Capítulo 10 :honor.

—¡Claro, Alejandro!—respondió Clara, la delegada de clase, con su voz dulce y juvenil—. Si te falta algo, dímelo sin problema.

Alejandro tecleó con cuidado:

—Vale, gracias.

Su respuesta fue breve y algo distante; no quería malinterpretaciones. Clara siempre había sido muy atenta, quizás por pura amabilidad o quizá con otras intenciones. Pero no era su tipo, así que prefirió mantener la conversación al mínimo.

Ya había aprobado varios exámenes y solo le quedaban tres parciales de asignaturas de la carrera. Al terminar, por fin empezarían las vacaciones. Hugo ya había comprado billetes para viajar a casa de su abuela en Galicia y le preguntó:

—¿Vienes conmigo?

Alejandro levantó la mirada entre bocado y bocado:

—No, gracias.

—Bueno —aceptó Hugo—. La costa gallega es preciosa, pero pasar demasiado tiempo ahí puede resultar monótono.

Un rato después Hugo volvió a la carga:

—¿Y tú adónde vas este verano?

—Aún no lo sé —respondió Alejandro, restándole importancia—. No tengo planes.

—¿Al Camino de Santiago? —sugirió Hugo, hojeando su móvil—. Vi que Diego buscaba compañeros de ruta. Aunque no sé si te vendrá bien tanta caminata…

—Ni de broma —rió Alejandro—. Eso no es peregrinaje, es turismo sexual. No seas ingenuo, Hugo.

—¿Ir al Camino solo para eso? —se asombró Hugo—. Podrías quedarte en Madrid, que siempre hay marcha.

—Una cosa no quita la otra —contestó Alejandro con una sonrisa—. No hay conflicto.

—Ajá, «recreo en ruta», ¿eh? —concluyó Hugo.

Alejandro dejó el tema ahí y siguió comiendo en silencio.

A la mañana siguiente, tras el último examen, Alejandro guardó dos camisetas limpias en su mochila y se fue a casa de Verónica y Carlos. El vientre de Verónica ya era muy notable y caminaba con cuidado, sujetándose la espalda. Carlos seguía trabajando a destajo y apenas coincidían en casa.

Ivancito tenía clase de refuerzo de matemáticas, así que Alejandro lo llevó en coche, aprovechando después para dar una vuelta y despejar la mente. Si no salía, los silencios en el piso se volvían insoportables.

Mientras conducía por la Gran Vía, vio aparcada una gran moto negra junto a la acera. Sacó el móvil y la fotografió:

—¿No se parece a la de tu perfil? —grabó un mensaje de voz para Iván.

Iván tardó en contestar:

Iván: No es la misma.

Bajó la ventanilla y reclinó el asiento un poco. Aunque el día estaba nublado, el aire era fresco. Mientras charlaban, Alejandro le preguntó:

—¿Y tú cuándo terminas los exámenes?

Iván: Pasado mañana.

—¿Y luego? ¿Regresas a Córdoba o vienes a Madrid?

Iván: ¿Por qué?

—Para cenar juntos antes de que te vayas —sugirió Alejandro.

Iván respondió con un audio seco:

—Te llamo al acabar el examen.

—Perfecto —sonrió Alejandro.

Esa tarde, tras dejar a Ivancito con Verónica, Alejandro fue directo al polideportivo con su raqueta de tenis. Iván lo estaba esperando en la puerta:

—¿Otra partida? —dijo Alejandro, saludándolo.

—Sí —asintió Iván.

Ninguno de los dos comió demasiado: un par de bocadillos ligeros y agua. Después, se vistieron para el partido. Alejandro llevó su equipación blanca, que contrastaba con su piel bronceada; los pantalones cortos dejaban ver unas piernas largas y musculadas.

Cada golpe de raqueta resonaba en la pista como un tamborileo: un ritmo que recordaba el pulso acelerado de la juventud. Iván, empapado en sudor, se quitó la camiseta con un movimiento fluido. Alejandro, sentado al borde de la pista, no pudo evitar bromear:

—Con ese gesto podrías hacer una sesión de fotos.

Iván lo miró sin inmutarse y le lanzó una botella de agua:

—Hidrátate.

Alejandro la atrapó con destreza, sonriendo mientras el agua fresca le recorría el rostro.

La pista estaba casi vacía; la mayoría de los estudiantes que quedaban en Madrid se habían ido de vacaciones. Se tomaron un descanso:

—¿Cuándo te vas? —preguntó Alejandro.

—Dentro de dos días —respondió Iván.

—¿Solo o acompañado?

—Voy con Santiago.

—¿Santiago? —repitió Alejandro, sorprendido—. Vaya compañía…

—Ya lo sabes —dijo Iván, encogiéndose de hombros.

—Santiago… el “reformado”. Qué mundo, ¿no?

Iván alzó una ceja, manteniendo su expresión impasible.

Alejandro, sin pensarlo, le preguntó:

—¿Tienes novia?

Iván lo miró con curiosidad:

—¿Y tú?

—No —admitió Alejandro.

—Entonces estamos a la par.

—Sí, sigo soltero.

Al terminar, Alejandro pensó en ducharse, pero al buscar su camiseta descubrió que Iván ya se la había cambiado. Iván le sonrió y le devolvió la raqueta:

—Deja que te ayude.

Sin más, Iván le puso la camiseta limpia antes de partir. Alejandro decidió volver así, sintiéndose cómodo con aquel extraño honor.