Alejandro se quedó a medio decir algo, pero las palabras se le atascaron en la garganta. Recordó por qué conocía a Iván Cruz: todo había comenzado por su intento de coquetear con la novia de su amigo. Iba a decir que su acompañante era guapa, pero un destello de prudencia lo frenó.
No quiero sonar como un idiota, pensó, con una risa interna que disimuló con un carraspeo.
Iván, intrigado, ladeó la cabeza, sus ojos oscuros clavándose en él con una curiosidad afilada.
—Estaba por decir que tu acompañante tiene mucha clase… —empezó Alejandro, con un tono ligero pero cuidadoso—. Pero no quiero que me malinterpretes.
Iván no respondió de inmediato. Al entrar al ascensor, sus reflejos se encontraron en las paredes metálicas, brillando bajo la luz fría. Alejandro desvió la mirada, pero no antes de captar una curva sutil en los labios de Iván, una sonrisa fugaz que parecía más un desafío que una invitación.
Por primera vez, lo vio sonreír. Y algo en ese gesto, tan breve como un relámpago, le aceleró el pulso.
Al llegar al cuarto piso, Iván rompió el silencio con una naturalidad desconcertante:
—Es un chico.
Alejandro parpadeó, confundido.
—¿El de la entrada?
—Sí —respondió Iván, con una calma que ocultaba un brillo travieso en los ojos.
Alejandro repasó mentalmente la figura alta, el cabello largo, la piel clara… ¿En serio era un chico?
—Esto es surrealista —murmuró, dejando escapar una risa incrédula que resonó en el pasillo.
Ambos encontraron asientos con facilidad y, como por capricho del destino, terminaron frente a frente otra vez. La mesa entre ellos era un campo neutral, pero el aire vibraba con una tensión indefinible.
Alejandro intentó leer, pero su móvil vibró, rompiendo su frágil concentración. Era el grupo de sus antiguos compañeros de secundaria, un chat que solo cobraba vida para coordinar partidas nocturnas o recuerdos nostálgicos. Esta vez, lo estaban etiquetando sin parar.
“¡Estamos en tu uni, Álex! ¡Invítanos a comer!”
Alejandro escribió: “¿Qué hacen aquí?”
“Competencia. Partido hoy contra tu equipo.”
Alejandro: “¿Esta tarde?”
“Sí. Llegamos en un rato. @MateoDeLaMontaña, no te hagas el muerto, tú también vienes.”
Mateo respondió: “@AlejandroR, sujétalos. Estoy en clase y no paran de molestar.”
Alejandro rió para sí mismo, sacudiendo la cabeza. Qué exagerados, pensó, mientras veía cómo Mateo seguía siendo el blanco de las bromas del grupo.
Sabiendo que Javier no llegaría hasta las 10:30, Alejandro tendría que irse antes. Alzó la vista y encontró a Iván absorto en una revista, su expresión serena pero distante, como si el mundo a su alrededor no existiera.
—Oye —dijo Alejandro en voz baja, consciente de las miradas curiosas que atraía al hablar en la biblioteca.
Iván alzó una ceja, sin despegar los ojos de la página.
Para no molestar, Alejandro garabateó en una hoja:
“¿A qué hora te vas?”
Iván leyó la nota y, con un gesto rápido, dibujó un simple signo de interrogación, devolviéndole el cuaderno.
Alejandro sonrió, divertido por la respuesta lacónica. Escribió:
“Quiero irme. ¿Puedes guardar mi asiento? Mi compañero llega a las 10:30.”
Iván leyó, asintió ligeramente y anotó un escueto: “OK”.
Alejandro escribió: “Gracias.”
Iván, sin mirarlo, trazó una línea inclinada con un movimiento despreocupado, casi elegante, y le devolvió el cuaderno. Había algo en ese gesto, en la forma en que sus dedos rozaron el papel, que hizo que Alejandro lo observara un segundo más de lo necesario.
Sonriendo para sí mismo, Alejandro se levantó. Le resultaba curiosamente divertido confiarle su asiento a Iván, como si compartieran un pacto tácito.
Sus amigos de secundaria llegaron en autos deportivos, con la actitud de quienes saben que no pasan desapercibidos. Alejandro, mucho más discreto, les pidió que no entraran al campus con los coches, evitando el revuelo.
—Tu universidad es un maldito laberinto —se quejó Fede, uno de ellos, mientras caminaban.
—Buena práctica para cuando estés perdido en el extranjero —respondió Alejandro, con una sonrisa burlona.
—Un día a la vez, ¿vale? —replicó Fede con dramatismo—. ¡Morir fuera no está en mis planes!
Leo, el otro amigo, era más serio y estaba allí para el partido de esa tarde.
—No puedes callarte ni un segundo —le recriminó a Fede, con un suspiro exasperado.
—¡Es que me emociono! —se defendió Fede, riendo.
Los tres compartieron recuerdos de la secundaria, cuando Alejandro aún salía de fiesta con ellos, perdiéndose en noches de risas y excesos. Ahora, prefería planes más tranquilos, como una partida de billar o una charla con Mateo.
—Ya no sales con nosotros —comentó Fede, con un tono entre nostálgico y acusador—. Por cierto, Flor todavía te menciona cada vez que nos vemos. Dice que lleva años enamorada de ti.
—No empieces —gruñó Alejandro, rodando los ojos.
—Pregúntale a Leo si no me crees.
Alejandro no respondió. Conocía a Flor desde la secundaria. Ella había sido insistente, incluso tras sus rechazos claros. Con el tiempo, aceptó que no habría nada entre ellos, pero sus sentimientos parecían más obsesión que amor.
—Ojalá madure —dijo Alejandro, con un tono seco—. Eso no es amor, es capricho.
—Frialdad nivel jefe final —bromeó Fede, dándole un codazo.
La conversación se desvió hacia temas más ligeros. Alejandro no creía en los grandes amores juveniles. Para él, los sentimentalismos eran un lujo que no se permitía.
Por la tarde, el partido atrajo a una multitud de espectadores. Mateo llegó con bebidas para Leo, pero dudó al entregarlas: un estudiante local apoyando al equipo visitante podía levantar cejas.
—Tranquilo —dijo Fede, riendo—. Nadie te conoce aquí.
—Si Alejandro lo hiciera, sería raro —añadió Mateo, con una sonrisa pícara.
—No voy —respondió Alejandro, encogiéndose de hombros—. Ellos tienen agua de sobra.
En la cancha, los jugadores se alineaban, listos para el enfrentamiento. Alejandro observaba con interés moderado. Le gustaban los deportes, pero prefería los individuales, donde el esfuerzo dependía solo de uno mismo.
—Mira —susurró Mateo, dándole un codazo—. ¿No es Tomás?
Alejandro entrecerró los ojos, confirmando con un asentimiento.
—Sí, es él.
—¿Quién? —preguntó Fede, curioso.
—Nada, un tipo con el que tuve un problema —respondió Alejandro, con un tono que cerraba el tema.
—¿Ese? ¿Te hizo algo? Vamos a hablar con él —insistió Fede, siempre dispuesto a meterse en líos.
—No hace falta —cortó Alejandro, sin mirarlo.
—¿Y por qué pelearon?
—Si preguntas otra vez, te mato —dijo Alejandro, con una calma que ocultaba una advertencia.
Fede, fiel a su estilo, no paraba de hablar. Mateo, exasperado, le pasó una botella de agua.
—Toma, bebe algo. Me estás secando la garganta solo de escucharte.
—¡Qué sensible eres! —rió Fede.
Alejandro intervino, poniendo fin a la discusión:
—Basta, los dos.
En la cancha, Leo destacaba, moviéndose con una gracia que parecía capturar todas las miradas. El público femenino dejó escapar suspiros de admiración cuando se secó el sudor con la camiseta, dejando entrever su torso.
—Es una celebridad en su campus —comentó Fede, con un guiño.
—Ni que fuera el protagonista de una novela juvenil —bromeó Mateo.
—Algo así como tú aquí —dijo Fede, señalando a Alejandro con una sonrisa.
—Déjame fuera —replicó Alejandro, con un tono que no admitía réplica.
—No es lo mismo —intervino Mateo—. Aquí hay muchas mini-celebridades. Leo allá es como el rey del campus.
—¡Dije que me dejes fuera! —repitió Alejandro, aunque una sonrisa se le escapó.
En la segunda mitad, el marcador se apretó, y el ambiente se volvió eléctrico. Los equipos luchaban con ferocidad, cada punto disputado con intensidad.
Alejandro, sin embargo, estaba distraído. Su mente vagaba, preguntándose cuánto duraría el partido… y si Iván seguiría en la biblioteca, con su expresión seria y esa aura que, a pesar de todo, no podía dejar de notar.