Ese día su ánimo fue cayendo como la bruma espesa del verano. Acompañó a Hugo a varias reuniones, almorzaron con antiguos compañeros, y aunque bromeó como siempre, por dentro Alejandro se sentía ajeno a todo.
Al anochecer, mientras descansaba en su dormitorio, se quitó los audífonos después de media hora de música y se sentó sin hacer nada. Necesitaba moverse. Pensó en alguien con quien pudiera descargar esa tensión... y pensó en Iván.
Alejandro le escribió: "¿Hoy no corres?"
Iván respondió tras unos minutos: "¿Qué pasa?"
"¿Un partido de bádminton?"
"¿No tienes con quién jugar?"
Alejandro dudó, pero luego escribió: "No."
Iván no tardó. Le envió un audio breve: "Bajo en quince."
En ese momento, Iván masticaba la mitad de una manzana. Guardó el celular y terminó la fruta sin apuro. Un amigo le preguntó:
—¿Te vas tan temprano? ¿Te está esperando alguien? ¿Nuevo romance, Iván?
Iván no respondió. Guardó sus llaves, auriculares y salió sin mirar atrás.
—¿Entonces reservo los pasajes? —insistió el otro.
—Hazlo —fue todo lo que dijo Iván antes de cerrar la puerta.
El partido duró hasta las diez de la noche.
Ambos sudaban como si hubieran corrido una maratón. Alejandro, exhausto, cayó sentado sobre el suelo de madera. El sudor goteaba desde su barbilla. Iván cruzó desde el otro lado de la red, recogió ambas raquetas y le lanzó una botella de agua a Alejandro.
—Eres bueno —admitió Iván, aún sin aliento.
—Tú también —respondió Alejandro entre jadeos.
Se quedó bebiendo en silencio. Una gota de sudor resbaló por su pestaña como una lágrima. Alejandro se la limpió y luego preguntó:
—¿Vas a ducharte?
—¿Tú sí?
—No traje ropa para cambiarme —admitió Alejandro mientras extendía la mano.
Iván se la tomó y lo ayudó a ponerse de pie. Alejandro suspiró hondo.
—Creo que tú tampoco trajiste. ¿Vamos directo a las residencias?
—Vamos —dijo Iván.
Mientras caminaban de regreso al campus, Alejandro comentó:
—Pocas personas aguantan jugar conmigo. Dicen que parezco una bestia.
—Tienes fuerza —Iván se limitó a decir.
—¿Juegas tenis?
—Sí. Si quieres jugar otro día, me avisas.
Alejandro lo miró de reojo. Iván mantenía su rostro inexpresivo, como siempre. Pero había algo... distinto. Alejandro murmuró:
—Gracias.
Iván lo miró de reojo, pero no preguntó por qué. Pasaron unos segundos en silencio. Luego Iván preguntó:
—¿Te sientes mejor ahora?
Alejandro se detuvo por un segundo. Parpadeó, bajó la mirada y esbozó una sonrisa.
—¿De dónde sacaste eso?
—Jugaste con rabia —Iván dijo con suavidad—. No se juega así si todo va bien.
Siguieron caminando. A su alrededor, los grillos y las cigarras cantaban con fuerza. Al llegar a la entrada del edificio, Iván le devolvió la raqueta.
Alejandro se la colgó al hombro, sonriendo:
—¿Cómo supiste que me sentía mal, Sherlock Iván?
Iván lo miró directo y se señaló los ojos:
—Tus ojos lo dicen.
Alejandro bajó la mirada de nuevo. La sonrisa seguía ahí, pero esta vez era distinta. Más suave. Más honesta.