Magda había salido aquella tarde con lo puesto. Un top ajustado bajo una chaqueta de cuero y unos pantalones de tela vaquera rasgados y desgastados, simulando una vejez que en realidad no existía. Mucho se había especulado hasta entonces sobre los métodos utilizados para desgastar una tela que ni el propio paso del tiempo conseguía desgarrar. Entre todas las habladurías estaba la que afirmaba que los métodos usados resultaban tan perjudiciales para la salud de quien decidiera vestirlo como comerse un gramo de níquel enriquecido con uranio. Pero ahí estaba Magda, como muchas otras personas antes que ella, esperando la línea 18 en la estación central de Odesa, de piernas cruzadas y resguardando sus manos del frío entre las radiactivas fibras de sus pantalones.
Era bien sabido que Kiev, capital del distrito ucraniano del U-Empire, no era un lugar apropiado para andar deambulando, pero Magda tomaba esa misma línea cada día. Como el día anterior, se sumergía en el punto más conflictivo del U-Empire durante casi todo el día, y antes de caer la noche, volvía a Odesa. Pero aquella tarde se presentaba extraña a sus ojos, sus manos cobijaban mucho más de lo que podría parecer a simple vista, pues bajo la chaqueta, a la altura de la zona lumbar, ocultaba a su más fiel acompañante, una Beretta 92, el arma reglamentaria de los agentes de Paradox.
Paradox, la agencia de inteligencia del U-Empire, llevaba más de cuatro meses sospechando que había personal infiltrado de Black Lotus entre sus activos. El motivo era sencillo, aunque no tuvieran pruebas que señalaran a Black Lotus directamente, dieciocho agentes de Paradox habían muerto en este breve lapso de tiempo, y la propia Magda podría haber sido la número diecinueve si el operativo de Paradox no hubiera irrumpido en la escena aquel dia. Por suerte, Ilya Voss, su compañero de equipo, advirtió la emboscada y avisó con antelación al operativo de respuesta incluso antes de que esta tuviera lugar, salvándola de una muerte segura.
La compuerta del autobús se abrió y allí estaba Magda, como siempre, con la nariz sonrojada, con sus ojos tan azules como el cielo en primavera y su hermosa cabellera negra.
Ilya sonrió al verla. Su barba y su elegante peinado, en conjunto con su ceñida gabardina negra, diseñada a medida, hacían de él una figura que inspiraba todo lo contrario que Magda, reforzando así su tapadera, pues, ¿quien en su sano juicio pensaría que ese tipo, ese que probablemente fuera un simple funcionario emperifollado leal al gobierno central de París, y que permanecía de pie en mitad del autobús durante todo el trayecto, tuviera algo que ver con esa chica vestida de metalera despreocupada. Nadie. Y esa era la mayor arma que ambos tenían.
Cuando sus cuerpos se cruzaron en mitad del autobús, un leve roce de sus dedos fue suficiente para que el fuego se desatara allí donde ojos ajenos no podían llegar y calcinara todo aquello que sus ropajes ocultaban. Magda saboreó el éxtasis de un beso que no llegó.
“Próxima parada: Kiev, centro”
A su llegada, la línea 18 abrió sus puertas. Ella tomó la trasera, mientras que él decidió bajar por la intermedia (la delantera era la que te enfrentaba al conductor, solo de subida y pago). La misión contemplaba un reencuentro entre ellos dos en el otro extremo de la ciudad, pero antes, ella se tenía que mostrar vulnerable, indefensa; distraída. Asique hizo lo propio y, con ambas manos resguardadas del frío en el interior del cuero de su chaqueta, caminó y caminó escudriñando con el rabillo de sus ojos cualquier posible indicio de amenaza. Al cabo de quince minutos, Magda emitió un pitido al busca de Ilya desde el interior del bolsillo. El mensaje carecía de palabras, tan solo un punto se mostró en la pantalla verde del dispositivo de su compañero. Un punto significaba contacto; nada en su lugar, lo propio: nada. De modo que cuando Ilya vio el punto, aligeró el paso y se apresuró por alcanzar la posición acordada con ella. Era cuestión de tiempo que Black Lotus atacara, pues ya lo habían intentado antes, sin éxito, por supuesto.
“Las casualidades no existen”.
Magda recordó estas palabras de repente, las de su instructora Olga Petrov, y sintió, por alguna extraña razón, que la estupidez y la ignorancia habían invadido por completo a Paradox. Una agencia que se suponía, era famosa por anticipar los movimientos de sus objetivos, y que, sin embargo, cegada por un poder que en realidad no poseía, se había dejado arrastrar presa de su propio ego hasta donde el enemigo quería. Pudo verlo justo en ese momento, pudo ver que no estaban jugando a cazar al malo, sino que el malo estaba jugando a cazarlos a ellos. Lo entendió de repente, y entonces se detuvo, con ambas manos en los bolsillos, entendiendo que había perdido, que Paradox había perdido, y que el precio era su vida; una trampa dentro de una trampa, Black Lotus se la había jugado, el tipo de negro de la esquina, que aparentemente hacia gimnasia unos doce metros mas allá, no estaba solo, de hecho, el propio Ilya tampoco lo estaba cuando ella se subió al autobus; pudo ver el patrón cuando atisbó a ese que la esperaba, cuando se juró así misma que ya lo había visto antes.
Su garganta se estremeció y la beretta, ajustada a su cinturón en la parte trasera de su mitad media, de pronto se tornó lejana e inalcanzable, si a la discreción pretendía seguir aludiendo. Tras un par de segundos, dio media vuelta, como quien olvida algo y quiere regresar sobre sus pasos a su lugar de origen, y apresuró el paso. Sin embargo, y a pesar de haber dado en el clavo con su teoría repentina, con el hecho de que el juego se había tornado en el cazador cazado, seguía ignorando, tal vez, la parte más importante de la ecuación, esa que, por cierto, todo Paradox había pasado por alto.
El tipo que hacía ejercicio unos doce metros más allá, dejó de disimular e inició una decidida caminata tras ella, guardando distancias, eso sí, mientras avisaba a sus compañeros. A Ilya lo sorprendieron mientras intentaba recapitular sobre sus pasos, un golpe seco unos centímetros más arriba de la nuca selló sus ojos poniendo punto y final a su vida. Pero Magda, consciente de que la seguían, siguió caminando con un paso cada vez más acelerado hasta que alcanzó un callejón en el que pudo sacar a pasear a su fiel compañera.
Los disparos comenzaron cuando el tipo asomó la cabeza, y siguieron durante unos minutos, pero el Black Lotus la alcanzó. Para cuando esto ocurrió, Madame Berett, como Magda había decidido llamar a su pistola, su preciada Beretta 92, ya se había quedado sin nada que escupir, en ese punto, el arte de la guerra tomó una forma completamente distinta. De nuevo, las palabras de Olga sacudieron su cabeza.
“Las armas son efectivas, pero es temporal. Tu mayor arma es tu cuerpo, no tu pistola, pero incluso una pistola sin balas puede convertirse en parte de tí si sabes como usarla”.
Una de las enseñanzas básicas de la instrucción de Paradox, era la de desmontar y montar armas, lo cual implicaba conocer e identificar a la perfección cada una de las piezas. Magda comprendió entonces que la corredera de Madame Berett, podía ser algo más que una simple pieza retráctil que conducía la munición al cañón. Y uno de los agentes de Black Lotus no tardó demasiado en saberlo, la corredera de Madame Berett se transformó, de repente, en su sentencia de muerte. Cayó al suelo, atragantándose con su propia sangre, sin entender qué había sido lo que le había alcanzado a la altura del cuello y le había seccionado la arteria. La Beretta de Magda se quedó parcialmente desnuda, aunque no desprovista de elementos con los que sacar adelante aquel enfrentamiento. La Ucraniana utilizó el poste guía expuesto junto al resorte para atragantar al segundo de un equipo de no menos de siete agentes, al resto de ellos lo aplacó con sus propias manos hasta que consiguió finalizar al último de ellos, apuñalandolo sin compasión con el conjunto de la armadura de la pistola descargada. Para entonces, la jovencita ucraniana de despreocupadas vestiduras de metalera había desaparecido, y el callejón se había convertido en un baño de sangre imposible de ignorar, por suerte, los disparos previos a la encarnizada, disuadieron a los civiles antes de que tal atrocidad tuviera lugar. Caminó renqueante entre los cadáveres de Black Lotus, mientras se cercioraba de que ninguna parte de su propio cuerpo se le cayera en el camino. El aire escaseaba, y la sensación de aturdimiento amenazaba con hacerla caer en cualquier momento, su labio partido no dejaba de sangrar, y en la espalda aún notaba la presión de los golpes recibidos, no obstante siguió adelante, con Madame Berett, de nuevo de una pieza, hasta que posó un pie fuera de ese callejón.
Y entonces se desvaneció. Despertó cuando una masa ininteligible de agua fría se precipitó sobre ella, y para cuando quiso abrir los ojos, tres tipos encapuchados se alzaban frente a ella. Estaba atada de pies y manos a una silla, en mitad de una amplia estancia y sin nada más que su propia decisión de seguir viviendo a su alcance.
—¡Magda Alianova! —dijo uno—, ¡Pero qué ven mis ojos!
Magda agachó la cabeza. El tipo atrapó su cabellera y se la levantó de nuevo.
—Vamos Magda, es de mala educación no saludar, ¿no te lo ha dicho nadie?
—No hablo con muertos —espetó la ucraniana. El tipo rompió en una carcajada que instó a los otros dos a acompañarle en su gesta.
—Yo, sin embargo, sí que lo hago. Me gusta que sea mi cara lo último que vean antes de convertirse en ello, mejor dicho —respondió, y entonces las carcajadas cesaron. El chasquido de Madame Berett se precipitó sobre la cabeza de su dueña, a manos de su agresor, quien curiosamente, conocía tan bien el arma como ella, a pesar de ser exclusivamente reglamentaria de Paradox.
Los grilletes habían sido colocados a conciencia, tanto en sus tobillos como en sus muñecas, lo cual no favorecía en absoluto. Sin embargo, la verborrea del líder, le proporcionó a la ucraniana el tiempo necesario para pensar en un plan de contingencias.
“Siempre hay una forma de hacerlo, un punto flaco del que aprovecharse, un punto crítico del que valerse cuando la situación se tuerce”.
De nuevo, cortesía de doña Olga.
—Y ahora dime. ¿Cómo prefieres que te mate?¿metiendote una bala en la cabeza con tu propia pistolita de juguete, o metiéndote la polla en la garganta hasta que te asfixies? —propuso el tipo. Magda rompió en una carcajada.
—Bueno —dijo—, puesto a que el arma no tiene balas, solo te queda una opción, pero, en serio, creo te faltan huevos para metermela en la boca y pretender que me asfixie con ella.
La burla fue sutil, no obstante el tipo lo captó al vuelo. Y esto provocó que estallara de forma repentina en un arrebato de ira. Golpeó el rostro de la chica una y otra vez, como si en cada una de las ocasiones, adquiriera más y más autoridad, como si golpear de esa manera a una dama fuera algo que elogiar. La dama escupió una bocanada de sangre, estaba muerta, lo tenía tan asumido que no le importó en absoluto sentir el dolor de aquellos golpes. Tan solo quedaba humillarlo, cuanto más mejor, y justo en ese momento, justo en el momento en que el tipo decidió presumir de hombría, la perdió por completo.
—Lo que yo decía… —musitó entonces la ucraniana, de forma torpe y medio atragantada por la sangre.
El plástico es resistente hasta cierto punto, pero muy erosionable, su estructura molecular se doblega fácilmente si se somete a un continuo rozamiento, con calor y un poco de paciencia, acaba cediendo frente a la afilada textura de la rebaba de un grillete improvisado. Por supuesto, el grosor de este influye, así como su composición. Esto Magda lo sabía. Por eso dejó que el tipo se bajara la bragueta, por eso dejó que el tipo se saliera con la suya, porque una polla era una polla, más limpia o más sucia, pero una polla al fin y al cabo, una extensión de carne desprovista de hueso cual dedo entumecido y con la cabeza similar a un casco amoratado. Lo único que deseó es que el tipo no fuera precoz, por lo de la paciencia y demás.
Al término de la función, la ucraniana salió de aquel almacén, con la barbilla cubierta de sangre y su Beretta guardada en la parte trasera del cinturón, dejando tras de sí un reguero interminable de cadáveres que las autoridades ucranianas se encontrarían y archivarían como un caso más sin resolver.
“Encontrados sin vida tres varones de mediana edad en los almacenes abandonados de Rothsville, dos de ellos con un disparo en la cabeza (porque Madame Berett sí que tenía balas, pero también reconocimiento dactilar), y el tercero, con su propio miembro viril mutilado, metido en la boca. Informa Ivanovich Gustav, de Ukrainska Pradva.”
Olena estaba viendo la noticia en el programa matinal ucraniano cuando el estribillo de la canción “Separate Ways” de Journey rompió el silencio desde su teléfono y despertó por un breve instante al dormilón de su marido. Por suerte, este no reparó en lo que estaba leyendo su esposa.
De: NamelessMagda271♥@Paradox.ue
Para: Paradox/Everyone-else.
Asunto: Identidad revelada.
"La flor de Katyusha ya sabe quién cantó fuera de tono".
"Karina Dmitriyev y Krait Antonov. De nada..."
Desde Magda con ♥
Porque sí, en ese momento, Magda ya había llegado y había abierto la puerta de su apartamento, la madera ya había crujido al quedarse brevemente atrancada con una piedrita que, aparte de mellar el bajo de la puerta, también había dejado un sendero marcado en el suelo tras el empujón. Su maquillaje, discreto pero resolutivo seguía intacto, pero su mejilla derecha amoratada y su labio inferior aún se resentían por los golpes de aquel agente. Apagó el teléfono y simplemente se limitó a esperar. Porque a pesar de todas las críticas que recibía, no era una puta, y sino, que se lo pregunten a ese eunuco chivato muerto de Black Lotus.