Mientras intentábamos entender lo que sucedía en Guatemala, imágenes filtradas mostraban todo el país envuelto en una espesa neblina verdosa que no se disipaba ni con el viento ni con la luz del sol. Era como si la atmósfera misma hubiera sido corrompida. La última foto satelital mostraba un fulgor pulsante en el corazón de la selva, como si algo estuviera respirando bajo la tierra… algo enorme.
Pero entre tanto caos, un hallazgo trajo un rayo de esperanza.
Uno de los equipos que excavaba en las ruinas de Lindisfarne reportó haber encontrado otra Gema de Reversión. Esta era distinta: más grande, de un azul oscuro profundo, casi obsidiana, con sutiles matices rojizos que parecían sangre atrapada entre cristales.
Terminamos el día agradeciendo al presidente Frédéric y su equipo. Nos despedimos, exhaustos, y pasamos la noche en un motel cercano. Marcus no durmió. Se encerró en su cuarto para estudiar un pequeño fragmento de la gema que el viejo chamán había utilizado sobre él en El Rosario. Sabíamos que esas piedras tenían un poder… pero no entendíamos aún por qué.
Alrededor de la 1:00 a.m. m., Marcus me despertó. Golpeó suavemente la puerta de mi habitación con urgencia contenida.
—Jhon... tienes que ver esto —dijo.
Me froté los ojos y le pregunté, aún entre sueños:
—¿Está todo bien, Marcus?
Él no respondió. Solo me entregó un microscopio portátil.
Lo miré… y lo que vi hizo que el sueño huyera por completo de mi cuerpo.
En la muestra del cristal, a nivel microscópico, había rastros de ADN. No eran humanos. No eran animales conocidos. Ni siquiera se parecía a nada de este mundo. Su estructura estaba compuesta por espirales cuádruples, imposibles en la biología terrestre.
—¿Puede ser... de un ser infectado? —le preguntó.
Marcus negó lentamente.
-No. Esto... esto es parte del cristal mismo. Como si esta gema hubiera crecido alimentándose de una criatura viva. O peor aún… como si ella misma fuera una entidad viva.
Nos quedamos en silencio, observando la muestra, como si esperáramos que se moviera por sí sola.
El reloj marcó las 8:00 a.m. metro. Salimos con el tiempo justo para tomar nuestro vuelo rumbo a Texas. Decidimos no regresar a Honduras aún. La situación global requiere atención constante. Y nuestras sospechas sobre Guatemala nos mantenían en alerta.
Nunca había sentido tanta presión. Tantos datos. Tantos misterios. Tantas preguntas que no tenían respuestas.
Marcus y Elena llevaban más de dos semanas sin dormir completamente. Vivían conectado a sus computadoras, entre pruebas químicas, secuencias genéticas y mapas de anomalías. Todo buscando una posible cura… por si la infección alcanzaba a la humanidad.
Pero ¿cómo se combate algo cuya naturaleza no conocemos? ¿Cómo se cura una enfermedad que podría ser una voluntad viviente? ¿Y si no era una infección, sino… un ente que se alimenta de la desesperación de los inferiores humanos?
Las noticias no eran alentadoras.
En la costa oeste de Estados Unidos, los monstruos marinos emergentes del abismo atacaban sin cesar. Se movían por las playas como cangrejos gigantes de carne deformada, y otros parecían inmensas serpientes marinas envueltas en membranas extrañas.
Ante la desesperación, se tomó una decisión sin precedentes.
El presidente de los Estados Unidos.thom White. ordenó detonar una bomba nuclear táctica en el Pacífico.
Pero… no hubo confirmación del resultado.
El equipo de vigilancia reportó pérdida total de conexión con el dron lanzado minutos antes del impacto. Al reactivar el satélite de observación… lo que vieron no fue la calma.
Sino el resplandor de cientos de ojos abriéndose bajo el agua.
No sabíamos si la explosión los dañó.
O si... simplemente cambiaron de objetivo...