La tensión en la habitación era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. Los ojos de todos se movían entre Rhys y yo, esperando ver quién cedería primero. Me obligué a respirar uniformemente, negándome a mostrar cuánto me habían herido sus acusaciones.
—Bueno —Julian se aclaró la garganta, claramente desesperado por romper el enfrentamiento—. ¿Continuamos con el juego?
Sentí una suave presión en mi mano y bajé la mirada para ver los dedos de Orion entrelazados con los míos. Su contacto era cálido, firme, un marcado contraste con la agitación que rugía dentro de mí. Al otro lado del círculo, los ojos de Rhys se fijaron en nuestras manos unidas, apretando la mandíbula tan fuerte que casi podía oír sus dientes rechinar.
—¿Estás bien? —murmuró Orion, con voz lo suficientemente baja para que solo yo pudiera oírlo.