Jadeando de manera desorganizada, mientras sudaba profusamente, aun con la adrenalina del encuentro, Theo evaluaba logro, de manera fugaz.
El dolor intenso al respirar, producto de su probable costilla rota y el brazo que absorbió el impacto, el cual estaba prácticamente inutilizable.
Se giró para ver al animal, sus ojos vacíos, mientras un olor a hierro inundaba el ambiente. Sangre fresca brotaba de su tierno cuello, mientras un fuerte olor a orina y heces le pateaba la nariz, retirando la lanza que atravesó el abdomen, sangre roja espesa emanando, goteaba lentamente.
Removiendo sus intestinos, Theo vomitó lo poco que contenía su estómago, con una fuerte contracción de abdomen, punzando su ya adolorido cuerpo. Lágrimas se asomaron por sus ojos, la mezcla de sensaciones era intensa, pero la realización también.
Tambaleándose, recogió su arpón, que ahora usado como bastón le permitió llegar a la carreta. Amarró ambas patas posteriores del animal mientras el reflejo nauseoso lo invadía a ratos.
Lanzó la cuerda sobre una rama gruesa del árbol más cercano, y, usando su peso, logró levantar apenas el jabalí, ató el extremo que jalaba y así posicionó su botín en la carreta.
Apretando firmemente su borde costal derecho, Theo reunió la cuerda, la amarró a su cintura y la unió a la carreta, consciente de que no podía valerse de sus brazos para jalar la herramienta con ruedas.
Mirando al cielo, mientras respiraba agotado, Theo sonrió —¿Qué cerca estuvo, maldición?— mientras escupía su ligosa saliva, emprendió rumbo vuelta al hogar. No necesitaba de oportunistas que le quitaran su mérito de hoy.
Demorándose el triple de lo habitual, Theo llegó a casa, dejó el arpón y la cuerda, solo se cambió de camisa por otra en peor estado, pero seca, un abrigo y marchó rumbo al mercado. Necesitaba diseccionar el animal y sacar el máximo de ganancia en el proceso.
Se movilizó a duras penas, durante largos minutos, hasta llegar al primer carnicero que vio en la zona centro de la ciudad. Guiado netamente por el olor a carne y sangre fresca, Theo le dijo a un hombre robusto, de brazos anchos, calvo y con un mostacho prominente.
No tenía tiempo ni ganas de admirar el local, se veía amplio y con decenas de cuerpos despellejados colgando de ganchos, algunos ahumados, una serie de cortes grandes en una mesa de exposición con nombres y precios, mientras el carnicero en cuestión afilaba un cuchillo amplio, grueso y pesado de ver.
—Señor, tengo este jabalí que cacé yo mismo. Me gustaría faenarlo— dijo con un aire de orgullo, totalmente opacado por lo lastimado de su cuerpo y su postura encorvada que evidenciaba una lesión.
—¡Jo jo!, no es hazaña menor cazar un jabalí terroso con tus propias manos, aunque veo que te dejó muy lastimado— dijo el carnicero con ojos cubiertos por gruesas cejas, mientras tomaba con confianza al animal.
— Veamos, le perforaste el hígado y el pulmón, tuviste suerte.— Mientras un fino cuchillo dividía los interiores del animal, derramándose en el amplio mesón de trabajo, el carnicero observaba el hígado y el pulmón.
— Puedo darte todos los órganos ordenados, despellejarlo y cortar los trozos de carne principales, pero no será tan rápido, ni tan barato— dijo con voz casual mientras alistaba sus herramientas y acomodaba su mandil de cuero grueso.
Theo, ahora concentrado en respirar superficialmente, lo miró con ojos de negociante: — Quisiera que me dieras solo los dos perniles y el cuero, te puedes quedar los interiores— mientras movía suavemente las manos, apoyando una sobre el mesón y otra en sus costillas.
— Mmmmmm te podría dar 10 krakens de cobre a cambio por toda la carne restante, la cabeza y los interiores— comentó casual el carnicero, evaluando la respuesta del muchacho.
— ¡Hecho!— No necesitaba más, con un poco de suerte podría tratar el cuero y hacer algo de equipo para sus futuros planes.
Mientras el carnicero despellejó al animal hábilmente, dividiendo al cuerpo de su envoltorio, luego dando golpes precisos, sin desperdiciar carne ni energía logró separar cada pieza íntegramente, cortes limpios aparecieron frente a sus ojos, costillas, filete, lomo entre otros y como trofeo, la cabeza del animal con un peculiar corte en la nariz.
—Listo, joven —dijo el carnicero mientras limpiaba sus herramientas—. Te recomiendo ir por esta calle al norte; hay un boticario bastante conocido que puede darte algún tónico para que sanes pronto.
Le entregó el cuero doblado en pliegues, amarrado con cordel de cáñamo, y, por separado, en un saco roñoso, los dos perniles.
Mientras se despedía, Theo notó un par de cosas. Su olfato parecía haberse vuelto más selectivo, como si su cuerpo se adaptara instintivamente a estímulos repetidos, protegiéndose de la fatiga sensorial. Sin embargo, ahora que tenía hambre, su sentido del olfato se agudizaba, y no podía dejar de saborear, mentalmente, los perniles que llevaba en la carreta.
Casi olvidando el dolor, Theo subió por la calle en dirección al boticario. Entró en un local repleto de viales con líquidos de colores diversos; hierbas secas y otras frescas cubrían los estantes tras el mostrador, formando un mosaico caótico y a la vez ordenado.
Del otro lado del mostrador, lo observaba un anciano bien conservado, de barba gris recortada, sombrero de copa baja, monóculo y un elegante traje gris que combinaba con la pulcritud del lugar. Contrario a lo que Theo imaginaba, el boticario emanaba un aire aristocrático, a la altura de los artículos que ofrecía.
—Será caro —murmuró Theo, dudando si debía preguntar. Sin embargo, el boticario se le adelantó.
—Buenas tardes, joven. Dígame, ¿en qué puedo ayudarle? Tengo todo tipo de elixires y brebajes. Lo que necesite, lo tengo; y si no lo tengo, lo puedo preparar, eso se lo aseguro —dijo con un tono firme, elocuente y elegante. Sin duda, un hombre de clase, orgulloso tanto de sus habilidades como de su ostentoso local.
—B… Buenas tardes, señor. Me envía el carnicero. Dijo que usted podría tener alguna medicina para mis heridas —respondió Theo, mientras se apretaba el costado y se encorvaba de forma visible.
—¡Bah! ¿Te envía Igor, el carnicero? Siempre compra mis elixires para el cansancio. Cortar carne de animales y bestias debe ser agotador —comentó el boticario con un tono más compasivo, mirando a Theo con otros ojos. Seguramente lo consideraba un conocido del carnicero.
—Permíteme presentarme. Mi nombre es Leo y soy el mejor boticario de toda Ledia. Veo por tu postura que estás lastimado. Déjame echar un vistazo —dijo, mientras ofrecía un firme apretón de manos.
Theo levantó su camisa, revelando el brutal hematoma en sus costillas y un brazo que no estaba mucho mejor.
—Mmm... sin duda fue un golpe fuerte. Debes tener una costilla fisurada, si no rota. Y el brazo parece estar en las mismas condiciones —comentó, mientras presionaba suavemente algunos puntos clave en las lesiones.
Luego se dio la vuelta y comenzó a revisar su inventario, abriendo cajones repletos de frascos, todos perfectamente ordenados y rotulados.
—¡Bingo! —exclamó el boticario al sacar un ungüento junto con un pequeño frasco de líquido marrón claro, etiquetado como Elixir de Vitalidad.
—Aplica este ungüento en el centro del hematoma antes de dormir, con un vendaje que te rodee el torso. Haz lo mismo con el brazo —explicó mientras le entregaba los artículos a Theo, dándole las instrucciones precisas.
—Luego, bebe el elixir. Esto acelerará la regeneración. Normalmente, lesiones como las tuyas tardan semanas en sanar, pero con esto, estarás bien en un par de días. Eso sí: debes descansar y alimentarte bien.
Theo recibió las medicinas con ojos llenos de esperanza. Sin embargo, al notar la calidad de los productos, su expresión cambió: el miedo se apoderó de su rostro. No llevaba consigo la pequeña fortuna que guardaba en casa.
—¿C... Cuánto es, señor Leo? —preguntó con nerviosismo en la voz y ojos culpables, mientras el boticario ordenaba el cajón que acababa de abrir y hacía anotaciones en su acta de inventario.
—Tómalo como un obsequio. Si la calidad y los resultados te convencen, volverás. Además, si vienes de parte de Igor, es garantía suficiente. Lleva años siendo un cliente fiel.
Theo, con un apretón de manos agradecido —y por un momento olvidando sus dolencias—, se despidió del boticario y emprendió el regreso, adolorido pero contento, rumbo a su ansiado hogar.