Capitulo:6 la plaga

El Pueblo Perdido del Rosario

Parte 6: La Plaga del Límite

A la mañana siguiente, despertamos con los párpados pesados, como si hubiésemos pasado la noche en vela… y en parte así fue. Las pesadillas no se habían ido, solo cambiaban de forma.

Antok nos esperaba con una sonrisa cansada y una olla humeante de té oscuro. Su aroma era amargo, fuerte, como raíces mezcladas con metal. Aun así, lo bebimos. Y al poco tiempo, el letargo desapareció por completo, como si algo hubiera "limpiado" nuestros sentidos.

Fue entonces cuando Elena se levantó para buscar las muestras que habíamos traído. Marcus la siguió. Mientras tanto, un joven indígena del asentamiento se acercó a mí con pasos firmes. Su mirada era seria. Llevaba una lanza tallada con símbolos antiguos.

—Ustedes, hombres y mujer blanca. Seguirme. —dijo, sin titubeos.

No preguntamos. Solo lo seguimos, internándonos por un sendero oculto en la maleza. El silencio era espeso.

Después de un rato, nos detuvo y señaló entre unos arbustos.

—Mirar allí. Mirar a ese conejo.

Lo vi. Y de inmediato mi garganta se secó.

Era un conejo… pero no uno común.

En su lomo, cuello y parte del rostro habían brotado flores. Las mismas flores que invadían los cuerpos de quienes regresaban del pueblo del Rosario. Las flores respiraban. Se movían. Pulsaban.

—El conejo… gritar como humano —dijo el indígena, con una sombra de horror en la voz—. Yo apuñalar con espada que tiene veneno… pero el conejo no morir. Solo cuando yo cortar las flores… entonces morir.

Nos miramos sin saber qué decir. Marcus se acercó lentamente, con una mezcla de fascinación y miedo.

—Elena… ¿puedes mostrarme el frasco donde pusimos el aguijón ayer?

—Sí… —dijo, mientras revisaba su mochila apresuradamente. Abrió el contenedor… y palideció.

Estaba vacío.

Marcus giró lentamente hacia el conejo.

—Adivina dónde está el aguijón —murmuró.

Y lo vimos: una de las flores en el conejo tenía un brillo metálico en el centro. El aguijón había desaparecido del frasco y había sido absorbido o atraído por el nuevo organismo.

El indígena se arrodilló junto al animal y dijo con seriedad:

—Eso es sobrenatural. Yo ver a varios animales por el bosque así. Como ese conejo. Nosotros… nosotros encargar de matarlos para que no se propaguen.

Fue entonces que comprendimos lo que antes no habíamos querido aceptar:

Los indígenas no se habían asentado cerca del pueblo por curiosidad o ignorancia.

Estaban aquí para proteger al resto del mundo.

Para mantener a raya una plaga viviente, que estaba mutando la vida misma.

Una infección que no buscaba matar…

…sino transformar.

Al volver al campamento, Marcus me miró con expresión grave.

—John… creo que estas criaturas no son solo mutaciones. Están organizadas. Tal vez el pueblo… piensa. Tal vez está usando a los seres vivos como sus manos y su boca.

Elena murmuró:

—¿Y si estas flores no solo crecen… sino que aprenden?

Nadie respondió.

Porque en lo profundo del bosque, el mismo canto del conejo muerto volvió a sonar.

Pero esta vez… con más voces.

Y todas decían una sola palabra:

¡¡¡Zozobra!!!.