco minutos —respondió él con su tono siempre respetuoso.

Guardé el teléfono y crucé los brazos, abrazándome ligeramente mientras esperaba. Mi mirada vagó hacia el cielo, donde las primeras nubes de la tarde se teñían con los colores del atardecer. Una mujer pasó junto a mí con una bolsa llena de telas y, sin quererlo, sentí una punzada de envidia. Ella parecía saber exactamente quién era, mientras que yo apenas estaba comenzando a redescubrirme.

Cuando el coche llegó, Lin bajó rápidamente para abrirme la puerta. Subí en silencio, agradeciéndole con un leve asentimiento.

—¿Regresamos a casa, señora Chen? —preguntó.

Me quedé pensativa por un instante antes de responder.

—No. Llévame al distrito comercial de Fengye. Quiero hacer unas compras.

Lin no mostró sorpresa, solo asintió y arrancó el coche. Durante el viaje, mi mente seguía debatiéndose entre la seguridad de mi rutina y el vértigo que Meng había despertado en mí. ¿Realmente podría dar un giro a mi vida? ¿O estaba condenada a seguir siendo la sombra de quien solía ser?

El distrito comercial estaba lleno de vida, con escaparates brillantes que mostraban telas exquisitas y diseños modernos. Bajé del coche y le pedí a Lin que me esperara. Mis tacones resonaban contra el pavimento mientras caminaba entre las tiendas, dejando que mi mirada se perdiera en los colores y texturas que me rodeaban.

Una tienda en particular llamó mi atención. El escaparate mostraba una tela de seda con un delicado estampado floral, casi etéreo. Entré sin dudarlo, dejando que el aroma de las telas nuevas me envolviera.

—Buenas tardes —me saludó la vendedora con una sonrisa amable—. ¿Busca algo en especial?

—Quiero ver esa tela de seda del escaparate —respondí, señalándola con un leve movimiento de la cabeza.

La mujer asintió y me llevó hasta una mesa donde extendió la tela con cuidado. Pasé los dedos por su superficie, sintiendo la suavidad y la calidad del material. Era perfecta. Sin pensar demasiado, pedí tres metros y esperé mientras la vendedora la enrollaba con precisión.

De regreso al coche, llevaba la tela en mis manos como si fuera un tesoro. Lin me miró brevemente por el retrovisor, pero no hizo ningún comentario. Agradecí su discreción mientras me recostaba en el asiento, mirando por la ventanilla cómo la ciudad pasaba a mi lado.

Cuando llegué a casa, subí directamente a mi taller. Dejé la tela sobre la mesa y me quedé mirándola por un largo momento, como esperando que me revelara lo que quería ser. Encendí la lámpara de escritorio y cogí mi libreta de bocetos. Era un hábito que no había perdido, incluso durante los momentos más difíciles.

Me senté y dejé que el lápiz se deslizara sobre el papel, trazando líneas suaves que poco a poco se transformaron en un diseño. Visualicé un vestido elegante, con un corte fluido que resaltara la delicadeza del estampado. A medida que los detalles tomaban forma, sentí que la emoción comenzaba a llenar el vacío que había estado cargando.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba creando algo que realmente importaba. Este vestido no sería para nadie más. Sería para mí, un recordatorio de que aún podía hacer algo hermoso, algo que me devolviera a la vida.

El lápiz se detuvo cuando terminé el diseño y me quedé mirando el boceto con orgullo y nostalgia. «Esto es solo el principio», me dije, dejando escapar un suspiro. Aunque el camino por delante parecía incierto, había dado el primer paso, y eso era lo que realmente importaba.

 

CAPÍTULO 9

 

Intentaba concentrarme, aunque las palabras y cifras en las hojas eran solo un ruido de fondo. Desde hacía días, mi capacidad para mantener el enfoque, esa constante que siempre me había definido, se desmoronaba poco a poco.

Miré hacia el horizonte. Las luces de la ciudad brillaban con la misma intensidad de siempre, pero, para mí, algo era diferente. Desde nuestro aniversario de bodas, Xu Ai empezó a actuar de una manera que no podía ignorar. Recordé la última gala a la que asistimos juntos. Xu Ai estaba radiante con ese vestido que, incluso sin palabras, parecía hablar de ella. Atraía las miradas de todos, moviéndose con una elegancia que me hizo sentir, por un instante, que éramos la pareja perfecta. Aunque detrás de su sonrisa impecable, sabía que había algo más. Algo que no quise ver en su momento. Ahora, ese recuerdo volvía con otro matiz. ¿Siempre había estado tan distante, tan ajena a mí? ¿O era mi orgullo lo que me había impedido ver más allá de sus sonrisas y silencios?

Solté un suspiro, dejando caer la espalda contra el respaldo de la silla mientras frotaba mis sienes. Esa chispa en sus ojos durante la gala, el modo en que los demás hombres no podían apartar la mirada... Me descolocaba, como si ella estuviera alejándose de un lugar que ya no compartíamos. No podía apartar la sensación de que Xu Ai estaba construyendo algo lejos de mí, algo que me excluía. Esa idea me irritaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

«No importa lo que esté haciendo», me dije, aunque el pensamiento me resultó vacío. La verdad era que sí importaba. Más de lo que quería aceptar.

Me incliné hacia adelante y pulsé el intercomunicador.

—Jiang, ven a mi despacho.

En menos de un minuto, Jiang apareció con la eficiencia que siempre lo caracterizaba, llevando una carpeta bajo el brazo y su libreta en la mano.

—¿En qué puedo ayudarlo, señor Chen?

Me tomé un momento antes de responder, evaluando mis propias intenciones. Finalmente, hablé, procurando que mi tono sonara controlado.

—Quiero que investigues los movimientos recientes de mi mujer. A dónde ha ido, con quién ha estado... todo.

Jiang asintió sin mostrar sorpresa. Llevaba años trabajando para mí y sabía que mis órdenes no debían ser cuestionadas.

—Entendido, señor. ¿Hay algo en particular que deba buscar?

Negué con la cabeza.

—Solo mantén la discreción. Esto es por su seguridad.

Incluso mientras pronunciaba esas palabras, sonaron huecas. Ambos sabíamos que no era por seguridad. Yo necesitaba saber qué estaba haciendo Xu Ai, por qué estaba tan distinta, tan distante.

Jiang hizo una leve inclinación antes de salir del despacho, dejando tras de sí un silencio pesado. Me recosté nuevamente en la silla, dirigiendo la mirada hacia la ventana. La ciudad seguía su curso habitual, pero en mi interior algo estaba fuera de lugar.

Cerré los ojos un momento, como si eso pudiera calmar el torbellino en mi interior. Las emociones que creía controladas, encapsuladas, estaban saliendo a la superficie. ¿Por qué seguía importándome tanto lo que hacía Xu Ai? ¿Por qué me molestaba tanto la posibilidad de que estuviera encontrando algo lejos de mí?

Abrí los ojos y miré hacia los documentos sobre mi escritorio. Intenté enfocarme en ellos, pero las letras parecían danzar frente a mí, burlándose de mi incapacidad para controlarlo todo.

El eco de mis pensamientos llenaba el despacho, dejando claro lo que no quería admitir: estaba perdiendo el control. Pero lo que más me perturbaba era la idea de que realmente nunca lo tuve.

 *****

 

Un golpe seco en la puerta rompió el silencio del despacho. Levanté la mirada de los documentos, aunque hacía rato que no lograba concentrarme. Jiang asomó la cabeza, con una carpeta bajo el brazo y una expresión cautelosa.

—Señor Chen, el informe que solicitó —anunció con tono formal, entrando con pasos medidos.

Señalé el escritorio sin decir una palabra. Jiang depositó la carpeta con cuidado y, tras un breve asentimiento, salió cerrando la puerta tras de sí. El peso del silencio volvió a envolver la habitación, aunque ahora con una carga distinta.

Cogí la carpeta y la abrí con movimientos deliberados, como si temiera lo que pudiera encontrar en su interior. Al principio leí rápido, pero mis ojos se detuvieron al encontrar detalles precisos: el evento al que asistió Xu Ai, los asistentes, incluso fotografías del lugar. Sin embargo, lo que realmente captó mi atención fue la descripción de sus interacciones con una mujer llamada Meng y otros antiguos colegas.

«Una joven talentosa con un futuro prometedor», leí en una cita textual. Sentí que el aire en el despacho se volvía denso. Continué recorriendo las líneas con mayor cuidado, descubriendo piezas de una historia que, hasta ahora, me había sido completamente desconocida. Xu Ai, la mujer con la que compartía un techo, había sido destacada en su época universitaria.

Dejé caer las hojas sobre el escritorio y me recosté en la silla, llevando una mano a la frente. Durante todo ese tiempo, había creído conocerla. Había construido una imagen de ella basada en lo que escuché aquella vez, una versión que ahora se desmoronaba. ¿Cómo no había visto nada? Durante nuestro matrimonio, nunca mostró signos evidentes de esa vida pasada. ¿O tal vez sí y yo me negué a notarlos?

El recuerdo de la última gala regresó con fuerza. Visualicé el vestido que llevaba: elegante, perfectamente confeccionado, como si estuviera diseñado para transmitir fortaleza y delicadeza al mismo tiempo. Siempre asumí que lo había comprado, pero ahora la duda me carcomía. ¿Había sido una de sus creaciones?

Caminé hacia la ventana, buscando respuestas en el horizonte de Shanghái. Durante años, había sido un maestro en construir muros, en esconderme tras el control que ejercía sobre mi vida. Sin embargo, Xu Ai estaba desafiando todo eso, no con palabras, sino con su mera existencia.

El informe también mencionaba que ella utilizaba su tarjeta de crédito solo para gastos mínimos: alimentos y artículos esenciales. Nunca había movimientos que sugirieran una vida extravagante. Pero entonces, ¿de dónde venían los vestidos? ¿Cómo mantenía esa apariencia impecable? Cada pieza de información planteaba más preguntas de las que respondía.

«¿Qué más he ignorado?», pensé, apretando los dientes. Todo lo relacionado con Xu Ai era un enigma que había preferido no resolver. Era más fácil verla como alguien que había aceptado este matrimonio por conveniencia, creer que ambos jugábamos un papel en esa farsa.

Regresé al escritorio y retomé la carpeta, buscando algún detalle adicional. Al llegar al final, noté una breve anotación que me hizo apretar los labios: «Xu Ai pasó tiempo considerable conversando con la profesora Meng, quien mencionó posibles oportunidades internacionales».

Internacionales…

El nudo en mi estómago se apretó al imaginar que Xu Ai podría estar considerando dejar Shanghái. Había asumido que, por miserable que fuera nuestro matrimonio, era un terreno común que compartíamos. Pero ahora enfrentaba la posibilidad de que ella estuviera construyendo una vida fuera de mi alcance.

Suspiré pesadamente y dejé la carpeta sobre el escritorio. Cerré los ojos, inclinándome hacia atrás en la silla. Durante un año, la había reducido a una imagen simplista, construida a partir de mi resentimiento. Ahora, me encontraba ante una verdad más compleja: no sabía quién era Xu Ai. Nunca me molesté en descubrirlo.

Cogí el teléfono y marqué a Jiang.

—¿Sí, señor Chen? —respondió al instante.

—Quiero que amplíes la investigación. Profundiza en su pasado. Necesito saber todo, desde el principio.

—Entendido, señor.

Colgué y dejé el teléfono sobre la mesa, cruzando los brazos mientras mi mirada seguía fija en la carpeta. Una pregunta resonó en mi mente como un eco imposible de ignorar: «¿Y si todo lo que creí saber sobre ella estaba equivocado?».

Por primera vez en mucho tiempo, sentí que el control que tanto valoraba se deslizaba entre mis dedos. Xu Ai no era quien yo había creído. Era mucho más y, ahora, esa idea me resultaba tan fascinante como aterradora.