Se volvió raudo a casa, planeando comprar harina en el molino sur; era más barato y cercano, así no tendría que cargar peso por largas distancias.
Al atardecer, Theo regresó con un saco de harina de cinco kilos, suficiente para hornear decenas de panes.
Encendió la fogata con yesca y pedernal, dejando un tronco que ardiera lentamente. Luego fue a buscar agua dulce en un balde. Al regresar, observó cómo el pequeño tronco esparcía brasas. Lo colocó en el centro y comenzó a mezclar la harina con un poco de sal.
Los aromas indicaban que la mezcla era homogénea. Al verter el agua lentamente, la masa se fue formando firme. Theo la dejó reposar mientras se preparaba para la guinda de la torta: el jabalí que cenaría al día siguiente.
Con algunos preparativos en mente, comenzó su faena ese mismo día. Corrió al bosque con hacha y cuerda en mano; era todo lo que necesitaba.
Después de un entrenamiento de resistencia, llegó al sector donde crecían árboles jóvenes. Buscaba un avellano ocre, conocido por su dureza y flexibilidad, ideales para su propósito.
En pocos minutos, encontró lo que buscaba: hojas verdes y redondeadas con bordes aserrados característicos. Theo se concentró y añadió aquel nuevo espécimen a su bitácora olfativa: nuez suave, ligeramente dulce y con un toque terroso.
Otros aromas afloraron también: el pasto fresco, los dulces jazmines con su aroma intenso y floral. Los robles ópalos cercanos desprendían un olor tierno y cremoso, leñoso y reconfortante.
Después de abrir los ojos y descansar la nariz, comenzó a talar ramas gruesas de unos dos metros. Al no ser troncos, el esfuerzo fue menor, y sus manos agradecieron la tarea breve. Juntó algunos maderos, los ató con la cuerda y regresó a terminar de cocinar.
Al volver, dejó la madera dentro de la casa, remojó y lavó sus manos con el agua restante, y se dispuso a trabajar la masa.
Formó ocho panes de buen tamaño con toda la mezcla y los colocó separados en el horno, tras espolvorear un poco de harina sobre la base caliente.
Mientras el pan se cocinaba, aprovechó para cortar los maderos. Uno a uno les quitó la corteza con ayuda del hacha y un trozo de hierro para los movimientos más finos, dejando bastones prolijos y listos para usar.
Tomando forma, comenzó a afilar uno por uno los extremos. No necesitaban ser perfectos, solo lo suficiente para penetrar la piel del jabalí, pues su plan involucraba otros factores.
En ese momento, el olor a pan recién horneado inundó el hogar, señalando que era hora de sacarlo del fuego. Lo dejó reposar, cubierto con manteles de tela raída. Parte de la cena estaba lista, mientras sus lanzas yacían ordenadas en un rincón, cubiertas por otras pertenencias.
Se detuvo a contemplar su casa como pocas veces lo hacía. Observó los postes desgastados en las esquinas, las murallas ruinosas que apenas detenían el viento, con notables agujeros y marcas del paso del tiempo. El piso, podrido en ciertas partes, crujía bajo sus pasos. Los muebles, destartalados, cumplían apenas su función.
Sus ojos se posaron en las camas, que a duras penas permitían descansar, si no fuera por el cansancio de sus cuerpos y la costumbre de su rutina. Le urgía una mejora, algo tangible. Para él, sí, pero aún más importante para su madre, que seguía trabajando a pesar de la fatiga y las dolencias de la edad.
Con los ojos vidriosos, el pecho abatido y los puños apretados, se dijo a sí mismo con voz temblorosa:
—V-Voy a cambiar esto... N-no pued… no podemos seguir así —murmuró—. M Merecemos algo mejor.
Sus ojos, inyectados de enojo, esperanza, tristeza y anhelo, se cerraron un instante. Secó con la manga los hilos de lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Salió con el balde en las manos y, bajo el fresco viento, derramó el agua sobre su rostro, dejando atrás el enojo y la tristeza para dar paso a un deseo sellado en su corazón.
Con parte del oro que había encontrado en el cofre, Theo compró legumbres, verduras y pescado en el mercado. Fue al río a buscar agua dulce y la dejó hervir en el caldero mientras troceaba grandes pedazos de cebolla, ajo, patata y frescas ramitas de orégano.