Capitulo:9 Lo que no germina se marchita.

La noche cayó sobre el campamento, y con ella, el silencio se volvió espeso.

El cazador velaba solo, sentado junto al fuego, mientras Marcus limpiaba las herramientas de recolección y Elena intentaba procesar algunas de las muestras que habíamos traído. Yo solo me quedé mirando el vacío, con el eco de aquella palabra —zozobra— aún latiendo en mi cabeza.

La muerte de Antok nos había marcado. Y más aún… lo que vino después.

El amanecer llegó sin darnos tregua. Una lluvia fina empezó a caer. No era lluvia real. Parecía... agua vieja. Tenía un olor terroso, como si se filtrara desde algún mundo podría ser enterrado bajo el nuestro. Marcus lo dijo en voz baja:

—Esta agua no es del cielo.

Elena encontró algo extraño en uno de los frascos de vidrio. Donde antes estaba la muestra del brote que tomamos, ahora solo había humo. Un humo tenue, casi imperceptible, pero que flotaba dentro del frasco como si tuviera conciencia. Lo selló inmediatamente con cinta y cera vegetal, pero el daño ya estaba hecho.

—Y si las esporas no son visibles? —dijo Elena—. ¿Y si... ya las respiramos?

Nadie respondió.

Esa tarde, el cazador —a quien nunca preguntamos su nombre— nos Reunión.

—Hoy no entrar. Hoy bosque habla —dijo con un tono grave.

Lo seguimos.

Avanzamos entre los árboles, entre cantos apagados de pájaros que no querían cantar, y hojas que se movían aunque no hubiera viento. El bosque parecía tenso, como si esperara algo. Entonces lo vimos: un claro en el que crecía algo. Un árbol. Oh una criatura. Era imposible decirlo.

Tenía una forma vagamente humana, con brazos que se alzaban como ramas secas y una cabeza invertida, de la cual brotaba pequeñas flores negras. Estaba arraigado al suelo, como si hubiera crecido allí… o hubiera sido enterrado.

—Esto no estaba ayer —dije, dando un paso atrás.

—Ni anteayer —afirmó el cazador—. Es nuevo.

Marcus se acercó sin miedo. Lo observó por largos minutos, hasta que encontró algo sobresaliendo de la “boca” de esa cosa. Lo sacamos con cuidado. Era un trozo de cuero con escritura.

El texto era antiguo, pero no indígena. Latín vulgar. Elena y yo lo leímos juntos, en voz baja:

> "Et factum est semen ex stella, et terra putruit. Non omnes florent. Quid non germinat, marcescit".

("Y la semilla cayó desde la estrella, y la tierra se pudrió. No todo florece. Lo que no germina… se marchita.")

—Es una profecía —dijo Elena.

—O una advertencia.

De pronto, Marcus empezó a toser. Una tos seca, hueca. Sangre manchó su pañuelo.

—Estoy bien —dijo, aunque no lo parecía.

Esa noche, al volver al campamento, lo aparté y le pregunté si se sentía raro. Me miró fijamente, como si algo en él dudara en responder.

—Te ha pasado que sueñas con tus propios huesos...? —me dijo de pronto—. Que los ves por fuera, como si tu carne fuera... una prisión. Y en el sueño, quieres salir. Quieres florecer.

No sé qué decir.

Y entonces, mientras él dormía, lo vi.

Una pequeña flor negra brotando de la comisura de su labio. Muy pequeña. Casi invisible. Pero real.

No le dije nada a Elena. No aún.

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Epílogo de la noche:

A lo lejos, desde la niebla del Rosario, alguien canta.

No hay palabras en el canto. Solo un zumbido. Un eco.

Y en cada hoja del bosque, pequeñas gotas negras empiezan a formarse.