Últimamente he sentido que ya no pertenezco del todo a esta realidad.
Las noches son una prisión sin barrotes. Mis sueños... no. Mis pesadillas son más reales que cualquier amanecer. He visto criaturas que no podrían ser descritas sin que el lenguaje mismo colapse. Seres colosales flotando entre galaxias muertas, serpenteando en silencio sobre el lienzo vacío del universo, cubiertos por miles de ojos y tentáculos que se retuercen como si palpitara el odio ancestral en cada uno. En sus formas no hay simetría, ni lógica, ni intención comprensible… solo la manifestación pura del terror.
He comenzado a preguntarme si todo esto lo provoqué yo.
¿Fui yo quien abrió la grieta? ¿Fui yo el que despertó aquello que dormía más allá del velo? A veces creo que todo comenzó cuando acepté venir al Rosario… pero otras veces, siento que el ciclo no empezó entonces. Tal vez ya estábamos atrapados desde mucho antes. Tal vez el ciclo abarca más que los pueblos aislados y olvidados. Tal vez el mundo entero está rasgado por las garras de algo que solo espera el momento adecuado para arrastrarnos a todos.
¿Y si ya nos arrastró? ¿Y si nuestras memorias son falsas? ¿Y si este no es nuestro primer intento?
Porque el ciclo... el ciclo reinicia. Nos lo dijeron los indígenas, almas atrapadas en un lazo eterno de sufrimiento, intentando advertirnos. Pero ¿y si el ciclo no es solo en los pueblos? ¿Y si todo el planeta ha sido formateado antes, decenas, cientos de veces?
Tal vez lo han hecho tan bien, que ni siquiera lo notamos.
No duermo más de dos horas. Marcus apenas puede mantenerse en pie sin tragar pastillas. Ayaka ha empezado a hablar sola. Elena... simplemente se ha vuelto distante. Todos soñamos con el abismo. Todos oímos la voz que susurra desde el fondo de ese mar que ya no es nuestro. Y en el fondo, sabemos que si seguimos investigando, si seguimos caminando por la orilla de este mundo quebrado, algo vendrá por nosotros.
Llamé a mis amigos. Les pedí que visitaran a sus familias, como si fuese la última vez. Porque algo está cambiando. Lo siento en el aire. Lo veo en los ojos vacíos de las criaturas que ahora habitan las costas de Estados Unidos. Ya nadie se atreve a acercarse. Toda la zona está marcada en rojo en los satélites, zonas prohibidas que se expanden como un tumor. Lo que parecía una invasión se ha convertido en una transformación. No están conquistando… están reescribiendo la biología misma del planeta.
Y lo más aterrador es que el mar ya no se comporta como el mar.
Las olas no regresan. Las mareas se detienen como si el tiempo temiera seguir su curso. Algunos barcos han entrado y nunca regresaron. Otros han vuelto… pero vacíos, con sus estructuras torcidas como si hubieran sido masticadas por algo que no necesita dientes.
En Guatemala no quedó nada.
Después del segundo brote, fue como si el país hubiera sido arrancado de la realidad. Las transmisiones se detuvieron. Las imágenes satelitales muestran una niebla densa y negra sobre toda la región. Algunos dicen que aún se oyen voces si sintonizas ciertas frecuencias en la radio. Voces que repiten frases en idiomas olvidados, oraciones que sangran por los oídos.
La vacuna... sí, funcionó. Pero solo ralentiza el proceso. No lo detiene. Los que no sobrevivieron... cambiaron. Y los que sí, sueñan con el abismo.
Los científicos lo llaman un patógeno. Pero no es un virus. Es un concepto. Es una idea que se siembra en el cuerpo y florece en la mente. Y una vez que germina, el huésped deja de ser humano.
Tal vez siempre fue así.
Tal vez la humanidad nunca fue más que una prueba fallida en un tablero más grande. Tal vez fuimos creados no por dioses, sino por espectadores. Espectadores que, al aburrirse, decidieron dejar que el juego se rompiera.
El otro día, soñé con que era una hormiga.
Sí, una hormiga.
Una simple hormiga ante un hombre. Me vi desde arriba, desde una perspectiva imposible, observándome como algo diminuto, tembloroso. La hormiga era yo. Y el hombre era... no lo sé. Algo con forma humana, pero cuyos ojos eran esferas negras que reflejaban constelaciones desconocidas. No me hablaba. Solo me observaba. Y su presencia era tan absoluta que me hizo entender lo pequeño que soy. Lo efímero. Lo irrelevante.
Así me siento ahora.
Como una hormiga frente al universo.
No importa cuánto luchemos. No importa cuántas respuestas encontremos. Porque esas cosas, esos entes, no son seres que puedan ser derrotados. No pelean. No huyen. No se esconden. Solo existen. Y su existencia es suficiente para corromperlo todo.
He empezado a escribir todo lo que veo. Todo lo que sueño. Todo lo que recuerdo y lo que creo recordar. Porque siento que, pronto, olvidaremos otra vez. O peor… que seremos olvidados..
Probablemente realmente este enloqueciendo, quizá no, quizá la muerte nos reclame pronto quizá no,quizá fallaremos al intentarlo quizá no, algo si es verdad...... aunque mi mente se quiebre are lo que pueda para detener esto asta que de mi último aliento, mis amigos ya se fueron a donde su familia. Me siento culpable por meterlos en estos al principio sol9 fue curiosidad ahora quizá entiendo el dicho, la curiosidad mato al gato...