La sala quedó en completo silencio tras el informe del informático. Todos los presentes nos miramos con una mezcla de asombro y pavor. El presidente Frédéric, que hasta ese momento había mantenido un temple frío e imperturbable, se acercó a la pantalla con una lentitud casi ritual, como si no creyera del todo lo que acababa de escuchar.
—Muéstrame —ordenó con voz tensa.
La pantalla se iluminó. Las imágenes del Sentinel-9 comenzaron a proyectarse. A simple vista, parecía una cúpula perfecta, gigantesca, semitransparente, suspendida en medio del océano como una burbuja de aire contenida en el tiempo. Pero al aplicar el espectro térmico, algo más apareció.
—¿Qué es eso? —preguntó Marcus mientras señalaba una forma casi imperceptible que oscilaba dentro de la cúpula.
Una sombra.
Una silueta gigantesca que, aunque borrosa, parecía moverse lenta, deliberadamente, como si estuviera dormida… o esperando.
—No se mueve como un animal —dijo Elena con la voz quebrada—. Es como si… supiera que lo estamos observando.
Un zumbido interfirió de pronto con los monitores. Las luces titilaron. Un operador militar gritó desde su consola:
—¡La señal del Sentinel-9 acaba de caer!
—¿Otro satélite neutralizado? —preguntó Frédéric.
—No, señor... Es como si algo lo hubiese tragado —contestó el técnico, pálido.
Mi mente regresó al pueblo del Rosario. A Joseph. A la figura que arrastró a Antok como si fuese un simple juguete. A los triángulos grabados en los pozos. Al extraño comportamiento del agua. Todo parecía tener un patrón oculto... un propósito que solo ahora comenzábamos a vislumbrar.
Frédéric nos llevó aparte. Nos entregó una carpeta con un sello rojo que decía “RESTRINGIDO”. Dentro, un documento fechado en 1946. Un informe británico de la posguerra. En él se mencionaba la operación “Abismus”, una misión secreta que involucraba a científicos de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos… y el descubrimiento de una anomalía submarina en el Atlántico, justo donde hoy aparecía la cúpula.
—Uno de los últimos párrafos me dejó sin dormir —dijo el presidente.
Lo leí en voz alta:
> “Lo que yace bajo la falla no está muerto, pero tampoco vive. La estructura es orgánica, pero no biológica. Emite un zumbido perceptible solo por ciertas frecuencias… Y quienes han escuchado su eco reportan sueños con ojos sin rostro y voces que hablan desde el centro de la Tierra. Hemos acordado sellar toda investigación. Lo que sea que duerme ahí abajo… no debe despertar.”
Nos miramos. Era la primera vez que sentí un miedo distinto. No era miedo a lo que habíamos visto, sino a lo que aún no comprendíamos.
—¿Y si todo esto está relacionado con el pueblo del Rosario? —preguntó Marcus con la voz temblorosa—. ¿Y si lo que vimos allá fue solo una extensión de esa cosa… una manifestación menor?
Frédéric asintió, pero antes de que pudiera responder, uno de los soldados entró con prisa.
—¡Señor! ¡El mar está retrocediendo en las costas de California! Informes de olas que se han retirado varios kilómetros. ¡Pero no hay terremoto, no hay alerta de tsunami!
Nos miramos en silencio.
Sabíamos que no era una simple marea.
Era un suspiro.
La cosa… había empezado a despertar....