Quizá estaba loco... pero como había dicho antes, volvería a donde todo comenzó. Tal vez allí encontraríamos respuestas, o tal vez solo más preguntas. Esta vez, Ayaka pidió permiso a su superior para unirse al viaje. Eran las 2 de la tarde cuando emprendimos el rumbo hacia la aldea indígena. El camino estaba envuelto por una bruma espesa, oscura y siniestra, como si el aire se hubiera podrido con el paso del tiempo.
Al llegar, las viejas cabañas de madera estaban en pie, pero el silencio pesaba más que la bienvenida. Los indígenas observaban con atención cada uno de nuestros pasos. Sus miradas eran serias, inquisitivas, como si sintieran que la tormenta aún no había terminado.
De entre las sombras emergió aquel mismo guerrero que nos acompañó hace ya casi cuatro años al Rosario. Su cabello estaba más largo, sus ojos, más cansados.
—Dejar pasar —dijo—. Ellos ser amigos del Gran Oso Blanco.
Los miembros de la tribu rompieron el silencio con un canto ceremonial en su lengua ancestral. Era un cántico suave, pero antiguo, que se sentía como si la tierra misma lo susurrara. Nos ofrecieron comida y bebida. Ayaka, fascinada, observaba con los ojos abiertos como platos.
—Esto... esto es impresionante —dijo—. Nunca imaginé que un grupo así aún existiera, tan aislado... y tan conectado con lo que no comprendemos.
En medio de la celebración, el chamán apareció. Su presencia hizo que todos se arrodillaran en señal de respeto. Caminó hacia nosotros con paso lento, pero seguro. Su mirada era como la de alguien que ha visto el fin... y ha regresado para advertirlo.
—Yo, ayudante del gran dios Oso Blanco, dar bienvenida de nuevo a amigos blancos: Jhon, Elena y Marcus —dijo con voz profunda, sin parpadear. Luego, posó sus ojos en Ayaka—. Tú, mujer de mente fuerte... tú venir aquí. Yo darte bienvenida.
Ayaka, un poco atónita, se levantó. El chamán le colocó un dedo en la frente. Un resplandor débil surgió de su piel, dejando una marca roja tenue. La marca desapareció, pero el frío no.
—Desde ahora, tú ser familia del Oso Blanco. Pero tú saber... si infectada tú estar algún día, aunque tú ser familia, yo personalmente eliminar tú.
Ayaka se quedó congelada. Sus labios temblaban, pero no dijo nada. Asintió con respeto. Sabía que esa amenaza no venía de odio, sino de necesidad.
—Entiendo... —dijo finalmente—. Gracias... por aceptarme.
El chamán sonrió apenas, y con un gesto sutil reinició la celebración. Esa noche descansamos entre cánticos, humo de hierbas y danzas tribales. Todo parecía en calma… al menos allí.
Pero mientras tanto, en Estados Unidos…
Las imágenes satelitales captadas por Sentinel-9 mostraban algo que la ciencia aún no podía nombrar. En las costas de California, una figura titánica emergía entre la bruma del océano. La cámara tembló, luego se estabilizó… y fue entonces que lo vieron.
Tentáculos. Decenas de ellos. No eran parte del océano ni de un calamar gigante. Estaban unidos a una forma que parecía estar creciendo… o despertando.
Y entonces se oyó una sola palabra en la frecuencia de los radares, una voz grave, ya de locura prácticamente, diciendoque son esos enormes tentáculos.. ohhh dioss....