Noche 10: Aoi Shark Part.2

2:49 AM ― La Hora en que las Excusas ya no Funcionan

El Konbini olía a café quemado y mentiras vencidas. Miyu había venido cuatro noches seguidas, siempre con su capa negra y sonrisa de colegiala perdida en un mundo que no merecía su optimismo, para hablar de fantasmas y leyendas urbanas, como alguien que habla del clima, como si fuera normal que una estudiante de secundaria estuviera en un Konbini a las 2 AM. Casualmente, cuatro noches seguidas Aoi había desaparecido tras el pasillo de bebidas con excusas cada vez más absurdas: "Voy a contar las cucarachas", "El refrigerador me llama", "Creo que dejé mi dignidad en el baño".

Pero esa noche no iba a dejarla huir.

Spoiler.

Esa noche entendí, por qué la curiosidad mato al gato.

El gato era un idiota, un idiota que se estaba metiendo donde no lo llamaron. Lo tenía merecido.

―¿Qué pasa con Miyu? ―pregunté, sin levantar la vista del mostrador donde Aoi acababa de dejar un onigiri mordisqueado.

―¿Miyu? ―ella se encogió de hombros, jugueteando con su collar de perro―. ¿La niña de la capa? Ni idea. Tal vez se aburrió de tus chistes malos.

―No, me refiero a eso. ―deje el trapo que limpiaba el mismo punto por décima vez―. ¿Por qué te escondes cada vez que viene?

―No me escondo. ―dijo, saltando del mostrador―. Solo evitó el aburrimiento. Esa mocosa habla más que un político en campaña.

―Mentira. ―la miré directamente―. ¿La conoces? ¿De Shinozaki?

Sus ojos se estrecharon, pero su sonrisa se mantuvo.

―¿Crees que yo me asociaría con una rarita así? ―se acercó, balanceándose sobre los talones.

―Creo que te asusta.

La palabra resonó como un golpe en el silencio del Konbini. Aoi se quedó quieta, sus dedos temblorosos sobre el collar.

―No me asusta... ―susurró, pero su voz se quebró en la última sílaba.

―Entonces qué. ―me acerqué, ignorando la voz en mi cabeza que gritaba "Detente"―. ¿Por qué te escondes de ella?

―¡Por nada! ―gritó, retrocediendo hasta chocar con el refrigerador de bebidas―. ¿Qué te pasa? ¿Acaso eres idiota?

―Si lo soy, pero ese no es el punto. ―avancé otro paso, sintiendo el aire húmedo y ¿salado? recorrer mi cuerpo―. ¿Por qué te asusta una estudiante de secundaria?

―¡Por nada que te importe! ―su risa sonó como cristales rompiéndose―. ¿Acaso te gusta Miyu? ¿Es eso? ¿Te encanta su capita de Cosplay barato y sus ojitos de cachorro perdido?

―Sabes que no.

―!Entonces por que...! ―se detuvo a mitad de sus palabras. Su mirada se dirigió a la entrada.

―Tengo que ir al baño... ―murmuró agachando la cabeza.

―No. ―me interpuse entre ella y la puerta de la sala de personal.

―Hiroto-kun tengo que ir.

―No. ―no podía retroceder, no en ese punto, era como un estúpido gato jugando con una bomba de tiempo, como si fuera un juguete.

―Esto no tiene nada que ver contigo.

―Pero tiene que ver contigo.

...

Se movió rápido. Intentó escaparse deslizándose por un costado de mi para huir hacia la sala de personal. Por reflejo la sujete fuerte de la muñeca para evitar que se escondiera.

Error.

Aoi se paralizó. Sus ojos se dilataron, su respiración se aceleró, su boca se abrió mostrándome sus dientes . No era una sonrisa. Era una advertencia. En ese momento no era la Aoi provocadora, la mentirosa, la chica juguetona y burlona que molestaba a los clientes. Era un depredador asustado, atrapado en un recuerdo que había enterrado en el fondo del océano.

―Suéltame... ―murmuró, tirando con fuerza―. Por favor, suéltenme...

―Aoi... ―En ese momento, entendí la estupidez que estaba haciendo.

―¡Suéltame! ―su voz fue un grito ahogado, sus uñas clavándose en mi mano―. ¡No me toquen! ¡NO ME TOQUEN! ¡SUÉLTENMEN!

Pero no la solté. No podía, no podía moverme.

Entonces, lo hizo.

Sus dientes, esos dientecitos afilados de tiburón que siempre usaba para sonreír, se hundieron en mi mano con una fuerza animal. Un dolor agudo, caliente, seguido de la sensación de sangre caliente corriendo por mi piel.

―¡Mierda! ―la sensación de sus dientes hundiéndose en mi piel me hizo reaccionar, solté su muñeca, y ella retrocedió como un animal herido con los labios manchados de rojo.

―Nunca... ―jadeó, limpiándose la boca con el dorso de la mano. Me vio con una expresión fría y vacía en sus ojos―. Nunca me toquen, o les arranco los brazos. ―no era una broma, era una amenaza real.

Corrió hacia el depósito, con la puerta cerrándose de golpe tras ella.

Me quedé ahí, sosteniendo mi mano sangrante, las gotas cayendo sobre el mostrador como tinta de una pluma rota. El zumbido de las luces se mezcló con el pitido en mis oídos, hasta que el ding de la entrada sonó.

Mierda...

Miyu estaba en la puerta, su capa ondeando levemente. Sus ojos se agrandaron tras los lentes al ver la sangre.

―¿Q-qué pasó? ―preguntó, acercándose con pasos cautelosos.

―Nada... ―dije, escondiendo la mano tras la espalda―. Un accidente con una lata.

Ella miró hacia el depósito cerrado, luego a mí, y por un momento, pareció entender más de lo que me gustaría.

―¿Necesitas... ayuda? ―su voz tembló, pero no retrocedió.

El Konbini se detuvo. En algún lugar, tras la puerta del depósito, sentía como Aoi contenía la respiración. Y yo, con la mano aun goteando, supe que el gerente me mataría si se enteraba de lo que paso.

―Sí. ―mentí, por primera vez sin sarcasmo.

Miyu abrió la boca para responderme, pero el sonido de un estruendo en el depósito nos cortó.

La noche aún no había terminado.