La música volvió a la vida, pero se desvaneció en un ruido de fondo mientras Rhys Knight y su séquito dominaban la sala. Se movían entre la multitud con ese mismo aire que recordaba de nuestros días universitarios —esa confianza sin esfuerzo que atraía la atención de todos.
El tiempo solo había mejorado la presencia de Rhys. Sus hombros eran más anchos, su mandíbula más definida, y sus ojos oscuros tenían una intensidad que hacía que mi piel se erizara. El aro plateado en su ceja captaba la luz mientras recorría la sala con la mirada, sus ojos encontrándose brevemente con los míos antes de seguir deliberadamente. Habían pasado cuatro años, pero la electricidad seguía ahí —no deseada pero innegable.
Apreté mi vaso con más fuerza, agradecida por la presencia tranquilizadora de Orion a mi lado.
—Así que ese es el famoso Rhys Knight —comentó Orion, con voz neutral pero con lenguaje corporal alerta—. No parece gran cosa.