Minutos después, Theo se encontró de pie frente al puesto de su madre. Al verlo mojado y con un arpón en la mano, ella no pudo evitar preocuparse.
—¿Dónde estabas metido? —espetó con un tono firme, curtido por años en el bullicioso mercado.
Mientras atendía a un cliente, lanzaba feroces miradas a su hijo, ya casi un hombre.
—Fui a probar mi nueva adquisición en el muelle sur. Sabes que casi nadie pesca ahí por su mala fama —respondió Theo, con voz tranquila y algo nerviosa, rascándose la cabeza.
—Muéstrame cuántos cangrejos o estrellas de mar trajiste en esa manta —dijo su madre, con resignación disfrazada de leve orgullo. Sabía que hoy el menú sería sopa de cangrejo.
Con destreza, entregó un pez fileteado a un cliente y tomó la manta que Theo sostenía, la misma que envolvía su arpón.
Al sentir su peso —unos cuatro kilos— supo que no se trataba de una mala captura.
—Con cuidado —advirtió Theo, nervioso—. Es venenoso, y sé que tú lo sabes.
Una sonrisa orgullosa comenzó a asomarse en su rostro.
—¡Un pulpo azul! —exclamó su madre con furia, sorprendiendo a Theo—. ¿Cómo se te ocurre lanzarte al mar para pescar algo tan peligroso?
Lo miró con una expresión capaz de fundir la punta del arpón.
—Bue... bueno, madre, tuve suerte. No me lastimó. Ni siquiera me tocó —dijo él, levantándose la camisa para mostrar la piel intacta.
—Mmmm, está bien. Sé qué hacer con el pulpo. La pregunta es: ¿quieres aprender? —su tono se suavizó. Cada conocimiento que le entregaba a su hijo era una caricia al alma.
—¡Sí! Quiero saber cuáles son las partes principales —respondió Theo, emocionado, despejando la mesa y acercando un banco.
Los ruidos del mercado parecieron apagarse. A pesar del cansancio, Theo puso todo su corazón y atención en lo que su madre le enseñaría.
—Presta atención. Nos interesan el cerebro, el saco de veneno, el de tinta y el corazón —dijo ella, mientras daba un corte vertical sobre la cabeza del pulpo.
Apreciando los movimientos, Theo se enfocó en reconocer las estructuras. – Este es el cerebro, hecho papilla por tu arpón– mostraba mientras separaba las mitades del organismo.
– Este saco de acá es el estómago, no hay nada útil a menos que se coma algo que te interese —mientras avanzaba con la mano descubierta, empujando la firme carne a la vez que pasaba su afilado cuchillo.
– Este saco pequeño es de la tinta, tiene buen precio si sabes dónde venderlo– mientras empujaba y ahora, con un movimiento más detenido, cortó y ató otro saco – Este es el saco de veneno, en altas dosis puede matarte, pero si se sabe emplear, puede lograr paralizar otras presas– indicó su madre, con una base comprobada por sus errores pasados y comentarios de marineros osados.
Finalmente, llegando al último rincón, se asomaba el corazón: — Bingo, estos son los corazones —dijo mientras arrancaba delicadamente unas pequeñas bolsas, más firmes y que derramaban líquido azulado.
—Se dice que consumirlos te dará mejor capacidad pulmonar, supersticiones, seguramente —dijo mientras separaba todo.
—Así es como se aprovecha al máximo una presa —habló Theo luego de su rigurosa contemplación.
—Puedes llevar el saco de tinta al escriba o al monasterio, el saco de veneno, creo que ya sabes qué hacer con él y los corazones serán para la cena de hoy —dijo su madre mientras pensaba el menú de hoy y con qué lo acompañaría.
—Este pulpo tiene buen tamaño, con un poco de suerte y mis habilidades puedo sacarle un provecho de 30 krakens de cobre. Con confianza en sus palabras, comentó la cifra
– Está bien, madre, lo dejo en tus manos– decía mientras ya empacaba el saco de tinta y veneno con sumo cuidado. – Nos vemos a la noche– gritó mientras corría enérgicamente en dirección al monasterio.
Ya retomando el ruido local, Theo notó el monasterio, rico en su edificación para la época, con una cúpula aparentemente frágil. Altas torres a los lados y una cruz de madera exquisita en el centro.
Exudando un aura de solemnidad y quietud, Theo entró, viendo cómo en su interior había bancos de madera cuidados, una serie de velas y un aroma dulce que evocaba serenidad.
Se acercó con cautela al centro del templo y, tras llegar al fondo, buscó al padre Antonio.
Mientras éste ordenaba unas hojas desgastadas en el púlpito, Theo esperó respetuoso y sereno el momento adecuado.
—Padre, tengo algo que podría interesarle —dijo en voz baja, sacando una tela cuidadosamente atada.
—Acabo de atrapar un pulpo azul y pensé que le gustaría comprar este saco de tinta —agregó, acercando el bulto con ambas manos y la cabeza baja.
El padre hojeó la tela, pero pronto desvió la mirada hacia los ojos expectantes del joven.
—Parece que fue un día provechoso —comentó con una sonrisa, feliz por el logro de Theo.
—Así es, todo salió bien en mi jornada de pesca —respondió el muchacho, emocionado al recordar su buceo al mediodía.
—Por un saco de tinta de ese tamaño y calidad puedo ofrecerte diez krakens de cobre, siendo generoso —dijo el padre mientras vertía un poco en un frasco, seguro de la transacción.
—De acuerdo, no hay problema —aceptó Theo, recordando el precio y planeando compararlo con el almacén general y los escribas.
Entregó la mercancía y se giró hacia el callejón donde el viejo le había dado el mapa. Debía saldar su deuda, después de todo.
Más tarde, tras deambular por las calles angostas y embarradas, dio con el viejo. Al verlo, el hombre lo saludó con entusiasmo:
—¡Hola, joven promesa! —su voz alegre contrastaba con su aspecto desaliñado y la ropa gastada.
—Parece que te fue bien, o eso creo —dijo con voz suave, evaluándolo de pies a cabeza. Luego volvió la mirada hacia Theo.
—Sí, me fue mejor de lo que esperaba —respondió el joven con alivio, removiendo los bolsillos para juntar las monedas que le correspondían al anciano.
—Tome, señor. Es más de lo acordado, pero creo que lo merece por el botín que encontré. Sin duda esto mejorará mi vida y la de mi madre por un tiempo —entregó las monedas con cuidado, asegurándose de que nadie presenciara la transacción.
—Estupendo —dijo el viejo, iluminándose el rostro—. Si alguna vez necesitas otro mapa o algo similar, puedes acudir a este lugar —añadió, entregándole una bolsa de tela desgastada.
—Sin duda lo haré en su momento —respondió Theo, despidiéndose con la mano, aunque se arrepintió al notar que la piel del viejo estaba seca, áspera y algo pegajosa.
Salió corriendo sin mirar atrás; no quería que lo siguieran. Todo aquel trato con el viejo le seguía pareciendo sospechoso, aunque el mapa no fuera una mentira...