Capitulo:5 el veneno en la niebla

¿Qué dices? —exclamó Marcus, apartándome con brusquedad del microscopio. Su rostro cambió por completo. Ya no era el científico racional que solía analizar todo con mente fría. Era un hombre enfrentado a algo que desafiaba su propia existencia.

—¿Qué clase de monstruos crea este lugar? —susurró, mirando con los ojos vacíos, como si hubiese visto más de lo que su mente podía soportar.

Fue entonces cuando Elena se acercó. Tenía el rostro pálido, como si hubiese visto a un muerto caminar.

—John… —me dijo—. Hay un animal… pegado a la pared del pueblo. No se mueve, pero respira. Y, John… me disculpo por no creerte cuando dijiste que estas criaturas tenían rostros humanos…

La miré fijamente. Mi pulso se aceleró.

—¿Ahora sí me crees?

Ella solo asintió, tragando saliva.

—Ven a verlo. Tú también, Marcus.

Nos acercamos, rodeando la vegetación que ya crecía con formas ajenas a toda lógica. Y entonces lo vimos.

Un escorpión.

O algo que había sido uno.

Su cuerpo era el doble del tamaño normal, con patas delgadas como ramas secas, pero su torso estaba incrustado a la pared misma, como si la roca lo hubiera absorbido. Su caparazón se entrelazaba con la piedra, y su cara… tenía mejillas, labios… y ojos.

Humanos.

El aguijón era igual al de la abeja de antes: largo, cristalino, vibrando con una energía silenciosa, como si estuviera esperando algo. Elena, sin decir nada, tomó con cuidado una pequeña pinza y cortó el aguijón.

—¿Ustedes creen que el veneno también haya cambiado…? —preguntó con voz apagada, sosteniéndolo frente a la luz.

—Saben qué —interrumpí, con el corazón martillando en el pecho—. Nos vamos de aquí. Ahora.

No hubo discusión.

Recogimos las muestras, los instrumentos, el aguijón, y emprendimos el camino de regreso al asentamiento. No miramos atrás. Solo corrimos, como si algo en la niebla pudiera alargarse lo suficiente para alcanzarnos.

Y mientras huíamos, juraría que oí…

risas.

Suaves, entre el follaje.

Risas de niños… llorando.

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Al llegar al asentamiento, Antok nos esperaba. Su mirada era serena, como si ya supiera la respuesta antes de hacer la pregunta.

—¿Cómo les fue?

Tomé aire. No podía ocultarle la verdad… pero tampoco podía contarle todo.

—El pueblo… cambia a los seres vivos. Su composición, su ADN… todo lo que entra allí ya no es igual cuando vuelve. Si vuelve.

Antok asintió lentamente.

—Entonces lo han visto. Han sentido el llamado.

Quise decirle que su hijo seguía allí. O al menos algo con su cuerpo. Pero no pude. No quise abrir una herida que tal vez nunca sanó. Preferí dejarlo con su silencio. Tal vez, de algún modo… él ya sabía.

Mientras entrábamos en la choza que nos ofrecieron para descansar, Elena guardó el aguijón cuidadosamente en una caja de metal con cierre hermético. Marcus, aún con el rostro sombrío, no decía palabra. Revisaba una de las muestras, y murmuraba en voz baja:

—No evolucionan. Se fusionan…

Esa noche no dormimos.

Porque todos —sin excepción— soñamos con lo mismo:

Un pueblo sin tiempo…

Flores que cantaban nombres humanos…

Y un cielo con ojos. Muchos ojos.

Que ya nos estaban mirando.