Salimos de ese lugar con más preguntas que respuestas. Ni Elena ni Marcus dijeron una palabra durante los primeros minutos del camino de regreso. El militar Martínez, que nos acompañaba, rompió el silencio con una frase que quedó flotando en el aire como un presagio:
—En todas mis misiones… jamás había presenciado este tipo de cosas.
Nos miramos sin responder. Yo tampoco sabía qué decirle. Joseph, su cuerpo atado al límite de un tiempo que ya no le pertenecía, nos había mostrado una verdad aún más escalofriante: algunos de estos pueblos estaban literalmente regresando del pasado.
Fue entonces cuando recibimos la llamada.
La pantalla de la unidad en la que viajábamos se encendió, mostrando un rostro sereno y elegante. Un hombre de mediana edad, de traje oscuro, ojos grises y voz pulida.
—Buenas tardes, John, Elena, Marcus —dijo con acento británico marcado—. Me llamo Frédéric R. Woodhouse, actual presidente de Inglaterra. Me he enterado de su investigación. Estoy al tanto de lo que ocurre con los pueblos fantasmas, las transformaciones biológicas… y la supuesta "infección" que han estado documentando.
Nos miramos sorprendidos. Era la primera vez que un líder mundial se dirigía a nosotros con un tono tan directo, casi personal.
—Mi equipo posee documentos que podrían ayudarles —continuó—. Antiguos registros encontrados en las cámaras subterráneas del Museo Británico. Textos que fueron sellados por órdenes del gobierno hace más de 100 años, cuando un grupo de exploradores encontró evidencias de una civilización que… no debió haber existido. Pero no puedo hablarles de eso por este medio.
Tomó una pausa, bajó ligeramente la voz y prosiguió:
—He reservado un vuelo privado para ustedes. Partirá esta misma noche desde el aeropuerto internacional de Tegucigalpa. También pueden traer a especialistas en lingüística antigua, o en traducción de inscripciones arcaicas. El material que poseemos es críptico… y está incompleto. Pero puede estar relacionado directamente con lo que sucede en el Rosario, y en otros puntos del mundo.
Frédéric nos miró fijamente desde la pantalla, como si buscara asegurarse de que entendíamos la gravedad del asunto.
—Los espero en Londres. No falten. Esta información podría ser la última pieza que necesitan.
La pantalla se apagó.
Marcus se pasó una mano por el rostro. Elena simplemente dijo:
—Textos sellados hace más de un siglo… ¿y una civilización que no debió existir? Esto se está volviendo más grande de lo que imaginamos.
Yo asentí, sin poder ocultar la tensión que se formaba en mi pecho. Algo se estaba entrelazando en las sombras de la historia. Algo que hasta ahora… nadie se había atrevido a mirar de frente.
quizá eso estaba conectado con Joseph.
Y esta noche… volaríamos hacia ello...