La completitud de los cimientos del U-Empire se tambalearon cuando el emperador Lord Aiden I, el pacífico, murió de forma repentina una noche mientras intimaba con una de sus doncellas, aunque poco después, en los resultados de la autopsia realizada por el departamento forense de la ciudadela, la verdad resultara ser otra muy distinta.
Atrás quedaban para él las promesas de fidelidad y amor eterno, atrás quedaban las alianzas, los “te quiero”, los “te prometo” y los taciturnos amaneceres observando sus impolutos rostros. Tras la muerte de Delilah, el verdadero amor de su vida y madre de su hija, la figura de invencibilidad que representaba su persona, se tornó en un reflejo roto de lo que había sido, y los trozos de cristal que componían ese espejo, quedaron desparramados por el suelo, liberando trozos aún más pequeños y virutas tan letales que, si a uno se le antojaba recogerlas con las manos, no tardaría demasiado en pagarlo. Olyvia era su nombre, su tersa piel acanelada y sus verdes ojos volvían loco a Aiden, pero solo en lo carnal, la poca bondad que aun le quedaba, la poca compasión, eran algo a lo que Olyvia, por muy buena doncella que fuera, jamás tendría derecho. Olyvia se le subía encima, no obstante, e intentaba acallar a sus demonios con sus caderas, con sus gemidos y con la delicadeza de sus manos, masculinizandolo, haciéndole sentirse Dios a pesar de todo. Tras esto, Olyvia pasaba a ser una más.
—Vístete y tráeme un vaso de agua —ordenaba fríamente el emperador. Y Olyvia, como buena doncella, obedecía sin decir ni una sola palabra. Por lo menos tiene la poca decencia de dejar que me vista, solía pensar ella.
Una vez, a la doncella, se le pasó por la cabeza proponerle algo más atrevido, valorando su situación personal y la del descarriado y errático emperador.
—Mi señor —musitó con indecisión. El emperador tornó su mirada hacia ella y procedió a escuchar la necedad.
—¿Qué quieres, Olyvia? —preguntó. Su tono revelaba la naturaleza de lo que sentía. Una mezcla de cansancio, inconformismo, pesadez, agobio y, tal vez, algo de depresión.
—Había pensado que, dado que nos llevamos tan bien, y que la niña… que Dahersala… En fin, su madre murió al darla a luz…
El emperador alzó la mano y se incorporó, aún tenía sus atributos a la vista cuando lo hizo. Su mirada se tornó sería, incrédula e incomprensiva durante unos segundos. Olyvia agachó la mirada, y éste no tardó en ordenarle que volviera a levantarla.
—¿Lo dices en serio? —quiso saber Lord Aiden. Cuando Olyvia se decidió a responderle, a explicarse un poco mejor, este le pidió que parara, pero no con palabras, sino con el mismo gesto de altivez de su mano frenando sus comentarios. —¿Crees que puedes venir aquí, montarme como si fuera un caballo, chuparme la vida misma con esa boca y que, precisamente con esa boca, puedes siquiera proponer lo que estás proponiendo?
—Pero, Aiden…
Lord Aiden se levantó del sillón sobre el que, minutos atrás, ella le había montado como a un caballo y la sujetó por el cuello.
—¿Has visto esto? —El emperador mostró su mano, el sello de bodas de su difunta esposa alrededor de su dedo anular. La doncella tornó los ojos levemente anegados por el anhelo de alcanzar, de igualar siquiera lo que Delilah había sido —y aún seguía siendo—, para el emperador. Sí, lo había visto, lo veía cada vez que se sentaba sobre él, lo sentía cada vez que recorría la piel de su espalda, de sus senos, de su abdomen y de su mismísimo coño, y al final de cada día, lograba verlo en sus sueños. Asintió con una mueca de dolor en su rostro. —La próxima vez que escuche el nombre de mi esposa o de mi hija salir de tu sucia boca, haré que te ejecuten. No olvides por y para qué estás aquí —sentenció el emperador, y entonces la soltó.
Olyvia se llevó las manos al cuello e intentó recuperar el aliento. No lo había olvidado, no había olvidado quién era, ni qué hacía ahí, y en parte eso era lo que más dolía, tener que envenenar al emperador por orden de esa maldita zorra de supervisora de Black Lotus. Aquella noche lo vio claro, con la mirada cansada y anegada, llenó el vaso de agua de Lord Aiden y, con la propuesta de matrimonio denegada y el pulso tembloroso, añadió tres gotas de curare, uno de los venenos más populares y letales conocidos por el ser humano, y se lo entregó. Lord Aiden I sonrió y levantó la copa. Tras esto, Olyvia desapareció sin dejar rastro.