Pasaron tres días desde la curación de Marcus con aquella gema negra, y aunque básicamente se había recuperado, algo en sus ojos había cambiado. No hablaba mucho, y sus manos temblaban a veces, como si recordaran el dolor que su cuerpo ya había olvidado.
Fue entonces cuando Marcus y Elena tomaron una decisión inevitable: regresar a Estados Unidos. Querían llevar todas las muestras recolectadas —tejidos, semillas, fluidos, incluso fragmentos de la piedra mural— a un laboratorio de nivel superior. Antes de partir, me prometieron que me mantendrían al tanto de cualquier hallazgo. Les creí.
Los vi alejarse por el sendero escoltados por tres indígenas armados. Cuando desaparecieron en la selva, el silencio volvió, espeso como la niebla que envolvía cada mañana el campamento.
Una semana después, llegó la llamada.
—¿Jhon? —era la voz de Elena, al otro lado del teléfono. Sonaba alterada, como si algo la hubiera dejado sin aliento.
—Dime, ¿qué encontraste?
Hubo un breve silencio.
—No vas a creerlo... —dijo Marcus, tomando el teléfono—. Hemos accedido a un archivo confidencial, dentro de una red que pertenece a un laboratorio de estudios botánicos del gobierno. No fue fácil, pero... encontramos algo.
— ¿Qué cosa? —pregunté, ya de pie, con el corazón latiéndome fuerte.
—Hace más de 60 años —dijo Marcus—, ocurrió algo casi idéntico… en un pueblo de Escocia. Se llama Crail.
Elena continuó, ahora más pausada:
—Se trata de una pequeña aldea costera. Abandona Fueda a principios del siglo XX después de una serie de desapariciones y brotes extraños en la fauna local. Los registros oficiales dicen que fue por una peste... pero los archivos internos mencionan mutaciones. Animales con rostros humanos, vegetación parasitaria, un “pozo negro” en el centro del pueblo, y algo más... algo que se repite con exactitud enfermiza: una lluvia de esporas negras precedida por sueños recurrentes entre los pobladores.
Sentí un escalofrío recorrerme la columna.
—¿Qué estás diciendo? —murmuré.
—Que lo del Rosario no es un evento aislado —respondió Marcus—. Es parte de un patrón. Y no es algo que comenzó hace unos años… esto parece haberse repetido a lo largo de los siglos, como si algo se activará en puntos específicos del mundo.
—El laboratorio quiere enviar un equipo a Escocia —agregó Elena—. Nos están invitando, pero... hay más. Una parte del mural que desciframos en tu campamento, aquella que no pudimos ver por la criatura... aparece en una fotografía del muro de Crail. El mismo diseño. Los mismos simbolos.
Me quedé en silencio.
El zumbido, que había disminuido, volvió a mi mente. No sabía si era real o si lo estaba imaginando.
—Jhon —dijo Elena, bajando la voz—, si Crail está conectado con el Rosario... entonces puede haber otros lugares. Y si esos lugares comparten un origen común... estamos hablando de algo más antiguo que cualquier nación. Algo enterrado... y vivo.
Cortamos la llamada. Y esa noche, volví a soñar.
Vi un pozo negro abierto en el centro del pueblo, vi un cielo lleno de esporas flotando como ceniza... y una figura, imposible de describir, mirándome desde el fondo de la tierra, sonriendo y mirandome con unos ojos que reflejaban el caos absoluto.
Al despertar, mi brazo temblaba otra vez.
Y bajo mi piel... juraría que algo se movía.