El silencio se hizo tan profundo que podía oírse el zumbido de la electricidad recorriendo las paredes metálicas del recinto.
En las pantallas se subió el rostro solemne del presidente de Rusia. Se ajustó el micrófono, y su voz firme pero opaca llenó la sala:
—Buenas tardes a todos y todas. Me temo que lo que estamos enfrentando no es nuevo… solo ha sido olvidado.
Pulse un botón junto a él, y en su pantalla comenzó a proyectarse una serie de documentos descoloridos, mecanografiados en alemán. Cada hoja estaba marcada con un símbolo que heló la sangre de varios presentes: el emblema de las SS.
—Durante la Segunda Guerra Mundial, nuestros antecesores soviéticos tomaron posesión de un búnker subterráneo alemán en lo profundo del bosque bávaro. Allí... encontraron esto.
Ordenó a uno de sus militares que abrió una compuerta blindada a sus espaldas. El chirrido del acero oxidado precedió a una escena grotesca.
Dentro, en cámaras de preservación hermética, yacían hombres, mujeres y niños, convertidos en una amalgama entre carne humana y vegetación marchita. Sus ojos aún abiertos. Sus bocas… algunas selladas con lo que parecían raíces negras.
Todos en la sala retrocedieron, horrorizados.
Pero Marcus, Elena y yo… no. Ya habíamos visto esa misma transformación. Aquellos cuerpos... eran iguales al hijo de Antok, los miles de animales y muchos humanos...
El presidente ruso cerró el compartimiento y continuó:
—Intentaron usar estas infecciones como herramienta militar. Querían regeneración acelerada, soldados imposibles de matar. Pero no entendieron lo que estaban manipulando… No era solo biología. Era algo más antiguo. Algo vivo. Algo que nunca debió ser alterado.
Acto seguido, pidió silencio al presidente de Corea del Norte, que se conectó desde su búnker fortificado en Hamhŭng.
Buenas noches —dijo con frialdad—. Sé que todos han visto horrores. Pero lo que mostraré… es una ventana a otro mundo.
Quiero que presten atención a esto. Una transmisión comenzó. Era un video militar, con fecha del año 2007. Una unidad de élite ingresaba a un pueblo abandonado al norte del país. El dron aéreo mostraba calles vacías, casas bien conservadas, pero sin una sola señal de vida.
—Nuestro objetivo —continuó el presidente— era llegar a este pozo.
La cámara se centró en una fuente circular en el centro del pueblo. No era distinta a la del Rosario, ni a la del video de Crail. La coincidencia era escalofriante.
El escuadrón descendió por una abertura oculta al fondo del pozo, y todo cambió. El video comenzó a deformarse, los sonidos se volvieron distorsionados, como si la realidad misma se agitara.
—miren lo que encontramos al llegar al fondo— narraba en presidente.
La cámara temblaba, pero se distinguía una estructura triangular, oscura, flotando levemente sobre una plataforma. Su superficie metalica con inscripciones extrañas como si algún tipo de secta lo hubiera puesto alli. En su núcleo, un resplandor verde palpitaba al ritmo de un corazón dormido.
—Decidimos extraerla usando manipulación remota. Al contacto… ocurrió la catástrofe.
El video se quedó en gritos. Ruidos como si los hubieran atacado. Caídas. Disparos.
Doce soldados habían descendido. Solo cinco salieron.
—Tres de ellos —dijo el presidente sin emoción— fueron afectados negativamente por la exposición. Dos… cambiaron lentamente, día tras día. Picaduras de un tipo de insectos que al principio parecían inocentes, pero que después les provocaron mutaciones… como si algo dentro de ellos intentara reescribir su ADN.
La transmisión se cortó, y el presidente asintió.
—Ese objeto… lo tenemos resguardado. Pero estoy convencido de que cada pueblo, cada sitio infectado, posee uno de estos fragmentos. Están bajo el agua, en los pozos, en las fuentes… Esperando. Y si intentamos destruirlos, la infección se acelera.
Una idea cruzó mi mente como un rayo.
—Y si no son semillas… ¿sino llaves? ¿Y si cada pozo es una puerta?
Marcus y Elena se miraron con el rostro pálido.
—Dios… —murmuró Elena—. Si esas estructuras están esperando ser reunidas… lo que sea que está detrás de ellas… quiere salir.
Todos nos miramos. La reunión había pasado de la ciencia a la teología del horror. Porque ya no hablábamos de una infección. Hablábamos de un sistema de entradas, de rituales antiguos escondidos bajo la biología moderna.
Y entonces… se subió a otra pantalla.
Era una transmisión en vivo.
Alguien en Honduras, en el Rosario… había abierto el pozo.