Fue entonces que algo interrumpio mis pensamientos, cuando completamente inesperado interrumpió la reunión. Uno de los informáticos del gobierno británico, pálido y tembloroso, apareció por la puerta lateral, sosteniendo una tablet y con la voz quebrada por la ansiedad.
—Señor presidente… debe ver esto… es urgente.
Frédéric lo miró con severidad.
—Habla rápido. Estoy en una reunión clasificada de prioridad uno.
—Es sobre Sentinel-9, señor… nuestra tecnología de observación satelital logró acercar su lente a la nueva coordenada en el Atlántico, donde apareció el nuevo punto en el mapa de Constable…
El presidente frunció el ceño. Nosotros nos miramos, atentos.
—Y... ¿qué viste?
—Señor… hay una cúpula. Una estructura imposible. Protege algo debajo del océano. Es como si alguien —o algo— impidiera que el agua inunde lo que está dentro. No hay entrada visible… ni señales de construcción humana.
Elena apretó el brazo de Marcus.
—¿Una cúpula? ¿Cómo si protegieran… una ciudad?
El analista tragó saliva.
—Y eso no es todo. Uno de nuestros satélites secundarios —Órbita Echo-7— ha sido neutralizado. No responde, no emite señal… es como si alguien lo hubiera desvinculado del sistema de control.
El presidente se levantó.
—¿Desvinculado? ¿Eso es posible?
—No sin intervención física directa, señor. Y justo antes de perder conexión, el satélite logró transmitir una última imagen. Apuntaba cerca de su última posición, justo sobre el Pacífico… ahí… ahí hay un agujero, señor.
Jhon se adelantó.
—¿Un agujero?
—Un cráter, una fosa… similar a la de las Marianas, pero más amplia y mucho más profunda. Y lo peor… no está vacía.
Activó la tableta. Todos nos acercamos. En la imagen, borrosa pero nítida en sus detalles más importantes, se veía una fosa oscura. Algo bullía en el interior. Figuras alargadas como monstruos gigantes, otras que parecían ballenas. algunas como enormes gusanos con extremidades, y otras como nubes flotantes que se contorsionaban bajo el agua.
—Un enjambre de criaturas está saliendo de allí. Miles, quizás cientos de miles. Se están desplazando hacia el norte, hacia la costa oeste de Estados Unidos.
Silencio. Dijo el presidente.
—¿Estás seguro que eso es del Pacífico?
—Completamente, señor. Lo que sea que despertó allá abajo, ha comenzado a moverse. Y lo hace rápido.
Marcus cerró los puños.
—Esto ya no es un fenómeno local. Ya no se trata del Rosario.
Frédéric asintió con gravedad.
—Ahora entienden por qué los he traído aquí. El mapa, los puntos marcados… todo está conectado. Pero no sabemos cómo detenerlo. Solo sabemos que está empezando.
Jhon se giró hacia el ventanal del monasterio. La bruma afuera parecía más espesa… más viva.
—¿Y si el pueblo del Rosario fue solo el primer aviso?