Pasaron horas deambulando, hasta que notó que el aroma se intensificó. A lo lejos, a un par de decenas de metros, descansaba bajo la sombra de un par de árboles, roncando y con movimientos erráticos de pezuña ocasionales: dormía profundamente, era el momento perfecto.
Theo evaluó sus alrededores; ya no necesitaba olfatear. Centró su atención en el jabalí, corpulento, de abdomen abultado, que se mecía a un ritmo constante. Sus grandes colmillos intimidaban; un golpe de ellos podría ser el último.
Fijando su ruta de escape, Theo tensó sus brazos, dejando en el camino de vuelta, cada diez metros, una de sus lanzas, rebozando una última vez el veneno paralizante en ellas. Regresó al punto de caza: el jabalí seguía en el mismo estado de descanso.
Con solo el arpón y una lanza arrojadiza, pretendía iniciar la contienda.
—Vamos, tú puedes —se susurró para darse ánimos. En lo que parecía una eternidad, se acercó.
Ya a una distancia de diez metros, entendía que no podría acercarse más. Las pequeñas orejas del animal seguían los ruidos aledaños, demostrando una leve atención a su entorno.
Agarrando firmemente su lanza mientras dejaba el arpón en el suelo, inspeccionó metodicamente ambas armas, considerando su potencial bélico a la vez que imaginaba distintos escenarios.
Midiendo la distancia, su fuerza y la carente precisión, Theo enfocó su mente; solo debía acertar, nada más. Extendió su brazo hacia atrás, calculando la trayectoria, a la vez que el sudor se presentaba en sus sienes. Con un movimiento fluido que sorprendió por un atisbo de habilidad, lanzó con toda su energía su única lanza en posesión.
Con una exquisita parábola, se incrustó sorprendentemente, atravesando ligeramente… el árbol que se encontraba detrás del animal, alertando en el acto al ahora furioso jabalí.
Este se levantó velozmente, con un movimiento casi antinatural para su contextura. Acto seguido, sus ojos rabiosos se fijaron en Theo, quien, maldiciendo, se alejaba corriendo con su arpón.
Con lo temperamental del animal, estaba confiado en que lo perseguiría, y así fue. Marcó el suelo con su pezuña delantera, emitiendo un bramido molesto para los oídos y emprendió marcha en dirección al cazador novato.
Con movimientos erráticos mientras corría, el jabalí perseguía a quien osaba despertarlo de su descanso. Theo, por su parte, era traicionado por sus nervios, pasando por alto una de sus lanzas, quedando solo con cuatro restantes. Mientras avanzaba, olfateó claramente la siguiente, tendida en el suelo, con un veloz movimiento de mano la agarró firmemente.
Mientras tensaba su cuerpo, se giró y sin dudar arrojó con toda su determinación el arma en contra de su potencial presa: el tiro acertó en la pata delantera, siendo reflectada por su dura piel, asombrado, siguió corriendo mientras sus distancias se cerraban peligrosamente.
A menos de dos metros entre su persona y el animal, Theo encontró la siguiente lanza y repitió el proceso. Esta vez, notó un hilo de sangre oscura brotando lentamente del pie herido del animal.
—¡FUM! El sonido del aire al ser atravesado por el arma arrojadiza fue fácilmente audible . Con tan poca distancia, el proyectil apenas avanzó un metro antes de clavarse en el pecho del animal, cayendo luego al blando suelo sin remedio.
La bestia, cegada por la furia, continuó su marcha, emitiendo un feroz grito mientras cargaba su cabeza en un golpe seco.
El impacto fue brutal. Theo apenas logró anteponer el arpón; sin embargo, la fuerza descomunal de su salvaje presa venció fácilmente toda posible defensa, lanzándolo directamente hacia atrás.
El golpe dio en su costilla derecha, volando un par de metros y aterrizando en su costado izquierdo. Ambos contendientes respiraban pesadamente.
Theo, con un fuerte dolor mitigado por la adrenalina, chocó su mirada con la del animal: una lucha silenciosa de poderes, midiéndose el uno al otro.
Mientras el jabalí respiraba erráticamente, Theo se concentró en recuperar el aliento. Una vez listo, hizo una patética finta de lanzar el arpón, sin engañar al animal, quien marcó nuevamente el suelo en una expectante antesala.
Con toda su fe puesta en sus piernas, corrió nuevamente tras el rastro de lanzas. El jabalí lo perseguía eufórico, sin importarle sus heridas; debía acabar con el sujeto que interrumpió su sueño.
Theo intentó usar el entorno a su favor, utilizando árboles y arbustos para perder de vista al animal, aunque su olfato lo tenía marcado. Así logró ganar metros hasta acercarse a la siguiente lanza, la cual separó de su agarre en dirección al jabalí nada más tocarla.
Tristemente, se incrustó frente al animal, desconcertándolo y brindando valiosos segundos que se tradujeron en metros. Theo, próximo a su siguiente lanza y con una confianza traicionera, calculó durante un segundo su lanzamiento y separó su mano nuevamente del arma, la cual voló en sorprendente línea recta.
Con gran fuerza, impactó en un colmillo, rompiéndose en el acto ante la dureza de la cornamenta. Sin embargo, no detuvo en lo más mínimo la carga del animal.
Se escabulló detrás de un árbol, evaluando las pocas opciones que le quedaban. El animal derrapó por su costado izquierdo, apareciendo súbitamente, furioso, con marcas de sangre y heridas que parecían no surtir efecto.
Theo preparó su arpón; tenía claro que un golpe directo sería mortal, y el dolor de su parrilla costal era prueba suficiente.
Theo se giró usando el árbol como escudo, intentando abrir una brecha y continuar su carrera. Así fue: el animal siguió sus movimientos, fijó en golpear a Theo, quien miraba atentamente hacia la trampa.
Con una pisada que tensó su cuerpo, reunió toda su energía y corrió rápidamente hacia la trampa, mientras arbustos, ramas y pasto se desfiguraban en su visión periférica.
El jabalí agachó su cabeza e inclinó hacia Theo, quien saltó sobre la cuerda del suelo y se aproximó al árbol donde estaba atada.
Sin dudar, el jabalí siguió su pista, sin importarle los movimientos adicionales de su enemigo; sin embargo, algo le detuvo abruptamente.
Theo jaló la cuerda cuando esta se encontraba justo debajo del animal. Mostrando una fuerza hercúlea, logró atrapar las dos pezuñas traseras; mientras una se soltó enseguida, no necesitaba más, tenía firmemente agarrada una de sus patas en la zona sobre la articulación.
Dejó que el árbol mantuviera contenido al animal, el cual tensó la cuerda en dirección a Theo, luchando frustradamente en avanzar, mermando lentamente su energía.
Mientras tomaba las dos lanzas restantes, acto seguido Theo lanzó en sucesión ambas, acertando la primera en la sensible nariz del animal, hundiéndose suavemente un par de centímetros.
Theo arrugó su cara, empatizando con el animal, pero claro de que no sería suficiente. La segunda impactó en el vientre, justo debajo del borde de su pecho clavándose de mejor manera que todos sus intentos previos.
A solo unos cinco metros, ambos seguían en pie a base de solo instinto de supervivencia. El animal, en un impulso de adrenalina al verse en desventaja, forzó la atadura y salió disparado en contra del humano frente a él.
Theo, agotado, sin tener más herramientas, agachó su cuerpo y afirmó duramente el arpón al suelo, clavándose en diagonal hacia el jabalí.
Era la última oportunidad de ambos. Mientras la distancia parecía romperse bajo la sólida carrera del animal, este sintió una clavada en su cuerpo, estremeciendo la totalidad de sus músculos.
Finalmente, la suma de las heridas y en especial la última infligida, logró desestabilizar su cuerpo, Theo entendía la sensación, su cuerpo le fallaba y no había nada que pudiese hacer. De forma abrupta, su pata delantera cedió, la misma que fue herida por el lanzamiento del muchacho.
Se retorcía, negándose a la rendición, mientras Theo avanzaba firmemente, con cautela hacia la presa, mientras espasmos recorrían la cansada figura. Un olor se desprendió.
Un profundo miedo, mezclado con desesperación, mientras agitaba forzadamente todo su cuerpo. Adolorido, Theo se posó a un par de pasos, clavando su mirada en los ojos desesperados del animal, a su vez que el arpón se desplazaba por el cuello de este.
Cargando todo su peso y lo último de energías, en un grito rabioso, Theo degolló a su contrincante, cayendo agónicamente, mientras los últimos movimientos del jabalí se apagaban.
Ahora yacían ambos desplomados, solo uno de ellos aún respirando.