4:02 AM ― La Hora en que las Puertas se Abren... o se Cierran para Siempre
Cerré la tienda dos horas antes. Apagué las luces de los pasillos, dejando solo la tenue iluminación de emergencia que teñía todo de rojo sangre. El cartel de "Cerrado" colgaba torcido, pero no importa. Las cámaras de seguridad llevaban años sin funcionar, y el gerente probablemente estaba demasiado ocupado bebiendo en algún club nocturno como para notar algo.
Me planté frente a la puerta del depósito. La madera barata crujió bajo mi puño al golpear.
―Aoi. ―mi voz sonó como un disparo en el silencio―. Puedes salir, Miyu ya se fue.
Nada.
Respiré hondo. El olor a café quemado y plástico viejo se mezclaba con el hierro de la sangre seca en mi venda.
―Si no sales en diez segundos, te dejo encerrada. ―mentí, contando en voz alta―. Uno... dos...
Un estruendo desde dentro. Algo pesado cayó al suelo, quizá una caja de latas.
―¿Te lastimaste? ―pregunté.
―Que importa. ―su voz llegó apagada, como si estuviera parada justo al otro lado de la puerta―. Miyu ya te contó todo ¿no?
Me apoyé contra la pared, sintiendo el frío del concreto a través de la camisa.
―Sí.
―Por eso no quería que me viera. ―La puerta vibró levemente, como si hubiera apoyado la cabeza en ella―. Ahora también crees que soy un monstruo ¿no...?
―No.
―¡No mientas! ―golpeó la puerta, haciendo saltar el polvo de las bisagras―. Todos piensan lo mismo. Mi papa, los profesores, hasta el estúpido psicólogo del colegio... ―su voz se quebró―. Dime la verdad, Hiroto, por favor...
Me deslicé hasta sentarme en el suelo, con la espalda contra la puerta.
―Miyu me contó lo que hiciste. ―dije, eligiendo cada palabra como si fueran cristales rotos―. No solo le arrancaste el dedo a un chico, los atacaste como si fueran ramen en descuento. ―no pude evitar sonreí imaginándome a Aoi atacando a sus acosadores.
―¡Y qué si lo hice! ―rugió―. ¿Qué querías que hiciera? ¿Quedarme quieta? ¿Esperar a que me violaran entre todos en un baño?
―No.
―Entonces... ―su respiración era rápida, entrecortada―. ¿Crees que me alegré cuando empezaron a morir? ¿Qué les hice algo?
―No lo sé.
―¡Pues sí me alegré! ―una risa amarga―. Cuando el primero se suicidó, me reí. Cuando el segundo se ahogó en un río, brindé con jugo de máquina. Pero no... ―la puerta tembló―. No los maté. Aunque a veces, en las noches, fantaseaba con que era yo quien lo hacía.
El silencio se extendió. Las luces rojas parpadearon.
...
......
―¿Sigues ahí? ―preguntó, más suave.
―Sí.
...
......
―¿Por qué no te vas? ―sus uñas rasparon la madera―. No tienes que fingir que te importa.
―Porque te conozco. ―dije, sin pensar―. Tal vez no sepa tu apellido, ni entienda lo que pasaste, pero...
Tenía que decirlo.
―Pero sé que eres una idiota. ―dije―. Eres una idiota que pone chicle en las monedas para ver si los clientes se pegan los dedos. Una idiota que canta opening de anime cambiando la letra cuando está aburrida. Una idiota que... ―tragué saliva―. que me obligó a comer un helado de wasabi diciendo que era de matcha.
―Eso fue divertido. ―murmuró.
―Fue asqueroso.
...
......
―Hiroto-kun ¿Estás intentando consolarme insultándome? ―pude escuchar su risa suave filtrándose por la puerta.
―Perdón por no ser alguien como Araragi ―dije sonriendo por lo estúpido que sonaba eso
―Como sea, no eres un monstruo, ni una asesina, ni un fantasma ni la carnicera de Shinozaki.
―¿Entonces? ―la puerta crujió al desplazarse―. ¿Qué soy para ti, Hiroto-kun? ¿Solo una compañera de trabajo? ¿Una psicópata? ¿O solo...
―Eres Aoi. ―corté―. Nada más. Y nada menos.
El pestillo se movió. La puerta se abrió un centímetro, dejando escapar un hilo de luz del depósito.
―¿Que se supone significa eso? ―me pregunto con una sonrisa confundida.
―No lo sé, pero para mí eso es suficiente.
Ella se rio.
Tuve que preguntar:
―¿Qué ocurrió en realidad esa noche?
―Esa noche... ―los ojos de Aoi se abrieron confundida―. ¿Cómo sabes eso?
―Miyu me lo dijo.
...
......
Aoi me quedo viendo fijamente como si pensara cuidadosamente que responder.
Y luego de unos segundos hablo:
―... Solo fue un sueño.
―¿Qué?
―Un sueño. ―repitió, abriendo la puerta lo suficiente para que la luz revelara su figura―. Estaba bajo el agua, tan profunda que el sol ni siquiera... ―se detuvo, mordiendo su labio sangrante―. Había un tiburón. Blanco gigante, lleno de cicatrices. No me ataco solo se quedó viéndome fijamente. Y luego...
―¿Luego?
―Me desperté. Con la boca llena de agua salada. ―se río, secándose los ojos con la manga―. No seas idiota Hiroto-kun, siempre eh tenido los dientes así. ―me guiño el ojo―. Solo que desde que ocurrió eso algunos comenzaron a extender rumores diciendo que fui poseída por algo y tontearías así, estúpido ¿verdad? probablemente fueron los amigos de esas basuras.
Tan estúpido como intentar asesinar a tus compañeros de clases a mordidas...
Me levanté ignorando el dolor en la mano al apoyarme en la pared. Ahí estaba ella: cabello despeinado, ojos rojos, sangre seca en la comisura de los labios.
―Te ves como un zombie de bajo presupuesto. ―dije, señalando su boca.
―Y tú como un maniquí apuñalado. ―replicó, señalando mi venda―. ¿Te duele?
―Como si me hubiera mordido un tiburón.
Ella miró al suelo, los hombros encogidos.
―Perdón.
―No lo hagas. ―quité la venda, mostrándole los hoyos en mi piel―. Quedará una cicatriz genial. Diré que me atacó una foca.
―Idiota. ―su risa sonó frágil, pero real―. Las focas no tienen dientes así.
―¿Entonces un perro callejero?
―¡Un tiburón, claramente! ―empujó la puerta del depósito, revelando el desastre dentro: cajas volcadas, latas rodando, y su collar de perro abandonado en el suelo―. Oye... ¿Por qué no te fuiste? En serio.
La miré directamente, sin escudos, sin sarcasmo.
―Porque alguien tiene que limpiar este desastre.
Ella parpadeó, luego soltó una carcajada tan fuerte que hizo eco en los pasillos vacíos.
―¡Ja! ¡Claro! ¡Hiroto-kun, el futuro gerente del Konbini! ―saltó sobre una caja, balanceándose como un mono en un cable―. ¿Y ahora qué? ¿Me llevas al psicólogo de nuevo? ¿Me vas a dar un discurso sobre por qué vale la pena vivir a pesar de que la vida ser una mierda?
―No. ―abrí el refrigerador de bebidas, sacando dos latas de café frío―. Tomaremos esto, limpiaremos, y mañana fingiremos que nada pasó.
―¿En serio? ―sus ojos brillaron.
―En serio. ―le lancé una lata―. Pero si vuelves a morderme, te atasco en el microondas.
Atrapó la lata en el aire, sonriendo con esos dientecitos afilados que ya no parecían una amenaza. O tal vez sí, pero que extrañamente eran reconfortantes de ver.
―Tú ganas, Hiroto-senpai. ―abrió su lata con un chasquido―. Pero... gracias.
―No me des las gracias. Solo estoy evitando que el gerente me despida.
―Mentiroso.
―Idiota.
Y así, entre risas que ocultaban lágrimas no secas y amenazas vacías, otra noche en el Konbini terminó.
Pero mientras limpiábamos el desastre, no pude evitar notar cómo Aoi miraba fijamente su reflejo en la puerta de metal del refrigerador. Sus dedos acariciaron sus dientes, susurrando algo que el zumbido de las luces no me dejó escuchar.
Y en algún lugar, en las profundidades de mi mente, una pregunta no dejaba de sonar.
¿Cuánto de ese sueño no fue un sueño?
No pregunte.
Después de todo, algunos monstruos merecen permanecer escondidos en el fondo del mar.
Y ya tenía suficiente con una mordida de tiburón.