Al amanecer, un grito desgarrador nos arrancó del sueño.
—¡AHHHHHHHH! —era Marcus, gritando con horror, su rostro pálido y la respiración entrecortada.
Corrí hacia él y lo vi llevándose las manos al rostro. En su labio inferior, algo crecía. Era como una flor pequeña, negra en el centro y con bordes rojizos, temblando levemente, como si respirara. Marcus temblaba de miedo.
Fue entonces que el viejo chamán del asentamiento indígena apareció. Su mirada era seria, sin sorpresa, como si ya hubiera visto esto antes.
—Ustedes traer al hombre blanco enfermo —dijo con voz grave—. Yo tener cura.
Aquello nos tomó por sorpresa. Por un instante, nos quedamos sin palabras. Marcus apenas podía mantenerse en pie, y sin pensarlo mucho, lo llevamos a la cabaña del chamán.
El lugar estaba cargado con aromas de hierbas secas, humo de resina y algo más... algo ácido, como metal oxidado. El chamán fue hacia un viejo baúl de madera tallada con símbolos que jamás habíamos visto. Al abrirlo, sacó una gema completamente negra, con vetas rojizas que parecían moverse dentro como si estuvieran vivas.
—Esto estar en corazón de criaturas del bosque, infectadas —nos dijo, alzando la gema con reverencia—. Yo experimentar con otras especies. Encontré esta dentro de un monstruo del bosque. Luego ponerla en otro infectado... y criatura volver a la normalidad.
Elena entrecerró los ojos, desconfiada.
—¿Puedes mostrarnos esa criatura que se “curó”? —le preguntó.
El chamán asintió lentamente y nos llevó a una choza detrás de la suya. Allí, encerrado en un pequeño corral hecho de cañas entrelazadas, había un ciervo. Pero no era cualquier ciervo.
Su pelaje estaba cubierto de pequeñas cicatrices negras, y en su cuello aún quedaba una mancha de savia seca. Sin embargo, el animal parecía tranquilo, como si nada hubiera pasado.
—Este estar infectado —dijo el chamán—. Pero gema limpiar su espíritu.
Marcus, aún pálido, asintió.
—Prefiero arriesgarme a terminar muerto que a convertirme en uno de esos monstruos.
El chamán no dijo más. Tomó la gema con ambas manos, la colocó sobre el pecho de Marcus y comenzó a recitar palabras en una lengua que no entendíamos. La gema empezó a brillar débilmente, como si respondiera a su canto.
Marcus empezó a retorcerse. Su cuerpo se arqueó violentamente y sus ojos se pusieron en blanco. Gritó. Sangre brotó de su boca, y entonces lo vimos: una semilla roja como la sangre emergió de su cuerpo, envuelta en un humo negro y espeso que parecía tener vida propia.
La semilla cayó al suelo. El chamán la recogió rápidamente, la colocó dentro de una caja de piedra con símbolos grabados, y la selló.
—Ahora él estar limpio —dijo—. Llevar a hombre blanco a descansar.
Marcus, sudoroso, con el rostro agotado pero en paz, se desmayó.
El chamán guardó la caja bajo el altar de su cabaña y nos miró con una seriedad distinta, como si ahora nos considerara parte de algo más grande. Algo que no podíamos comprender del todo.
Y en el aire... el zumbido había vuelto.
Más tenue. Pero estaba ahí.
Esperando...